Las pocas arrugas en su rostro castigado no reflejan las penurias vividas. Hace 47 años, cuando tenía 8, Delia Arancibia dejó Bolivia para venir a Argentina. La familia se completaba con su madre y siete hermanos. Su padre, trabajador golondrina, pasó del Ingenio Ledesma en Jujuy con la cosecha de azúcar, a Mendoza, trabajando en la recolección manual de la uva entre febrero y abril.

Estos trabajadores “golondrina”, provenientes de los estratos sociales más vulnerables del norte argentino y la parte sur de Bolivia, han sufrido históricamente pésimas condiciones laborales y sanitarias. En los años 70 con la incorporación de maquinaria que fue reemplazando estos roles, muchos de estos trabajadores (como el padre de Delia) fueron empujados a las grandes ciudades.

Los Arancibia conocieron a una familia de Córdoba y decidieron radicarse en esta ciudad. Por supuesto, sus trabajos eran changas y venta ambulante de frutas y verduras. Con muy pocos años de vida, ayudada por sus hermanas mayores, Delia se instaló en las inmediaciones del Mercado Norte.

“No puedo trabajar en casas de familia porque tengo ataques de epilepsia”, cuenta.

Así que no le quedó otro medio de vida que vender verduras y los típicos ajíes y pimientos en las cuadras que circundan el Mercado.

Delia cuenta que fue muy bien recibida en Córdoba, donde se afincó con su familia y luego fue formando la propia.

-¿Cómo la tratan los clientes? Alguna vez recibió algún agravio por su nacionalidad o se sintió discriminada?

-No, nunca. Yo trato de ser educada, respetuosa y de ganarme la confianza de los clientes. Les doy una “yapa” cuando puedo, un morroncito o un perejil para que se vayan contentos y vuelvan a comprar en mi puesto.

Hace 30 años que vive en una humilde casa en Villa EL Libertador junto a su madre de 80, a quien tiene a cargo. Además tiene una hija de 22 a quien crió prácticamente sola, que se la rebusca vendiendo mercadería en un pequeño almacén en ese populoso barrio de Córdoba. Todos los días Delia viaja hasta el centro para tratar de hacer unos pesos y llevar a su hogar el dinero que les permita comprar lo mínimo indispensable. Pero no se queja. “Vamos tirando”, dice con total tranquilidad.

-¿Qué le gusta de Córdoba?

-La gente. Me acostumbré enseguida al movimiento de esta ciudad tan grande.

-¿Pero volvería si pudiera a su Bolivia?

-No. Sólo viajo durante las fiestas para visitar a la familia que quedó allá. Pero mi lugar, el de mi madre y el de mi hija es Córdoba, dice con su rostro apacible que transmite absoluta tranquilidad.