El 18 de julio de 1976, Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, curas de Chamical, La Rioja, decidieron almorzar en el campo. Era domingo, el clima acompañaba, por eso invitaron a un grupo de monjas con las que compartían tareas a pasar el día a La Aguadita, un paraje silencioso, con vista de montañas y un lago, a unos siete kilómetros de Chamical. De camino compraron naranjas, de fiado, porque no llevaban plata, según contó Rosario “Charo” Funes, una de las hermanas que estuvo ese día.

Mientras comían, llegó un auto con dos personas. Querían hablar con los curas. Desde el 24 marzo, los miembros de la pastoral riojana nucleados en torno del obispo Enrique Angelelli eran perseguidos y hostigados por las fuerzas represivas. El auto se fue, el día de campo siguió, pero el clima sombrío se había instalado. Después de comer, Longueville dijo: “Acá estamos tan solos, rodeados de montañas, en silencio, que si matamos a alguien nadie se va a enterar”.  A Charo le pareció un pensamiento triste. No imagino, en ese momento, que podía ser un presagio. Carlos estaba en la misma sintonía se fue caminando solo a la montaña. 

A la noche, Carlos, Gabriel y las hermanas cenaron en la casa parroquial de la iglesia El Salvador, de Chamical. En la sobremesa, un grupo de hombres se presentó con credenciales de la Policía Federal. Les dijeron que debían declarar para la liberación de unos presos, en particular del intendente Cacho Corzo. Los subieron a un Ford Falcon oscuro. 

“Nos llevan a La Rioja, si no volvemos búsquenos” dijo Carlos. “Recen fuerte”, agregó. Fue la última vez que Charo vio a los curas. La escena fue descrita en un documento de 12 páginas que tituló “Memorias de la vida de Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville” y que entregó a la justicia. 

Los cuerpos de los sacerdotes fueron hallados dos días después, a la vera de las vías junto a la Ruta 38. Tenían vendas en los ojos y marcas de tortura. El tribunal que llevó adelante el juicio por delitos de lesa humanidad en 2015, consideró que fueron interrogados y esa misma noche fueron ejecutados. el breve lapso transcurrido muestra que el objetivo era matarlos.

Quince días después fue asesinado el obispo de la provincia, Enrique Angelelli, en un falso accidente, cuando llevaba documentación precisamente sobre la persecución a los curas. 

Los tres religiosos y el laico sanluiseño Wenceslao Pedernera  fueron proclamados beatos en 2019, al reconocer por parte de la Iglesia su “martirio en odio de la fe”. Fue un gesto largamente esperado por el pueblo riojano, que llegó incluso después del reconocimiento judicial. En 2015 fueron condenados a prisión perpetua el ex jefe del III Cuerpo de Ejército Luciano Benjamín Menéndez, el vicecomodoro Luis Fernando Estrella y el ex comisario riojano Domingo Benito Vera. En los fundamentos del fallo, los jueces señalaron la “indiferencia” pero también la connivencia de la jerarquía eclesiástica con el aparato represivo. Especialmente en este caso. Angelelli había denunciado en numerosas oportunidades la persecución que vivían sus seguidores: “Me están matando a los corderos” le dijo Angelelli a Raul Primatesta, en una reunión que fue celebrada el mismo mes del asesinato de Murias y Longueville. “Eso le pasa por meterse con esas cosas'', fue la respuesta.

La última foto

Una copia del testimonio de Rosario “Charo” Funes está en la Sala de la Memoria de nuestros Mártires de Chamical, el espacio encargado de mantener vigente el trabajo de quienes encarnaron a la Iglesia comprometida con la denuncia profética de la injusticia y la opresión. El lugar es el único espacio de memoria (de entre 50 que hay en el país) que pertenece a la Iglesia Católica, que tiene objetos, archivo, una biblioteca y fotografías. Entre todas las fotos, hay una de un gran valor histórico. 

La última cena de los mártires de Chamical: dos muertes como mensaje a Angelelli

Es, quizás, la última foto que muestra a Angelleli con vida. Fue tomada cuatro días antes de su asesinato. Es un almuerzo en el patio de la casa parroquial de donde fueron secuestrados los dos sacerdotes. “En ese momento Angelelli había llegado a Chamical para terminar de rezar el novenario de Carlos y Gabriel, y se reunía con algunas religiosas para definir, entre otras cosas, quienes los iban a reemplazar”, dice Rubén Díaz, trabajador de la sala de la memoria, desde la Rioja, a cba24n. 

La primera religiosa que se ve a la derecha, en la punta de la mesa, es Charo Funes. A su lado hay tres religiosas llegadas desde Uruguay y en la otra punta está Angelelli. Del otro costado, se ve a Pucheta, otro sacerdote que había sido detenido por la dictadura y de espaldas, a Pintos, el chofer que el 4 de agosto 1976, manejaba el auto en el que fue emboscado Angelleli. En un simulacro de accidente, el obispo murió y Pintos quedó inconsciente. “Es una foto muy fuerte, muy significativa para nosotros”, dice Díaz. 

La última vez que Cristina Murias vio a su hermano fue el 2 de junio, el día que murió su padre, un dirigente radical en los departamentos de Punilla y Minas. “También fue la primera vez que lo escuché dar una homilía”, dice Cristina a cba24n. 

Murias nació en Córdoba en 1945,  estudió en el Liceo Militar, luego se anotó en Ingeniería y, después de un retiro, entró a la orden franciscana. En 1975 pidió ir a la Rioja y fue destinado Chamical. 

Ese día, cuenta Cristina, Carlos fue acompañado por algunas hermanas y por Gabriel. No podía moverse solo, la persecución militar asediaba. “Hablamos muy lindo y si bien habló de todo lo que Carlos Murias padre había hecho en su vida, sus logros políticos en una provincia que no quiere a los extraños y mi viejo era bonaerense, dejó un  mensaje para mi madre: ‘recemos también por todos los que se sacrificaron para que Murias llegará a ser lo que fue’” recuerda. 

Días después Cristina lo llamó por teléfono y Carlos se enojó mucho. “Dijo que las líneas estaban pinchadas, que la persecución iba en serio, que esta dictadura no era un cuartelazo más”, recuerda. 

Cristina dice que la muerte de su padre, un mes antes, fue “muy conveniente” porque era “un político influyente que se iba a mover”. “Para mí lo que pretendieron cuando matan a Carlitos y a Gabriel es darle un mensaje al obispo: un mensaje para que se calle la boca, porque cuando hace la misa de cuerpo presente Angelelli dice: ‘Me pegaron donde más me dolía’”, dice Cristina. “Angelelli hizo la misa. Lloraba a moco tendido, no se preocupaba. ¡Cómo lloraba desde el púlpito! Y decía: ‘¡Donde más me dolía! Porque a Carlitos yo lo conocía desde los 12 años y yo lo ordené!’. Por eso yo creo que empiezan por Carlitos, y aparte porque los tenían a mano”, agrega. 

Longueville nació en Estable, Francia, en 1931, en una familia campesina de profunda fe católica. Tras ordenarse sacerdote en 1957, en 1969 se fue de misionero a las comunidades indígenas de México, donde aprendió el castellano, y en 1971 se incorporó a la diócesis de La Rioja, donde se desempeñó como párroco