“En algún lugar del mundo existe una persona que es exactamente igual a vos. No solo físicamente, es decir no solamente parecida, sino igual”. Así podría ser resumida la  famosa teoría del doble o doppelgänger según una adopción terminológica que terminó de consagrar el psicoanalista Otto Rank a comienzos del siglo XX.

La literatura del doble es, por decirlo de algún modo, infinita; ni hablar del cine. De hecho podemos decir que ha devenido algo así como un mito. Desde Narciso y su reflejo, hasta la reciente novela ganadora del premio Goncourt de Hervé Le Tellier llamada “La anomalía”- en la cual un mismo avión aterriza dos veces en un intervalo de tres meses en suelo neoyorquino con exactamente los mismos pasajeros- cada época introduce sus propias variaciones. Dostoievski, Stevenson, Poe, Calvino… hasta el mismo César Aira hace su engendro de doble cuando al náufrago de su novela las olas de la playa desierta le retornan pedazos de un cuerpo que puede reconocer como propio (Frankenstein endiablado).

El doble como imagen, el doble como el pasado que acecha, el doble como aquello que se “niega” y retorna con su rostro amenazante, pero también el doble como aquel que puede tomar el lugar del original, que tiene éxito allí donde aquel fracasa una y otra vez, el doble como una versión mejorada de sí, que de repente reclama con su fuerza (renovada) su derecho al reemplazo; las variaciones mantienen una estructura narrativa. Y así como Joseph Campbell dio con la estructura narrativa del “periplo del héroe”, tal vez pueda extraerse esa estructura para la cuestión del doble: descripción del mundo del “original”, enrarecimiento, aparición de señales ominosas, encuentro con el doble, lucha y finalmente reemplazo de la copia por el original, o… en fin.

“El periplo del doble”, del que Rank ha hecho su estudio, podría reducirse a cuestiones de índole cotidiano, en la medida de que es lo cotidiano lo que se ve interrumpido por la aparición del doble en la vida del original. Algo que no funciona, que está enrarecido. Es que, en principio, el doble se presenta de manera “ominosa” o “terrorífica”, según dirá Freud a partir de un cuento de Hoffmann- uno de los grandes novelistas del doble-, como algo extraño que hace temblar el mundo ordinario de quien lo padece. Es decir que el doble acecha desde un lugar tan familiar y conocido como extraño. De este modo se producen los encuentros con el doble en la ficción. Se da un momento que es la mismo tiempo de desconocimiento de sí y de ese otro que juega al espejo. En la novela de Le Tellier eso sucede cuando uno de los pasajeros se encuentra con su “otro yo”: no reconoce su rostro, la voz le parece un tanto chillona, su rostro, acostumbrado a verlo a partir del espejo, se le aparece torcido, etc. Así, nada más ajeno que “eso” que llamamos “sí mismo”.  

Pero cuando decimos que “el periplo del doble” es aún más cotidiano, nos referimos también a que ese extrañamiento no es solo cosa de la literatura sino de nuestra cotidianeidad. ¿Cuántas veces nos despierta cierto resquemor ver otro que se nos parece tanto que a veces lo desconocemos? ¿Porqué algunas personas logran despertar en nosotros sentimientos de extrañeza, incluso, de envidia o agresividad? Los juegos de espejo, en este sentido, son más usuales de lo que suponemos. 

El artista argentino Jorge Marcho trabajó el tema del doble a partir de diagramas y un cuento de Alan Poe
El artista argentino Jorge Marcho trabajó el tema del doble a partir de diagramas y un cuento de Alan Poe

