Pensemos en cosas repulsivas. Los cadáveres, por ejemplo, y los gusanos que los infestan. No debe haber combinación más desagradable para la mayoría de las personas. Y sin embargo hay pocas en el mundo —y sólo una en Córdoba— que dedican su interés a la relación que existe entre los cuerpos en descomposición y los bichos: los entomólogos forenses. 

Es martes, los árboles de la Ciudad Universitaria explotan de primavera. En un pequeño laboratorio del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV) de la Universidad Nacional de Córdoba, Moira Battán Horenstein, la entomología del Conicet que trabaja como perito para la Justicia, única en su especie en la provincia, sacude entre sus manos un tubo transparente en el que flotan cuatro o cinco larvas. El tubo tiene un número de expediente, son bichos que crecieron en el cuerpo de alguien que pudo haber sido asesinado y ahora Moira se dispone a hacerlos hablar. “Mi trabajo es analizar las larvas de moscas halladas en los cadáveres para revelar el momento preciso en el que sucedió la muerte”, dice. Con sus técnicas, puede además saber si el cuerpo fue enterrado, removido o si permaneció oculto durante un tiempo. Para trabajar, solo necesita un par de chanchos muertos, o menudos de pollos, o trampas. Y sus resultados pueden desbaratar coartadas y eliminar sospechas. 

El estudio científico de los insectos permite determinar el tiempo que la víctima lleva muerta, así como otros aspectos esclarecedores. 
Ezequiel Luque
El estudio científico de los insectos permite determinar el tiempo que la víctima lleva muerta, así como otros aspectos esclarecedores. Ezequiel Luque

Moira es bióloga, tiene 47 años y dos hijos. Cuando era niña, evitaba salir al patio de su casa en barrio Alberdi si había moscas. “Es raro. En ese momento me daba mucho miedo”, dice. Ahora, si va por la ruta y ve al costado del camino algún animal muerto, piensa en parar para ver qué especies crecen entre las viseras. 

El vuelco en su carrera se dio cuando escuchó hablar de la entomología forense en una clase, un área prácticamente inexistente en Argentina. Entonces hizo un curso con Adriana Oliva, la bióloga que intervino en el caso del soldado Carrasco en 1994, por entonces la única oferta de formación. Convencida de que era lo que quería hacer,  decidió viajar a España para dar sus primeros pasos en el laboratorio de Entomología Forense de Murcia. 

“Mi tesis doctoral se basó en el estudio de la estructura estacional de la comunidad de artrópodos que se asocian a cadáveres de cerdo y pollo, caracterizando en especial la fauna de moscas asociadas a las diferentes etapas de la descomposición. Estas especies, justamente, son las que se encuentran asociadas también a cuerpos humanos en descomposición”, explica. 

Volvió de España cuando todos se iban del país, en 2001, y comenzó a vincularse con el museo de Antropología, el Instituto de Medicina Forense y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que por entonces buscaba huellas del terrorismo de Estado en el cementerio San Vicente. 

Desde entonces ha participado en decenas de casos, primero como perito particular y, desde 2014, como integrante del Programa Nacional Ciencia y Justicia del CONICET, que reúne a los científicos que prestan servicios de peritajes en las investigaciones. 

La primera vez que participó en una pericia judicial fue en 2003, en el femicidio de Rosa Andrea Machado, la trabajadora sexual de 25 años asesinada por Carlos “el Pelado” García, que la apuñaló y la enterró en el patio de su casa. “Todavía hoy me acuerdo de cada detalle de esa casa”, dice. El cuerpo de la mujer ya no estaba en el lugar, pero los huevos de moscas en el terreno fueron claves para determinar que estuvo ahí. A principios de este año, tuvo que participar en la investigación por el femicidio de Ivana Módica, cuyo cuerpo fue encontrado tras varios días en la zona del Camino al Cuadrado. “Son los casos que más me afectan, donde hay mujeres involucradas. Generalmente trato de no seguir muchos los casos, pero es inevitable cuando hay violencia de género”, agrega. 

También permite sabe si el cuerpo fue removido, o si se usaron venenos o tóxicos para facilitar la muerte. 
Ezequiel Luque
También permite sabe si el cuerpo fue removido, o si se usaron venenos o tóxicos para facilitar la muerte. Ezequiel Luque

La mosca, el primer testigo

“Las moscas son las primeras en llegar a la escena del crimen. Son los primeros testigos”, sostiene, como una máxima de su profesión. La contribución más importante del entomólogo es establecer el intervalo post-mortem, es decir, el tiempo transcurrido desde la muerte.

¿Cómo se logra esto? Usando como reloj la oviposición, el momento en que las moscas ponen sus huevos sobre el cuerpo. “Por ejemplo, la mosca azul o mosca bichera, esa que aparece cuando empezamos a hacer un asado, es capaz de localizar restos humanos en muy poco tiempo, por el olfato”. Enseguida las hembras ponen sus huevos y continúan haciéndolo hasta aproximadamente el sexto día desde el momento de la muerte. El desarrollo completo desde el huevo hasta el adulto, pasando por la larva y la crisálida, requiere unos once días. Si, por ejemplo, se encuentran en el cadáver capullos vacíos abandonados por las moscas que alcanzaron su madurez, se considera que las larvas completan su desarrollo antes de abandonarlo, y por consiguiente, el tiempo entre la muerte y el descubrimiento del cadáver sería de diecisiete días (seis de puesta y once de desarrollo). “Esto no es tan lineal. A través de diferentes métodos, comparamos esa información con cuestiones ambientales como la humedad y la temperatura del ambiente, dado que puede variar el tiempo de crecimiento de la mosca. También puede suceder que me traen un cuerpo en estado de descomposición, es decir que lleva varios días de muerte, pero hay huevos de larvas. Eso puede significar que estuvo escondido, en un lugar inaccesible para los insectos, y que fue removido”, explica. 

