De la grasa sobrante del Estado al presidente en reposera, el lenguaje político, la simbología a la hora de hablar de trabajo sigue dividiendo aguas. “La cultura del trabajo es un ámbito que genera conflictos políticos de manera permanente”, explica Gonzalo Assusa, sociólogo, doctor en Ciencias Antropológicas y autor de “El mito de la patria choriplanera”, editado por Eduvin. 

En entrevista con “Otro Siglo”, conducido por Camila Arguello y Catalina Caramuti por 102.3 FM, Assusa analiza la noción de trabajo y su papel en la sociedad capitalista a lo largo de la historia. Hace foco en los cambios y desafíos que atraviesa el ámbito laboral en los últimos tiempos, de la mano de las diversas transformaciones estructurales a las que asistimos actualmente. 

—¿Qué implica pensar en la cultura del trabajo de manera histórica? 

—Uno podría reconstruirlo en distintas dimensiones. En el ámbito de la política, el trabajo ocupa un lugar central hace muchísimo tiempo. Por lo menos en el nuevo siglo, no ha dejado de ser la herramienta con la cual los actores de la política dividen aguas. Todos quieren arrogarse el valor del trabajo, todos se paran de la vereda del trabajo, nadie hace política a lo “Damas gratis”, haciendo una simbología de la vagancia. Sin embargo, la pragmática política va por lugares muy distintos. 

Tanto las opciones más liberales como las más progresistas han optado por hacer del trabajo un valor central. Para unos trabajo implica acceso a derechos y protecciones, y para otros trabajo implica la gran narrativa individual de ser agente de uno mismo, que con el trabajo todo se resuelve, que a la Argentina se la saca adelante trabajando, que prácticamente todos los problemas pueden explicarse por aquellos que no trabajan. Implican de alguna manera apropiaciones muy diferentes. La cultura del trabajo viene generando conflictos políticos de manera permanente. 

Mi punto de partida en el siglo XXI es la discusión por los planes sociales en 2003. Es una discusión en la que participa uno y otro lado, o una y otra vereda de la denominada grieta. Así como para la opción liberal el peronismo es una suerte de fábrica de vagos (la grasa sobrante del estado, los ñoquis, choriplaneros, etc), del otro lado también usaban la misma simbología: el señor de las reposeras, el presidente que estaba todo el tiempo de vacaciones, por ejemplo. Nadie quiere estar del lado de los vagos, en política es un suicidio electoral. Pero hay que entender que es una especie de lenguaje político que tenemos para hablar de los propios y de los ajenos, y sobre todo de los que merecen y los que no merecen. 

"El trabajo siguió ocupando un lugar, incluso cuando el trabajo es la ausencia"
Foto: Ezequiel Luque
"El trabajo siguió ocupando un lugar, incluso cuando el trabajo es la ausencia" Foto: Ezequiel Luque

—¿Pensás que hay cambios en está idea de trabajo asociada al sacrificio que se arrastra desde el siglo XX?

—Depende en qué ámbito uno sitúe la discusión. Por ejemplo, en sociología hubo toda una discusión en los años 90 y a partir de la caída del muro, en donde muchos se apresuraron a decir que el trabajo ya no era el centro estructurador de la vida social. Ahora hay otros, hay otras identidades, las identidades son múltiples, el consumo ocupa un lugar fundamental para la construcción de identidades sociales. Entonces, esa centralidad del trabajo se fue perdiendo. Eso es discutible me parece, yo entiendo que el trabajo siguió ocupando un lugar, incluso cuando el trabajo es la ausencia. Hay algunos estudios franceses que muestran que buscar trabajo en sí mismo es un trabajo, es una ocupación incluso cuando uno no está todo el tiempo caminando afuera tirando curriculums, es una ocupación omnipresente, un peso permanente y es un estructurador del tiempo muy difícil, complejo. La idea de sacrificio no ha dejado de ocupar un lugar central, sin embargo ha ido mutando. Hay una vertiente más religioso-bondadosa de la idea del sacrificio que promete un Estado dios protector que premia ese sacrificio. El ideario del empresario en sí mismo, de la meritocracia, de este nuevo discurso liberal, no lo explicita pero... de alguna manera, solo es posible llegar a ser Steve Jobs si no todos llegamos a ser Steve Jobs, porque sino no habría premio alguno. Es una promesa de salvación absoluta, pero dejando atrás una gran masa de población. Entonces, creo que efectivamente ha ido cambiando. Prometer mucho placer, en lugar del sacrificio, al mismo tiempo avisando que no te va a reconocer un derecho.

