Abanderada en el jardín de infantes. Abanderada en la escuela primaria. Abanderada en la secundaria. Cuando Juana Presman se recibió de médica con el Premio Universidad al mejor promedio, enseguida la becaron para hacerse cargo del consultorio de Bienestar Estudiantil, entonces en Artigas 160, donde se evaluaba la salud de quienes ingresaban a la UNC. Tiempos duros. Al discurso que leyó durante la entrega de diplomas, primero lo revisaron los milicos que desde 1976 reinaban en Argentina.

En su flamante consultorio, gracias a observarle atentamente los pulmones, le diagnosticó hidatidosis a una ingresante que no se hacía ver desde sus años de consulta pediátrica. Ahí le nació a Juana Presman, la necesidad de especializarse en adolescencia. Para las chicas y los chicos de esa edad, ya no niños, tampoco adultos, en la que carecían de médico específico.

Tanto en el consultorio, como en medios de comunicación, redes sociales e instituciones variopintas, desde hace casi 40 años, antes que recetar, Juana Presman escucha. Mira con atención el mundo de sus pacientes. Y va al hueso en asuntos espinosos: adicción a la tecnología, imagen corporal, trastornos alimentarios, peleas con los padres, alcohol y otras sustancias de fuga, sexualidad, embarazo no deseado, apatía. Educadora informal, le gusta definirse.

Algo de lo que dice: como si desconocieran el daño que les hace, tanto la escuela como la familia toleran que los chicos tomen alcohol. Y muchas madres y padres, concentrados en el bienestar personal que promueve la cultura del disfrute, dejan a los adolescentes a la deriva. O castigan, en vez de conversar. No culpabiliza. Pero incomoda.

Amante confesa de las noches de Netflix, Juana Presman también reflexiona sobre las mujeres de muchas de las nuevas series policiales de la plataforma, con jefas de policía y asesinas, donde hasta hace poco solo había varones. "Las chicas de Netflix" ahora calzan armas, y disparan como ellos. Lindas, jóvenes y flacas. No se dedican al hogar, poco a los hijos, y tienen sexo con o sin amor. Desenvueltas, temerarias, inteligentes. No hacen dieta, beben, no se preguntan por el peso, ni qué se pondrán. Muy agiornadas a la ola del neo feminismo, estas chicas, sin embargo, no reflejan a la mujer común, dice. Y se pregunta cuánto influyen esos modelos en nosotras, las de por acá.

Juana Presman nació con las bombas del golpe militar de 1955 como música de fondo. Su papá era un famoso médico muy antiperonista que sin embargo, cuando fue Secretario de Extensión, invitaba a Tosco y a otros del mismo palo para disertar en la Universidad. Judío. Pero como quería que tuvieran amplitud de mira, a ella y a su hermana Miriam −artista plástica que vive en París− las mandó a una escuela de monjas norteamericanas. Y a Carlos, el menor de tres, al Colegio Alemán.

A sus abuelos maternos, los Briski (Norman, el famoso actor, es su tío), les debe el amor por las sierras de Córdoba y la naturaleza. Vivían en Río Ceballos y hacia allá partían los Presman Briski muy a menudo. Juana todavía usa ropa heredada de la abuela Briski, elegante y viajera por el mundo.

Habla inglés, alemán y francés. Algo de hebreo e italiano. También becada, vivió dos años en Alemania, profundizando conocimientos sobre trastornos alimentarios. Mientras estaba allá, muy doloroso, murió su padre.

Vive un poco en Villa General Belgrano, donde hace lo que más le gusta cuando no trabaja: nadar. Su lugar en el mundo, el río Los Reartes. Menuda, enérgica, pelo ensortijado sin tintura, avanza en el agua como una muchacha.

Vive un poco en Villa General Belgrano, donde hace lo que más le gusta cuando no trabaja: nadar. Su lugar en el mundo, el río Los Reartes. Foto: Ezequiel Luque
Vive un poco en Villa General Belgrano, donde hace lo que más le gusta cuando no trabaja: nadar. Su lugar en el mundo, el río Los Reartes. Foto: Ezequiel Luque

En Córdoba atiende su consultorio y gracias a que se desconectó de internet para achicar gastos, a la noche lee. Lo más reciente, La soledad de los números primos, de Paolo Giordano −amistad entre dos personas jóvenes rechazadas por el resto debido a sus discapacidades y rarezas−, y Ñamérica, de Martín Caparrós, que me recomienda con entusiasmo.

Trabajó 35 años en la Casa del Joven. Una escuela de vida, subraya. Y cuenta. En una ocasión, llegó alguien con pene y pechos. Documento de identidad con nombre de varón. Delitos peligrosos en su currículum. Decime Leona, le insistía. Eran los 90. Juana Presman nunca había visto una persona trans. Pero, dice, se llevaba bien con los delincuentes. Me llamaban desde la cárcel, recuerda. En aquellos años, también atendió a veteranos de Malvinas y trabajadoras sexuales.

Con Hebe Goldenhersch y Lucía Baudino, hizo la primera investigación de Argentina en chicas con problemas alimentarios. Cien casos, que en 2010 presentaron en un congreso internacional en Nueva York. Ha escrito además dos libros, editados por Nuevos Editores, de títulos inequívocos. ‘Decir que no’ y ‘Yo qué. Cuando los adolescentes nos hablan’.

¿Hay salvación para les adolescentes? No está de acuerdo con Favaloro, cuando denostaba a las nuevas generaciones. Pero muy preocupada, propone una escuela de pensamiento crítico. Estamos estupidizando a los chicos, dice. Tienen otras destrezas, pero les falta lo que a nosotros nos daba la lectura; la cosa cultural.