Monseñor Carlos Ñañez comunicó que en agosto, cuando cumpla 75 años, enviará al Vaticano su renuncia como Arzobispo de Córdoba.

En una nota de Javier Cámara publicada por Perfil, se anuncia la renuncia de Ñáñez a la misión pastoral que ejerce desde hace más de 22 años, en un paso formal que queda a consideración del papa Francisco, responsable también de designar al sucesor.

El propio Ñáñez anticipó la noticia de manera pública el pasado Jueves Santo, en la tradicional ‘Misa Crismal’ que siempre reúne al clero cordobés en la Catedral. Aunque ya lo había mencionado en una reunión con un centenar de laicos, en el ‘Encuentro Pastoral’ realizado el 20 de marzo pasado, también en la Catedral.

Con este anuncio, el arzobispo adelantó el período de transición que se abre por la designación de un nuevo pastor en la segunda jurisdicción eclesiástica más importante del país, después de la sede primada de Buenos Aires.

La decisión del arzobispo obedece a la sugerencia que el Código de Derecho Canónico les hace a todos los prelados del mundo: “Al obispo diocesano que haya cumplido 75 años de edad –se lee en la ley canónica que rige en los asuntos eclesiásticos– se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias”.

Desde el entorno del Arzobispo informaron que el objetivo de “adelantar” la renuncia es “preparar un camino” para que la transición entre el obispo que se va y el que llegue se viva “con naturalidad, con serenidad y paz”, lejos de las “discordias” y las internas que suelen producirse en los recambios de autoridades en todos los ámbitos humanos, incluso en la Iglesia.

Es que al propio Ñáñez le tocó afrontar estas discordias cuando, en 1998, fue designado por el papa Juan Pablo II para suceder al cardenal Raúl Francisco Primatesta en el gobierno de la Arquidiócesis de Córdoba. Aunque todos tuvieron en claro que la designación contó con el visto bueno de Primatesta, hubo entonces, hasta operaciones de poder y divisiones en el clero; y abundó el ‘carrerismo’ de algunos autopostulados que, ante la no designación propia y los cambios pastorales que introdujo el nuevo arzobispo, terminaron buscando otros ‘puestos’. Nada más alejado de lo que desea Ñáñez y de lo que predica el papa Francisco, para quien el ‘carrerismo’, las internas y los chismes son enfermedades y pecados del clericalismo.

El jueves pasado, a propósito de su inminente renuncia, Ñáñez dijo: “Debemos asumir con naturalidad esta próxima transición. Los pastores pasamos. Todos seguimos a Jesús, que ‘es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre’, el que nos preside y presidirá siempre”. En otra parte de su homilía pidió al clero y a los fieles “acoger con fe y desde la fe al obispo que sea elegido” para sucederlo, “acompañarlo y a colaborar con él con sincera adhesión, oración por él y generosa cooperación”. Y agregó: “Lo importante, ahora, después y, en definitiva, siempre, será hacerlo todo juntos, sin celos, rivalidades, espíritu de competencia, y sin albergar en nuestros corazones ningún anhelo o deseo de poder”.

En los ámbitos eclesiales hay dos incógnitas en torno a lo sucederá: una es si el Papa aceptará la renuncia de Ñáñez de manera inmediata y en el mismo acto nombrará al reemplazante; o si, como también es posible, le pedirá que permanezca en el cargo un tiempo más. La otra incógnita, más importante, es quién será el próximo arzobispo de Córdoba.

Respecto de la primera, fuentes que conocen el pensamiento del actual arzobispo señalaron que, dada la confianza que se dispensan, Ñáñez le pedirá al Pontífice que le acepte la renuncia lo antes posible, no porque quiera “abandonar el barco”, sino porque considera que luego de casi 23 años en la misión, hace falta un nuevo pastor, con nuevos ímpetus, renovado ardor misionero y más fuerzas.

Si esto se confirma, es muy probable que Francisco acepte la renuncia de inmediato y nombre al próximo arzobispo, como ha hecho con la mayoría de los prelados que presentaron la renuncia.

La elección del nuevo obispo

En el capítulo II, artículo 1, del Código de Derecho Canónico se describe qué es un obispo (un sucesor de los apóstoles de Jesús), la función, las responsabilidades y las normas que regulan su ministerio. Y, dentro de ellas, el procedimiento y los requisitos para la elección. Allí se lee que “el Sumo Pontífice nombra libremente a los obispos, o confirma a los que han sido legítimamente elegidos”.

También, que al menos cada tres años los obispos de cada lugar y de la Conferencia Episcopal deben “elaborar de común acuerdo y bajo secreto” una lista de sacerdotes “que sean más idóneos para el episcopado”, y han de enviar esa lista al Vaticano, a lo que pueden sumarse otros nombres sugeridos directamente por un obispo en particular.

Agrega la ley canónica que “cuando se ha de nombrar un obispo diocesano”, como ocurrirá en Córdoba, y se propone una terna de candidatos a consideración del Papa, el nuncio apostólico (el embajador del Pontífice en cada país) debe hacer una investigación o una consulta sobre las condiciones de cada candidato, e informar al Vaticano. Generalmente se consulta al propio obispo del lugar, a sacerdotes de la misma diócesis y de congregaciones religiosas, a las autoridades de la Conferencia Episcopal, y a algunos laicos. Con toda esa información, la Congregación para los obispos asiste al Papa para que elija. Es probable que en el caso de Córdoba, quizá no le haga falta a Francisco tanta investigación.