—También en el imperativo de productividad que circula como imaginario social, en las redes sociales y cómo, a partir de la pandemia, el trabajo se trasladó al ámbito doméstico, al hogar, y el imperativo de productividad...

—Eso es muy interesante porque las investigaciones que se hicieron durante el proceso de pandemia muestran que ese imperativo de productividad no se aplicó solamente al ámbito laboral, sino incluso al ámbito del ocio. Lo que aparecía cuando se hacían entrevistas, es: “bueno, voy a aprovechar este tiempo que estoy en casa para tener más abdominales, para leer todos esos libros que no había leído, para ver todas las películas del neorrealismo italiano que nunca pude ver.” Había una imposición de una temporalidad productiva. 

La productividad si tiene su origen allá muy lejos en los inicios del capitalismo, en los estudios clásicos, por ejemplo de Max Weber, está presente ese tipo de discurso en el 1700, el famoso “el tiempo es oro”. De alguna manera, la productividad en el ideario o en la ética protestante implicaba un augurio de muchas más posibilidades de entrar a la vida celestial. Ese imperativo de productividad estaba, lo interesante es cómo mutó o se trasladó del ascetismo laboral a nuestros consumos de tiempo libre. “Tengo que ver todas esas series que no pude ver cuando había pandemia.”

—También está muy presente este discurso, replicado en medios y redes sociales, de “ser tu propio jefe”. Ya no es sólo un imperativo de consumo sino también una presión laboral...

—Lo estamos viviendo ahora masivamente por la pandemia, pero esto de asociar el espacio de trabajo con el espacio doméstico, o de realizar teletrabajo en muchos espacios ya se estaban aplicando en algunas profesiones. Hay un libro muy interesante de Richard Sennett que se llama “Carne y Piedra”, y una de las cosas que muestra es como las transformaciones productivas en el ámbito laboral, la instalación plena del capitalismo, fue seguida de una serie de transformaciones tecnológicas, por ejemplo en el formato de los sillones, por ejemplo las butacas de los trenes que antes estaban enfrentadas para que las personas hablaran se transforman y se ponen todas mirando hacia adelante, y se vuelven todas mucho más cómodas. No solamente te enfocaban a la nuca del otro sino que se volvían más cómodas. Lo mismo el sillón del living, lo mismo la disposición de los pubs que dejaron aglomeramiento de personas y empezaron a generar vitrinas de alguna manera para mirar hacia afuera. Todas esas transformaciones fueron generando que el tiempo de ocio, sobretodo en la población trabajadora fuera un tiempo productivo, porque necesitaban que esas personas descansaran lo suficiente aun cuando quedaran atontadas en ese tiempo de descanso, para que al otro día siguieran siendo igual de productivos. El ocio también juega un rol funcional en relación a las necesidades de los empresarios en términos productivos. 

—¿Te imaginas en este otro siglo cambios estructurales en relación a las formas de trabajo que conocemos?

—Si, creo que hay una expectativa en relación a la pandemia como si fuera a pasar como en las películas de Hollywood, que después de la invasión extraterrestres somos como una especie de gran Kibut y no se explica cómo de repente terminamos siendo eso. Recuerdo porque no habían pasado dos semanas de aislamiento en la Argentina y habían aparecido 5 o 6 libros hablando de la desaparición del capitalismo y de la gran transformación. Creo que si la pandemia hizo algo fue acelerar las estructuras existentes. Entonces creo que tiene que ver con ir derribando algunas fronteras entre el trabajo y el no trabajo, por ejemplo aquello que conocemos hoy como trabajo del cuidado, economía de los cuidados, pero que nos lleva un gran trabajo justamente o una gran energía legitimarlo y reconocerlo como trabajo. Entonces, el mejor sentido de la imaginación para las transformaciones estructurales del mundo del trabajo son las enseñanzas del siglo XX, son los derechos, creo que es a lo que seguimos apostando. 

Escuchá la entrevista acá: 

Entrevista a Gonzalo Assusa en "Otro Siglo" by cba24n.com.ar