Es jueves al mediodía y una mujer remueve la olla humeante en el Comedor Rinconcito de Luz, del barrio Juan Pablo Segundo. “Hoy hay guisito”, explica, “carne no, huesito solo nomás, que donan”. A falta de carne, cada vez más cara, el hueso sirve para dar sabor a la comida. El menú se completa con fideos y verduras de la propia huerta. “A veces juntamos plata entre nosotras y compramos alita”, dice.

El comedor ya tiene 20 años. Nació al calor de la crisis de diciembre de 2001. Hasta antes del inicio de la pandemia, era un merendero para niños y niñas. Como muchos espacios en los barrios, este también se tuvo que reconvertir: ahora brinda tres comidas diarias para 250 personas de todas las edades. 

“Nos tuvimos que adaptar al día a día”, dice Laura, una de las cocineras. “El que vivía de changa, con la cuarentena ya no tenía su monedita diaria y los chicos no iban a la escuela. Así que improvisamos, le pusimos el pecho”, agrega. Ahora cocinan con ollas y cucharones prestados. 

Las donaciones se reciben en la calle Celestino Muñoz 1204.