El golpe de Estado de 1955 se inició en Córdoba el 16 de septiembre de 1955 con un tiro disparado por el militar Eduardo Lonardi. ¿Por qué fue nuestra ciudad la elegida? ¿Por qué Lonardi viajó en colectivo a Córdoba junto a su familia para desaparecer al peronismo? ¿Quiénes colaboraron para que Córdoba sea considerada ‘La heroica’?

De Perón para abajo, nadie tenía dudas de que en Córdoba anidaba el golpe de Estado que buscaría derrotar al gobierno democrático. Gobierno que detentaba el poder desde 1946, con ratificación en las urnas en 1951. ¿Cómo se deduce que Córdoba era el lugar en donde todo explotaría?

A mediados de 1955, la relación entre el oficialismo y la oposición era insostenible. A las críticas por izquierda y por derecha que apuntaban al presidente, se sumaba como contendiente de última hora, a la iglesia Católica. El enfrentamiento nació en Córdoba en la recordada procesión del Corpus Christi y fue refrendado del otro lado cuando el Ejecutivo avanzó en lo que hoy conocemos bajo el lema ‘Iglesia y Estado, asunto separado’. Ley de divorcio -que generó la renuncia de la primera mujer cordobesa en ser senadora- y el fin de la educación religiosa en las escuelas públicas, entre otras medidas. Los puentes de la concordia estaban rotos y Córdoba era el centro de la escena.

Atento a esto, Perón nombró como ministro del Interior al tucumano Oscar Albrieu, un viejo radical que había cursado sus estudios superiores y realizado su militancia en Córdoba. Y como primera medida, el presidente le pidió a Albrieu que buscara en esta ciudad a los hombres que pudieran frenar la asonada. 

En Córdoba estaba la víbora: así se gestó el Golpe de Estado contra Perón en 1955

La tarea fue titánica. Córdoba había sido la provincia en donde el peronismo había obtenido los peores resultados electorales tanto en 1946 como en 1951. Además, la inteligencia universitaria, de mayor preponderancia en Córdoba que en cualquier otra parte del país, era especialmente refractaria al peronismo. Los esfuerzos de Albrieu encontraron resultado en la calle Rivera Indarte, en la pequeña oficina del abogado Juan Zanetti. El viejo militante comunista, perseguido y encarcelado por el peronismo, aceptó mediar para frenar la reacción conservadora. Zanetti fue un militante íntegro y completo, distinto a su hijo Eugenio, que eligió los caminos del arte y logró el único Óscar que hoy ostenta una persona nacida en estas tierras. 

Lo cierto es que Zanetti,  junto a otros ilustres entre los que estaban Lucio Garzón Maceda y unos 40 cordobeses más, redactaron un comunicado reconociendo las críticas que siempre habían hecho al peronismo, pero valorando los progresos del país en los 10 años precedentes e instando a frenar el golpe a la democracia. Evidentemente fue en vano: los 40 hombres, de trayectoria académica y política, que no formaban parte del peronismo y que incluso habían tenido una explícita militancia antiperonista, fueron ignorados -en el mejor de los casos- y maltratados por los que consideraban que la única salida era el golpe.

En forma paralela a esta historia aparece Eduardo Lonardi, que por entonces tenía apenas 59 años, pese a que se lo presente siempre como un hombre anciano. Estaba, sí, enfermo. Lonardi, militar retirado por entonces, se convirtió en el cerebro del golpe anunciado: su plan estuvo listo el 11 de septiembre. Cuatro días después, el 15 por la noche, buscó desorientar al peronismo viajando a Córdoba en un colectivo de línea junto a su familia. En apariencia, era apenas un paseo turístico que tendría sede en una casa quinta de La Calera. Pero a las 00 horas del 16, ingresó al dormitorio del jefe de la unidad de la Escuela de Artillería, lo convino a la rendición y el coronel en cuestión, somnoliento aún y sin comprender lo que sucedía, atinó a decir que no. Lonardi no dudó en apuntar a la cabeza: el tiro salió desviado y dio en la oreja del militar que se negaba a sumarse al golpe. El disparo de Lonardi fue el puntapié de lo que se autotituló Revolución Liberadora. La orden del general retirado a sus subordinados fue clara:

—Debemos actuar con la máxima brutalidad.      

