La recuerdo todos los días de mi vida. La emoción le corta la voz, a Frecia Opazo. Habla de Jimena, la gemela de Romina, muerta a los tres meses de vida, cuando una médica llamó neumonía a una crisis cardíaca que se la llevó pocas horas más tarde.

A Frecia Opazo le hace bien pensar que el secreto de las piernas de Romina “la Pepa” Gómez, goleadora estrella del femenino de Belgrano, es que junto con ella, por la cancha corre la hermana muerta.

A sus 60 años, Frecia Opazo tiene mucho para celebrar: un empleo, un triunfo electoral que la catapultó presidenta del Centro Vecinal del barrio Ciudad de los Cuartetos, y fundamentalmente, una crack en la familia, delirio del club de Alberdi, y de las pibas que se sueñan futbolistas.

Antes, la mamá de la Pepa Gómez ha conocido la pobreza, sufrió humillaciones, pérdidas dolorosas. Sin embargo, habla de una infancia feliz en un palomar de la villa del Cható, donde a las ocho de la noche, para ahorrar kerosén, apagaban de un soplido la luz improvisada dentro de un frasco de vidrio. En la penumbra, ella leía los diarios y revistas, libros, que su padre rescataba del cirujeo y contento, como un tesoro, le entregaba al final de cada día. Así, cuenta agradecida, aprendió a hablar bien, se cultivó, supo del mundo, tuvo ambiciones. Las historias de Reader's Digest eran sus preferidas.

Lagrimea, cuando habla de su padre, un chileno que, herido en una mina de San Juan, con su esposa y la prole, recaló en Córdoba, adonde antes de que las monjas del Sagrado Corazón les ayudaran a instalarse bajo techo, durmieron varios días bajo un árbol. Los primeros años, a ella le gustaba acompañarlo, montada sobre su carro de ciruja. Hasta que creció un poco, y le dio vergüenza que la vieran sus compañeras de la escuela. Tu papá anda en carro… el mío en auto, le dijo una. No me lleve más, papá, rogó entonces. Cascoteado por los rigores del trabajo y el alcohol, el hombre murió demasiado pronto. A Frecia Opazo le duele todavía. Como la muerte de su esposo, hace cinco años, de mala praxis, acusa.

En la villa del Cható hizo su propia familia. Allí crió a sus cinco hijes. La Pepa, otras dos mujeres (la menor, con una discapacidad limitante), y dos varones que recibían las burlas de sus compañeros: la hermana jugaba al fútbol mucho mejor que ellos. Nacida a metros del Kempes, a la chica, el estadio le marcó el destino.

Cuando el gobierno de José Manuel de la Sota pergueñó las ciudades barrios para sacar las villas de espacios cada vez más codiciados por el negocio inmobiliario, Frecia Opazo ya tenía su liderazgo entre les vecines. Desde el Ministerio de Desarrollo Social la eligieron para que ayudara a organizar la mudanza, me cuenta, en el salón del Centro Integral del Adulto Mayor de barrio Ciudad de los Cuartetos, donde trabaja. Me lo gané, aclara, como respondiendo a algún reclamo. Un puesto estable desde hace una década, que, en algún momento, le permitirá jubilarse.

Ahora prefiero estar aquí, dice, 18 años después del traslado. Amo este barrio, pero creo que tendríamos que habernos quedado en el Cható. Mucha gente vivía en esos terrenos desde hacía 70 años. Eran dueños de esas tierras. Tenían sus trabajos en la zona. Aquí debimos hacer un piquete para exigirle al gobernador asfalto y colectivos. Con cacerolas, agrega. Y desmiente la mala fama de Ciudad de los Cuartetos: chicos en la droga, robos, sí, pero muchas familias, él albañil, ella empleada doméstica, han mejorado sus casitas. El frente impecable, con verde y flores.

Me muestra la prolijidad, por los alrededores de la escuela, el jardín maternal, el salón de los mayores, el centro cultural, su casa. En el ingreso al barrio, la zona más segura. Pide una foto frente al famoso mural de la Pepa, donde viven ella, la hija estrella (ahora en un segundo piso que se construyó), la más chica. Y donde está la panadería de Romina.

¿Si es puntera del gobierno de Schiaretti? A nadie busco para ir a votar, se escabulle. Después de una campaña con acusaciones cruzadas por el financiamiento y los planes sociales, durante 2022 fue elegida presidenta del Centro Vecinal. Somos todos peronistas, sintetiza Frecia Opazo cuando le pregunto por las internas en el barrio. Y repite el discurso de los grandes medios sobre la corrupción del kirchnerismo, pero, confiesa en un susurro, ha votado por Alberto Fernández. Macri, nunca, asegura.

Andar liviano, juvenil. El rostro aindiado, cabello largo renegrido. Un comentario con cada vecina que anda por ahí; evita la sonrisa y balbucea cohibida: debo volver al dentista; lo dejé durante la pandemia.

Vio muy pronto que su hija Romina, la Pepa, como la llamó el abuelo por su pequeñez, tenía fuego en las piernas. La llevaba a todos los torneos de donde me la pedían, recuerda. De barrio a barrio, en ómnibus o remís. Mucho antes de que las pibas empujaran por su lugar en el fútbol, a la Pepa se la disputaban. Sí, los equipos de varones. Era la única chica, dice Frecia, y ríe: los nenes lloraban cuando sabían que la enfrentarían. Entonces, debí aguantar a algunas madres: me decían que mi hija era una marimacho.

A Frecia no la enoja, ni sorprende, que Romina, 32 años, después de un novio colorado, haya tenido novia. Mi hermana tenía una pareja mujer. Costó mucho que mi mamá y mis hermanos lo aceptaron, pero yo la apoyaba.

Las discusiones con la Pepa niña/adolescente pasaban por otro lado: no quería ir a la escuela. Con la pelota bajo el brazo, hacía de todo para que su madre la dejara salir a patear.

Frecia Opazo tiene un pendiente. Por su trabajo político en el barrio, hizo cursos sobre infancia, violencia de género, adicciones. Pero quiere terminar la secundaria. Me lo debo. Se promete.