Hugo tiene 36 años. La pandemia lo obliga a usar máscara para salir a vender. Sonríe. Dice que prefiere esa delgada lámina al barbijo. Recuerda que ha pasado 90 días sin vender la revista, tiempo durante el cual no pudo avanzar en la obra de su casa. "Vamos para adelante", dice.

Ramón no llegó a la frontera de los 30. Barbijo y rociador completan su atuendo. Esposa e hijos completan una foto para la que aún no hay techo propio. Necesita volver a "hacer plata". Vender es lo que primero le sale.

Pablo apenas cruzó la tercera década, pero lleva 20 años como parte del proyecto. Ya no fatiga esquinas comerciando para ayudar a su madre. Ahora cumple tareas administrativas en la sede de la revista, hundida entre las alturas de Nueva Córdoba  y el pocito de Güemes.

Gonzalo es el mejor vendedor. Así lo presentan, así se siente. Evoca cifras de épocas esplendorosas: más de mil revistas por mes. Ha recibido más de un centenar de distinciones desde que decidió dejar las ventas informales y variadas, 17 años atrás.

"Hay que buscarle la vuelta. Es mucho mejor no enojarse y despedir alegremente a la persona que le ofreciste. No es tanta ciencia. Hay que tener paciencia, recibir con buenos días o buenas tardes. Ofrecerle lo mejor en pocos segundos", enseña, desde su experiencia.

Los cuatro son vendedores de la revista La Luciérnaga, el proyecto integrador y multidisciplinario, ideado por una Fundación que por estos días cumple 25 años. 

Son una pequeña pero significativa parte de los 4 mil jóvenes que han vendido más de 6 millones de revistas por calles de la provincia. Para ellos, un trabajo. Una opción para conformar un proyecto de vida y reinsertarse en una sociedad que suele conformarse con la solidaridad y las donaciones.

Son luciérnagas. 

"La luciérnaga es un ser con luz propia. Un ser que brillando en el medio de la oscuridad nos permite ver que no estamos solos. Nos comparte su luz", remarca el psicólogo social Héctor Suárez, parte del equipo técnico de la Fundación.

Son luciérnagas que pueden compartir su brillo.

"Cada persona que compra está encendiendo su luz a otro, en cualquier oscuridad en que se encuentre. Los chicos son luciérnagas, pero todos los cordobeses somos luciérnagas que prendemos nuestra luz cuando compramos una revista. Cada revista que hay en una casa es una luciérnaga que se prende, que nos muestra un horizonte y que no estamos solos", enfatiza.

Dos dígitos

La Fundación La Luciérnaga reconoce su inicio un 20 de julio de 1995, en la esquina de Cañada y 27 de Abril.

Allí llegó un reducido grupo conformado por trabajadores informales (vendedores, cuidacoches, limpiavidrios) y personas en situación de calle.

Los convocaba Oscar Arias, alma mater del proyecto. Lo urgía la diaria constatación de que la pobreza crecía junto al constante alejamiento del Estado de sus postulados benefactores.

Una semana antes Ramón Mestre asumía la gobernación de una provincia convulsionada tras la salida anticipada de Eduardo Angeloz. Para la profunda crisis de entonces se presentaba como única opción otro gran recorte en el gasto público.

Dos meses antes Carlos Menem era reelecto presidente de la Nación por aplastante margen. Poco importaría que la medición del desempleo de aquel mayo marcara un pico histórico: 18.4. Desde entonces, por casi diez años, la desocupación nunca caería de dos cifras.

En ese contexto de crecientes restricciones y desacostumbradas violencias urbanas, con la incipiente era digital anunciando nuevos consumos, los jóvenes saldrían a vender una revista.

Veinticinco años después casi 20 mil cordobeses pobres (5 mil vendedores y sus familiares) han tenido una fuente de ingresos para apuntalar sueños. Atravesando crisis, reconvirtiéndose por causas ajenas y consecuencias propias.

Más importante aún: sus hijos no han necesitado reincidir en la mendicidad ni se han visto tentados ante descuidos.

"Son tres generaciones de pibes, de los sectores más vulnerables, que han transitado por esta estructura. El 100% de los hijos de nuestros canillitas están escolarizados, es decir que no repiten la historia de sus padres", subraya Arias.

Trabajo y amor

"Además de una revista, La Luciérnaga es un dispositivo técnico de inclusión social. Detrás de cada canillita hay un equipo técnico, hay una institución en la que el chico come, con trabajadores sociales, psicólogos, abogados, odontólogos. Hay todo un dispositivo para contenerlo para que se ponga de pie y pueda construir una nueva realidad", enfatiza Suárez.