Las moscas son las primeras en llegar a la escena del crimen.
Ezequiel Luque
Las moscas son las primeras en llegar a la escena del crimen. Ezequiel Luque

Por eso es importante que los primeros que llegan a una escena no limpien los gusanos como si se tratara de simple basura. “Ahora estamos tratando de hacer un cambio en la investigación criminal. Es importante que podamos asistir para levantar las pruebas, incluso si ya no hay cuerpo, porque los insectos, luego de hacer su trabajo, huyen hacia el entorno”, explica. 

A través del estudio de los insectos se puede saber si una muerte se produjo por envenenamiento o sobredosis ya que se pueden analizar los tejidos de las larvas que se han alimentado de las vísceras en busca de diferentes tipos de tóxicos. “Otra cosa que se puede determinar es si fue rociado con algún tipo de repelente, sí hubo maltrato o abandono de persona”, agrega. 

Los tres chanchitos

A nadie se le ocurrió aún escribir un guion de una serie protagonizada por un entomólogo, pero sutilmente, la relación entre los bichos y los muertos fue popularizada por la película El silencio de los inocentes. Dos escenas tuvieron un impacto considerable. Primero, cuando la investigadora del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) extrae el capullo o crisálida de una polilla de la boca de una víctima de Buffalo Bill. Y segundo, cuando Clarice acude al Museo de Historia Natural de Filadelfia para buscar ayuda de dos científicos especializados en entomología para la identificación del insecto. 

El trabajo de Moira no transcurre sólo en el laboratorio.  Para poder trabajar y conocer las diferentes especies de moscas que habitan en Córdoba, Moira necesita “cazarlas”. 

“Uso trampas: vísceras de pollo o trampas que preparo con harina de hueso y deja en campos o patios de gente que me da permiso”, dice. Ahora no está usando cerdos, pero durante un tiempo fue su principal herramienta de investigación. “El animal que más se aproxima a los patrones de descomposición humana es un cerdo doméstico de unos veintitrés kilos”, agrega. 

Las larvas de moscas son gusanos sin patas. Ezequiel Luque
Las larvas de moscas son gusanos sin patas. Ezequiel Luque

Para su tesis de doctorado, trabajó con trampas en forma de “casitas de perros” en las que ponía cerdos muertos. Iba todos los días y recolectaba la fauna que comenzaba a crecer cerdos en torno a los chanchos. 

En este punto, es necesario destacar la importancia de la ciencia básica: aquella que se lleva a cabo sin fines prácticos inmediatos y que permite conocer los principios fundamentales de la naturaleza. Hubiera sido imposible avanzar en la resolución de crímenes a través del estudio de la fauna cadavérica sin antes conocer muy profundamente los detalles de la biología de cada insecto, sus comportamientos, sus tiempos de desarrollo y la caracterización de las diferentes especies que pueden habitar un cuerpo en descomposición según el ambiente en el que ocurra el deceso. 

No sólo es cadáveres

No sólo la justicia penal solicita los servicios de Moira Horenstein. Además del campo de la medicina legal, hay otros dos campos de aplicación posible de su conocimiento. La primera es la rama de la “entomología forense urbana”,  en la que se estudian los insectos y otros artrópodos (como las plagas urbanas). La segunda es  la “entomología forense de alimentos”, que se centra en el estudio de los insectos que contaminan alimentos de consumo y comercialización. “Ambos campos generalmente implican demandas de tipo civiles en la justicia”, explica Battan Horenstein. “El rol del entomólogo forense en estos casos es confirmar la identidad de las especies, interpretar su biología en el contexto particular, aportando datos que puedan aclarar el medio por el cual estos organismos llegaron a infestar un material o producto alimenticio”.

Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV) 
Ezequiel Luque
Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV) Ezequiel Luque

Casos famosos

En el año 2011 las turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier fueron violadas y asesinadas en la quebrada de San Lorenzo, en las afueras de la ciudad de Salta. Un peritaje realizado sobre las larvas extraídas de los cadáveres indicó que ambas habían sido asesinadas horas después de su ingreso a la quebrada San Lorenzo. De esta manera, quedó confirmada en el expediente la fecha exacta de la muerte de las francesas descartándose la hipótesis de que las víctimas hubieran permanecido previamente secuestradas varios días.

En 2009, toda la familia Pomar apareció muerta al costado de la ruta 31, en un monte con espesa vegetación y se confirmó que tuvieron un accidente automovilístico. Un equipo de entomólogos forenses estudiaron las pupas y larvas cadavéricas y a partir de ello pudieron precisar con más exactitud el día y la hora del deceso de los integrantes de la familia.

Pero el caso más emblemático fue el del asesinato de Omar Carrasco -en Zapala, Neuquén- que fue resuelto gracias a la intervención de Adriana Oliva (la maestra de Moira). Sus aportes en base al estudio de la fauna cadavérica permitieron establecer que el cuerpo del joven, que fue hallado en medio del campo, en realidad había estado escondido en el cuartel más de 20 días y luego fue trasladado, justo antes de reportar su aparición. Esta información fue fundamental en el esclarecimiento del hecho.

Después de dos décadas dedicadas a husmear en los cadáveres y su fauna, Moria dice que habla poco de la muerte. “A veces, con mi psicólogo”, dice.

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