Así lo va a poner de manifiesto Jacques Lacan cuando al inicio de su enseñanza ubique en el Estadio del espejo, la formación del yo. Es decir que el yo, eso que parece duplicarse en el mito del doble, no es esa supuesta identidad e intimidad que nos define y que nos diferencia. En principio el “yo” no es más que la asunción de una imagen a partir de otra imagen. Grieta fundacional, el desdoblamiento es, en efecto, reconocerse al mismo tiempo en otro: “yo soy otro”. El movimiento es tan sutil como abrupto: para no quedar a merced de un mítico caos corporal sin hacer pie en el “propio” cuerpo, entonces el bebé que se enfrenta al espejo, se precipita sobre la imagen de ese otro (reflejo) para constituir la propia y salir de la entropía del cuerpo fragmentado. Ese es el regocijo del niño cuando encuentra su imagen en el espejo, mirando de cuando en cuando hacia atrás para que el adulto le confirme que ese que está ahí afuera es en realidad él. Así, el yo, es el resultado de una “alienación” fundamental no solo a la imagen sino a esa otra mirada que desde este lado del espejo nos confirma con sus gestos y con su lenguaje que allí estamos. Ese mentado “ahí”, lugar determinado de nuestra subjetividad, lejos de ser el plácido lugar de la afirmación, es una endeble posición de mutaciones constantes. No hay nada original en el yo, sino un juego de copias e identificaciones.

Pero vamos a la segunda etapa del mito del doble, esa donde el doble acecha y amenaza la integridad del original. Esa etapa introduce una sospecha fundamental sobre ese “otro” y así la diferencia se torna una especie de competencia. “O yo o tu”, reemplaza la famosa premisa con la que aquel otro vienés, Martin Buber, auspiciaba un recomienzo para la humanidad después de la primera guerra mundial en su libro “Yo y tú”, aparecido apenas unos dos años antes que “El doble” de Otto Rank. Es decir, ese otro es el germen de mi enemigo, se torna una amenaza porque así como míticamente el “yo” surge como imagen de “otro”, ese otro puede en cualquier momento disputarle su lugar. La literatura del doble ahonda sobre este punto: el otro tiene lo que a mi me falta (determinación, entereza, etc. puede verse en la versión de Dostoievsky), el otro toma paulatinamente los lugares habituales, el otro sabe lo que el “original” desconoce, etc. Se arma así, con el doble una suerte de dialéctica “exclusiva”.

Así, la cuestión del doble nos trae, no solo el problema de la fragilidad e impropiedad del “yo”, sino la complejidad en la construcción (uso esa palabra de manera deliberada), del otro como otro. Desarmar esa dialéctica del “O yo o tu” es de las tareas más difíciles, ya que, perder uno de los términos es, en cierta medida perder virtualmente el otro. Extrañamente, de la vasta literatura sobre el tema del doble, en pocas ocasiones existe alguna pacificación. El desenlace casi siempre es violento y la persecución encarnizada.

Y si utilizamos la palabra “virtual”, no es casual. El espejo es el reino de la virtualidad y la virtualidad (no únicamente, pero principalmente) es la amplificación del espejo. Eso es un poco lo que resuena en “La anomalía” de Le Tellier, que por momentos pasa de la ciencia ficción a la parodia. La virtualidad es, en algún punto, parte importante del mundo donde nos movemos, pero cuando esa virtualidad se ve potenciada, los peligros del doble amenazan. La diferencia, en tanto diferencia, es mucho más sutil y difícil de situar y de tolerar, la separación (entre yo/otro) menos nítida y, por ende, la agresión tiende a intensificarse. La cantidad de haters, de insultos, descalificaciones, segregaciones que se toleran en el mundo virtual de nuestras redes sociales parece no tener límite. Cada opinión se afirma en su calidad de única y original, cada respuesta en una descalificación tajante.

Parecemos vivir en la época de una multiplicación de dopplegängers  y de narcisos en espejos de celulares. En esto la literatura del doble no ofrece muchas salidas, tal vez por eso el libro de Otto Rank no tuvo una influencia demasiado extendida en el campo psi. Porque el eje imaginario yo-otro no tiene demasiadas aristas sin esos otros ejes con los que Lacan completa la experiencia humana, lo simbólico (eje de la palabra y el lenguaje) y lo real (eje de una singularidad que se encuentra más allá de la imagen). Sin ellos quedamos en la pura virtualidad de lo imaginario.