La nueva realidad de cada joven se articula a partir de una serie de elementos indispensables: amor, trabajo y respeto por la identidad.

"La Luciérnaga da trabajo. Por otro lado da amor, un espacio de contención, en el que todos los días el chico es recibido con un abrazo. Aquí se sabe quién es cada chico, cuál es su proyecto y qué quiere hacer con su existencia", añade el profesional.

"La revista fue una forma de sacar a los chicos de la mendicidad. El lema de La Luciérnaga es: mendigar nunca más. Desde el momento en que Oscar la fundó hay un grupo de jóvenes que no ha vuelto a mendigar, sino que trabaja todos los días", remarca.

Máscaras y discriminación

La pandemia obligó a un freno en la actividad económica a lo largo y ancho del mundo. Aislamiento, restricciones para el desplazamiento y puertas cerradas como postales repetidas.

La alta contagiosidad de un virus desconocido movió a la reconversión de todas las actividades sociales y económicas, a lo largo y ancho del mundo. Hasta las más simples, ancestrales.

Protocolos de seguridad son condición indispensable para realizar acciones que antes no consideraban vectores infecciosos.

Para los chicos que venden la pinza apretó más fuerte. Durante tres meses no pudieron vocear por las calles. La vuelta los obliga a cargar un kit de desinfección que aplican rigurosamente.

Máscaras, guantes y barbijos. Alcohol en spray y fundas protectoras para la revista. Elementos que median en el contacto con un prójimo que, tantas veces, lo ha mirado con desconfianza.

"Esto del trabajo mano a mano genera muchas resistencias. Nos están diciendo que no se puede. Nosotros respetamos todos los protocolos, poniendo alcohol en la mano de los chicos y en las manos de quien recibe la revista, poniendo alcohol en el envase que la contiene. Si preservamos la distancia podemos seguir acercándonos de alguna manera", explica Suárez.

La discriminación, saben, siempre estuvo. Y estará. Pero no los espanta. Lentamente han ido recuperando presencia en sus puestos. No hay circulación, no hay dinero, la demanda es muy escasa. Pero confían en las manos que comprenden.

"En Córdoba hay mucha gente que tiene el concepto discriminatorio y de conflicto de clases. Pasó y pasará. Pero es más la gente que es luciérnaga", afirma el psicólogo social.

"Hay mucha gente que nos quiere. Del total, un 40% nos compra la revista. O nos deja un yaguareté, que sería un billete de $500. También hay gente que no quiere que te le acerqués. Pero yo me quedo con la gente que nos quiere mucho", refuerza Pablo.

"Antes de la pandemia habíamos agarrado un ritmo lindo. El paro nos cortó los pies. Pero vamos a mejorar", ilusiona y se ilusiona.

Rodando

Entre la gente que quiere mucho a "La Luci" hay un pelotón que pica en punta tras la pandemia. Son los integrantes del proyecto Bewee y de Bicicletas Enrique. Merced a su acción conjunta los vendedores contarán con 10 bicicletas exclusivas para ellos. Podrán usarlas para vender o para cualquier servicio que se pida a la Fundación.

Durante los fines de semana, gracias a la aplicación de Bewee, los rodados serán puestos en alquiler. El beneficio será exclusivo para La Luciérnaga.

"Hicimos un convenio marco con La Luciérnaga y una alianza con Enrique para esta donación. Esto se da en el marco de una red de campañas sociales que apunta a que, mediante nuestra plataforma, se puedan vincular actores del sector privado, como grandes empresas, con organizaciones que tengan una misión benéfica", remarca Lucas Uema, ceo de Bewee.

A su alcance

La palabra final es para Gonzalo. La pide. Reflexiona. Mira a la cámara. Sonríe. Elige "las más sencillas" entre "todas las cosas" que tiene para decirle a la gente.

"Que se cuiden y cuiden a su familia. Que pidan a Dios que todo esto pase. Que todos los que puedan colaborar con La Luciérnaga, que sepan que esta es nuestra casa. Es un lugar al que venimos a trabajar. Que colaboren, si está a su alcance, para que cada uno de los pibes tenga para el sustento de su hogar. Y si no pueden colaborar, bueno, otra vez será", pide.

Todos invitados. En el marco de la celebración de los 25 años el colectivo invita a los cordobeses a pintar un mural alusivo. La cita es este sábado 25 de julio, desde las 10, en la Plaza de la Intendencia.

Cámara: Juan Ramé
Edición: Gerard Guillem