Hay localidades cuyos nombres definen su identidad. Canteras Iguazú por ejemplo, cerca de Characato. De hecho, cuando su cantera se dejó de explotar, el pueblo entero quedó abandonado. O Segunda Usina. En este caso se trata de una tranquila villa vacacional, que nació sobre el antiguo campamento dedicado a construir la presa del mismo nombre y la correspondiente usina Carlos Casaffousth. Se encuentra muy cerca de Embalse.

En el caso de La Calera, aunque hoy se la considere, poco elegantemente, una ciudad-dormitorio de la capital cordobesa, su perfil histórico está claramente ligado a la explotación de la cal. Por eso desde hace cuatro años un nuevo museo cristaliza esa historia, para que de ninguna forma pase al olvido: el Museo de la Cal.

De la cantera al museo

La piedra caliza se explota desde épocas inmemoriales. Se ha empleado para la construcción de edificios, templos y carreteras. Y de manera universal, para formar la argamasa que une las rocas o ladrillos, luego de un proceso que relataremos. Hasta mediados del siglo XIX era el material preferido para elaborar esos morteros. Construcciones emblemáticas de Córdoba como el viejo Dique San Roque, el dique Mal Paso o los Arcos de Saldán, fueron levantadas utilizando cales especiales para consolidar sus estructuras de piedra. Luego todo cambió, cuando se generalizó el uso del cemento Portland como mortero, y fundamentalmente cuando se lo empleó para fabricar hormigones. Fueron desplazando a la piedra como material base para construir grandes obras. La caliza se continúa usando, más que nada como revestimiento, o para fabricar morteros artesanales. Tienen gran capacidad de relleno, mucha flexibilidad, y hasta propiedades antisépticas, por ser extremadamente alcalinos. La cal sigue teniendo múltiples usos en diversas industrias y también en labores agrícolas. Bueno, justo es decirlo, la cal es también un ingrediente del Portland.

De la cantera al museo

Desde el punto de vista químico, la caliza es una roca compuesta esencialmente por carbonato de calcio. Cuando es calcinada en el interior de un horno, se produce una reacción de disociación, que da como producto óxido de calcio, y libera como residuo a la atmósfera dióxido de carbono. Al óxido de calcio solemos llamarlo cal viva. Luego, cuando se mezcla la cal viva con agua, se la apaga o hidrata, y queda transformada en hidróxido de calcio. Lista para formar argamasa, con el agregado de arena.

De la cantera al museo

El Museo 

En La Calera, la piedra caliza se extraía de numerosas canteras de la zona, como las que luego fueron abandonadas y que, al inundarse, se transformaron en balnearios y áreas de práctica de deportes acuáticos: Laguna Azul, Laguna Verde. Para liberarla de la montaña se realizaban voladuras; luego la piedra era reducida hasta el tamaño adecuado y transportada a los hornos. Hornos verticales, como los que pueden verse en el Museo de la Cal, y en muchos otros lugares de Córdoba. El Museo está ubicado cerca de la entrada de La Calera desde Córdoba. En la rotonda de ingreso hay que desviarse unos 400 metros hacia la izquierda y se llega a su notable predio. Originalmente, esta instalación fabril que data de mediados del siglo XX era propiedad de la familia Bourdichon. Cuenta con varios hornos: los más antiguos están a ras del suelo. Los tres de segunda generación, si bien mantenían el fuego al nivel del piso, contaban con cámaras subterráneas por donde la cal era extraída, luego del proceso de calcinamiento. Las piedras eran arrojadas al interior del horno desde su boca en la parte superior. Allí quedaban encajadas durante algunas horas, en las cuales el fuego ascendía por el interior del horno y las calcinaba. Ese fuego era alimentado de manera permanente por los foguistas. La cal viva se extraía desde el subsuelo mediante vagonetas. Corrían sobre rieles y emergían por una rampa, tiradas por un sistema de malacates. El recinto subterráneo de extracción de la cal aún se conserva, y es sin dudas la parte más interesante de la visita a este particular museo. Una vez afuera, la cal era llevada hasta los vagones del ferrocarril desde donde se embarcaba, en general aún caliente. Los hornos funcionaban 24 horas al día durante los 365 días del año. El trabajo allí era duro y sacrificado. En cada jornada, había tres turnos continuos de 8 horas. Toda esa actividad es parte del pasado, pero el Museo se encarga de que su recuerdo siga, de alguna forma, presente. Hoy en día, la mayor parte de la extracción de caliza y producción de cal tiene lugar en la provincia de San Juan. Y ya no se emplean hornos artesanales.
El Museo de la Cal depende del área de Cultura de la Municipalidad de La Calera. Es pequeño y tal vez algo rústico, como las rocas y la cal misma que producía. Pero tiene brillo propio. Es un museo de sitio: conserva un patrimonio inmueble valioso, que tiene que ver con la identidad profunda de La Calera. No es poca cosa hoy en día, sobre todo en una zona que está siendo virtualmente arrasada por la instalación de barrios cerrados, que parecen sitiar los espacios públicos. En ese entorno desfavorable, el Museo de la Cal se yergue y resiste. Vale la pena visitarlo.

Si querés conocer más sobre el Museo de la Cal, visitá el sitio web de #TurismoCientífico de la UNC: https://turismociencia.unc.edu.ar o seguinos en IG: @ciencia.turismo