Cuando vio su nombre en un papelito, sintió que los compañeros le entregaban un Oscar. “Me lo tomé muy en serio”, dice Ilda Bustos, al retroceder 40 años, momento en que fue elegida delegada del área de preimpresión del diario Córdoba. Ahí comenzó su vida de dirigenta gremial, hoy, desde hace un par de décadas, secretaria general de los gráficos (y gráficas). La primera mujer de Córdoba en semejante lugar: conducción de un sindicato coto histórico de varones; en un sector laboral −el taller de los viejos diarios e imprentas−, predominantemente masculino.

Siendo todavía casi adolescente, estudiante de Ciencias de la Información en la UNC, durante la dictadura cívico eclesiástico militar de 1976 fue perseguida por sus inquietudes políticas: detenida clandestina dos veces en el campo de concentración La Ribera; refugiada luego en un pueblo mendocino donde tenía familia, al que llegó escondida en un auto, de ómnibus en ómnibus.

Hasta entonces, la política había sido como un juego. Una profesora de la escuela pública de su pueblo, Josefina Piana, que con interrogantes y un abanico de hechos del país y el mundo, le marcó un rumbo de compromiso social. Década del 70. Ajenes a lo que se avecinaba, Ilda y otros compañeros se sumaron a la militancia y recién unos años más tarde, por comentarios de algunas esposas de los gendarmes de la Escuela de Suboficiales de Jesús María, supieron que algo horrible ocurría con los detenidos políticos que comenzaban a poblar centros clandestinos. Pichuco, uno de esos compañeros, está desaparecido desde entonces: Juan José Lazo, militante del peronismo revolucionario en la Unión de Estudiantes Secundarios.

Ilda Bustos, en su despacho del Sindicato de Obreros Gráficos de Córdoba. Foto: Ezequiel Luque
Ilda Bustos, en su despacho del Sindicato de Obreros Gráficos de Córdoba. Foto: Ezequiel Luque

María, la mamá de Ilda Bustos, era comunista. A los 14 años se afilió al partido en Italia, desde donde llegó a Argentina diez años después, tras el rastro de un padre desconocido. En Mendoza se enamoró del papá de Ilda, un peronista que manejaba máquinas agrícolas, y juntos, con Ilda niña y otro hijo, rumbearon para Colonia Caroya, cerca de Jesús María (la del Festival Nacional de Doma y Folklore), en la que el hombre vislumbrara un mejor porvenir arriba de un camión de combustibles. La madre advertía a sus hijos que no creyeran todo lo que decían los diarios. Entre los conocidos del padre, destacaba un ruso vendedor de pescado que hacía el reparto con Nuestra Palabra, la revista del partido Comunista, bajo el brazo.

“Me critican cierto autoritarismo. Sí… Me lo dicen los compañeros. Algunos tienen miedo de hablar conmigo”, se ríe Ilda Bustos, en su oficina de secretaria general, en la sede de calle Avellaneda, en barrio Alberdi, la puerta abierta, a cada rato una interrupción: los preparativos para uno de los cuatro comederos a los que asiste el gremio (con dinero de los integrantes de la comisión directiva, aclara el compañero que interrumpe); el locro del primero de mayo; el agua del dispenser. “He tenido peleas antológicas con algunas empresas”, agrega Ilda Bustos, pero, prefiere enfatizar, lo que más valoran sus compañeros es su constancia.

Como mujer, lamenta que siguen siendo pocas, en la lucha gremial. Ella se las ha arreglado bien para estar ahí. “Siempre estudiando, teniendo claro en qué lugar pararme”. Y un compañero de vida, Rafael Brollo, con quien se bancan desde hace casi 40 años y criaron, "mita y mita", una hija. “Pobre, ha dormido hasta arriba de las bobinas de papel”, se ríe, tranquila porque la chica, antropóloga, ya está en el Conicet, y ahora, de posgrado, en México.

Antes de ser delegada, Ilda Bustos anhelaba ser periodista. De investigación. Licenciada en Ciencias de la Información, cuando en 2024 termine su mandato en la Unión Obrera Gráfica Cordobesa, promete, se dedicará a escribir. Una historia de la contraofensiva montonera de 1978. ¿Si fue un disparate? ¿Estaba bien o mal, luchar contra la dictadura?, defiende. Mientras, recuerda con cariño a Saúl Ubaldini. A Tosco y el Negro Atilio Lopez, por supuesto. Su amistad con el legendario Raimundo Ongaro. Y a Adolfo Pérez Esquivel, cuyo premio Nobel fue una de las alegrías más grandes que le dio la vida. Lee. A Federico Falco en ‘Los llanos’, y ama a Pedro Lemebel (‘Tengo miedo, torero’, entona).

Fue legisladora provincial por el delasotismo. Opositora dentro de su propio bloque. Factótum de la recuperación de la histórica CGT de avenida Vélez Sarsfield como Casa de la Historia del Movimiento Obrero. Cofundadora de la Intersindical de Mujeres. Adjunta de la CGT unificada, y candidata a diputada nacional por el kirchnerismo.

llda Bustos tiene 65 años. Nos conocimos en la Universidad. Coincidimos en La Ribera. Nos recibimos juntas, gracias a una prerrogativa del gobierno de Raúl Alfonsín con los perseguidos de Ciencias de la Información. Cuando trabajaba en el diario Córdoba, fue pensionista de mi mamá, en la calle Rioja, a metros del diario. Después, nunca dejó de visitarla, a mi mamá, una señora conservadora que nos quería vírgenes y bien casadas. Ilda amaba a mi madre. La amo por ese amor. Desde aquellos años, siempre la vi luchar. El mismo pelo largo de muchacha, lacio y oscuro como entonces. Indiferente a las huellas que una enfermedad y un accidente dejaron en su andar. En la misma trinchera.

Ilda Bustos, 40 años de lucha gremial