"Nosotras parimos, nosotras decidimos” es un gran eslogan. Tras siglos de vivir la maternidad como algo prácticamente inevitable, la difusión de métodos anticonceptivos eficaces en Occidente ha transformado radicalmente la noción y la experiencia de la maternidad y de la no maternidad. Pero, aunque la anticoncepción eficaz existe desde hace más de cincuenta años, hemos tardado bastante más en reflexionar a fondo sobre qué significa elegir ser madre y decidir serlo. Y es que el derecho a decidir, allí donde se ha conseguido garantizar, se ha quedado en el derecho a interrumpir un embarazo no deseado, un punto central en las luchas del movimiento de mujeres y un avance decisivo en la liberación que supone la maternidad como elección, pero a todas luces insuficiente.

Una presión en retirada

Ahora bien, si la maternidad es imposición y esclavitud, ¿acaso la liberación consiste en no ser madre? La tentación de concluir así la ecuación, presente desde hace tiempo en algunos esquemas de pensamiento feminista, se ha visto reforzada por un ambiente ideológico individualista y hedonista en el que todo lo que tiene que ver con ataduras y compromisos es visto como carga y sacrificio.

En este terreno, el afloramiento de distintos relatos de maternidad marcados por el sufrimiento e incluso por el arrepentimiento, que rompen por fin el edulcorado mito de la maternidad feliz, ha tendido a identificarse como señal de que la maternidad se sigue viviendo como imposición, como un mandato que obliga a las mujeres a reproducirse. La obligación no sería ya el resultado de la falta de alternativas al embarazo, sino de la presión ideológica que identifica ser mujer con ser madre y usurpa el lugar del genuino deseo de libertad femenino.

Por supuesto, esa ideología patriarcal, con sus intentos de control y sometimiento, existe. Ejerce, además, una presión muy visible e impertinente que, acompañada del mito de la maternidad como circunstancia plena y feliz, puede aún hacer mucho daño. Pero se trata de una presión en retirada, de una presión que cabe calificar de secundaria o menor en comparación con la presión antinatalista y anticuidados que entraña la inseguridad vital de las trayectorias precarias, las largas jornadas laborales, los salarios bajos, el desempleo, las ayudas insuficientes del Estado de Bienestar y un tejido social deshilachado en el que es muy difícil encontrar o reconstruir una red de apoyo para criar.

Madre y mujer

Las maternidades dolientes, en su inmensa mayoría, se deben a que vivimos en una formación social cuyas normas y costumbres son casi incompatibles con la maternidad y la crianza. A que vivimos en un mundo atrozmente subordinado a los intereses de la producción de mercancías y resquebrajado por la crisis de cuidados, en el que todo conspira para que no haya tiempo ni lugar para criar a un hijo. Esto no significa que en el fondo tener hijos sea el colmo de la felicidad; no se trata de re-mitificar ahora la maternidad, pero sí de seguir avanzando: una vez conquistados los medios para elegir no tener hijos, toca luchar para conseguir aquellos para tenerlos en mejores condiciones.

Lo bueno de los movimientos pendulares en una Tierra que gira es que el péndulo no vuelve exactamente al mismo punto de partida. Al introducir en la agenda feminista la lucha a favor del derecho a decidir ser madre, hay algunos errores frente a los que estamos ya inmunizadas: hemos aprendido, de la mano de Adrienne Rich y otras grandes escritoras, que la ambivalencia es la característica más acusada de la maternidad: es lo que más feliz te puede hacer y, exactamente al mismo tiempo, es lo que más dolor te puede causar. Hemos aprendido que la identidad de una mujer no se agota en su función maternal. Sabemos que los humanos somos una especie de crianza cooperativa y para criar felizmente a un hijo hace falta algo así como una tribu. Sabemos que nosotras parimos y nosotras decidimos y toca ahora darnos cuenta de algo que escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo: “[La mujer] no puede consentir en dar la vida más que en el caso de que la vida tenga un sentido; no podría ser madre sin tratar de representar un papel en la vida económica, política y social. No es lo mismo engendrar carne de cañón, esclavos o víctimas que engendrar hombres libres”.

Por Carolina del Olmo, directora de publicaciones en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y autora del ensayo ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista. / Fuente: Le Monde Diplomatique