La primera tarea de Lonardi, su hijo y el coronel Ossorio Arana fue reducir la Escuela de Artillería, en las afueras de Córdoba. Tras la rendición del cuerpo, siguió la Escuela de Infantería y la Escuela de Tropas Aerotransportadas. Si las dependencias militares cordobesas caían, había reflexionado Lonardi, el resto del país se derrumbaría como un castillo de naipes. A eso, el general golpista sumaba el apoyo que la sociedad civil cordobesa, intuía, daría al golpe. No se equivocó.

Como relata César Tcach, participaron, en el golpe del ‘55, amplios sectores de la oposición política, entre los cuales se cuentan “radicales sabattinistas y unionistas, dirigentes de Acción Católica y del Partido Demócrata Cristiano, demócratas nacionales, socialistas y grupos nacionalistas”. Al disparo inicial de Lonadi, en Córdoba siguió la reprimenda de los militares sublevados y el accionar de civiles “que ocuparon sedes peronistas, requisaron vehículos y contribuyeron a la detención de personas. La Federación Universitaria de Córdoba acompañó este movimiento ocupando la sede de la Universidad”, señala Tcach 

El mensaje místico religioso -Cristo Vence y las referencias a la Virgen de las Mercedes, la patrona del Ejército-, tuvieron tanto peso como el odio al peronismo. Los tres días de batalla dejaron a Córdoba en ruinas y con un número nunca definido de víctimas mortales, pese a que oficialmente se cuentan unas 65 personas asesinadas. La primera dama de la provincia, esposa de Raúl Lucini, supo recordar que el problema en aquellos días de septiembre de 1955 fueron los civiles, que asaltaron y robaron las casas de quienes habían integrado hasta el 16 de septiembre el gobierno elegido democráticamente.

En Córdoba estaba la víbora: así se gestó el Golpe de Estado contra Perón en 1955

El 26 de septiembre, a pocos días de consumado el golpe, el Comité Provincial de la UCR emitió un comunicado instando a sus afiliados a seguir prestando adhesión al gobierno dictatorial  “de la misma manera que lo hizo anteriormente con las armas”. Así, Eduardo Angeloz, que era por entonces el presidente de la Juventud Radical de la capital, asumió como secretario privado del ministro de Obras Públicas de la provincia, el también radical Miguel Ángel Ferrando. Antonio Medina Allende y Mauricio Yadarola, radicales mediterráneos de vasta trayectoria, comenzaron a cumplir tareas en la órbita nacional de la dictadura. Lucini, De Uña y Obregón Cano, los tres hombres fuertes del gobierno depuesto, fueron detenidos y encarcelados en la Penitenciaría de barrio San Martín. Allí también quedó alojado Próspero Luperi, el rector de la UNC que volvería al mismo cargo tras el triunfo de Héctor Cámpora en 1973. 

Las paradojas argentinas: otro que ocupó un cargo en aquella dictadura fue el democristiano José Antonio Allende como miembro de la Junta Consultiva Nacional. 18 años después, Allende sería candidato a senador nacional por Córdoba en la misma boleta de Cámpora y Obregón Cano, los dos presos tras el golpe. Allende, en 1973, compartió fórmula con el ex comunista Luis Agustín Carnevale. Durante aquellos días del tercer peronismo y ante la reiterada ausencia de la vicepresidenta en la sesiones del senado (apenas fue a una), su lugar fue ocupado por el cordobés Allende, que pasaba a ser, así, de funcionario antiperonista en 1955 a tercero en la línea sucesoria del gobierno de Perón en 1973.