En “La soledad del Lector” David Markson advierte que, al tiempo que Robinson se desnuda para nadar al barco naufragado en un banco de arena a unos cuantos metros de la costa, al llegar y encontrar la bóveda de alimentos seca, se llena los bolsillos de galletas. “Me quité las ropas, porque hacía mucho calor, y me metí al agua (…) Lo primero que descubrí fue que las provisiones de la nave no habían sido tocadas por el agua, que estaban secas, y como tenía grandes deseo de comer, fui al pañol del pan y llené mis bolsillos de galletas (…)”.

El señalamiento de Markson es demasiado sugerente. El supuesto error, fue enmendado por Defoe después de la primera edición dejando en claro que Robinson había nadado hasta allí sin sus ropas pero con su pantalón de lino puesto. Lapsus, olvido, o simple y sencilla distracción que enmendó a medias, en la persistencia de los bolsillos inexistentes de Robinson se esconde algunas de las claves para comprender ciertos paradigmas económicos de nuestra modernidad.

Es verdad que el bolsillo tal y como lo conocemos, no se inventó hasta el siglo XIX (incorporado a los jeans por Levis, como un sello del sueño de acumulación americano) y confundir los bolsillos de los que habla Defoe con los incorporados a nuestras prendas modernas sería un grueso error. De hecho, en aquellas épocas, se les denominaba bolsillos a unas pequeñas bolsas en las cuales se guardaban pertenencias y que iban atadas a los cinturones, o directamente con una soga en la cintura.

Sea como sea, el bolsillo y sobre todo la expresión “fill my Pockets” (llenarme los bolsillos) que utiliza Robinson en el relato, es un modo de economía que traslada la boca a ese vacío incierto que parece sostener un hambre propio. Tanto así, que poniéndonos un poco quisquillosos, advertimos que antes que saciar su necesidad de comer, Robinson se llena los bolsillos. Un mínimo cálculo que lo desdobla en el aquí y ahora, a aquel que será: el bolsillo guarda lo que comerá el Robinson futuro.

Ese desdoblamiento dará como resultado un modelo económico al que nuestro Robinson Crusoe le cederá amablemente su nombre. Una economía cerrada que supuestamente excluye el intercambio ya que no genera “bienes”. Consume lo que produce diferenciando el tiempo de producción del tiempo de ocio y consumo. Mientras más ocio menos producción, mientras mayor producción menor tiempo de ocio. Lo que se conoce como “conducta optimizadora” sería el mejor arreglo entre ocio y consumo. Al ser una economía cerrada no habría, supuestamente, intercambio de bienes, aunque sí un establecimiento del tiempo que comenzará a regular el modo de vida del náufrago. El pasado ya no tiene ningún tesoro, solo interesa el futuro: optimizar hoy, es garantizar el consumo de mañana. O sea que, retorciendo un poco las cosas, hay en definitiva un bien (especulado) y un intercambio entre el Robinson de ahora y el Robinson del futuro.

Pero claro está que el “domingo de la vida” no llegará nunca para el actual Robinson, y entre el actual y el futuro se replica la carrera de Aquiles y la Tortuga. Sus 28 años en la isla se reducen a dos cosas: trabajar y optimizar. Criar cabras, tallar su barca, armar corrales, sembrar y cosechar. Finalmente, enfrentar y domeñar “salvajes” educando a nuestro querido Viernes en las formas de la cultura occidental. Dominio de sí, dominio de la isla, dominio del salvaje, Robinson es el primer self made man, cuyo (bolsillo) secreto es sencillamente poner el ocio en función de la producción: optimizar.

No le podemos negar a la novela de Defoe seguidores tan ilustres como Rousseau o Kant. Rousseau lo admite como el único libro imprescindible para la educación social del hombre (sic.). Kant, en principio lo sigue y luego ve en las robinsonadas un triunfo de ciertas pulsiones egoístas que hacen poner el hombre en la isla desierta por encima de una humanidad que reclama una razón todavía más suficiente. Robinson es una invención de la ficción que hace tambalear el mundo de la modernidad. Es la gran invención de la modernidad.

Pero no nos distraigamos de sus bolsillos. Si Robinson es nuestra ficción, en tanto que estructura nuestra verdad, el error que se cuela en sus bolsillos inexistentes es la ficción de la ficción. En el bolsillo de Robinson entra todo nuestro mundo. Hay una treta escondida donde De-foe (el enemigo, según la traducción del inglés de la palabra foe), mete al mundo entero. Esas galletas no son otra cosa que el mundo venidero y, a decir verdad, nuestro sistema económico nunca ha salido del bolsillo inexistente de Robinson, y de la ficción del tramposo Defoe. Hay un hermoso ensayo del investigador y editor Raúl Rodríguez Freire, que cuenta como de aquellas islas que configuran el archipiélago Juan Fernández, lugar en donde se inspiran los hechos que narra Robinson y que sucedieron al marinero escocés Alexander Selkirk, surgen las primeras ideas sobre la selección natural y la regulación de los mercados. Pilares del liberalismo económico. Historia que dejamos a la curiosidad del lector. Pero ficcionamos nosotros que Robinson guarda más en sus pockets.

Por ejemplo, el principio de optimización es un principio extendido hoy por hoy en todas las empresas. Las empresas (Robinson llamaba “empresa” a su aventura) han extendido esta idea de que incorporar en la jornada laboral pequeños momentos de ocio, o de juego, hace más productivos a sus empleados. Incluso han extendido la costumbre de emprender viajes, armar vacaciones, es decir meter en el bolsillo de la empresa todo el tiempo “libre” de sus empleados ofreciéndoles distintos momentos de ocio. Así, no hay afuera del bolsillo. La trampa de Robinson es esa misma.

Pero no solo el bolsillo acumula tiempo de ocio. También ha sido el despunte de la era industrial contemporánea y su batería de objetos… de bolsillo. Desde las ediciones de bolsillo que impuso la editorial Penguin (y que tiene a Robinson Crusoe como uno de sus libros más vendidos), hasta nuestro mundo virtual del celular, los objetos de nuestra era moderna están hechos para entrar en un bolsillo.

El psicoanálisis se dio en elucubrar para el objeto una evanescencia, una suerte de inexistencia que lo alejan de cualquier objeto físico, mundano, sin que esté fuera de lo físico y lo mundano. La antigua fórmula freudiana de que el objeto (de la satisfacción) “está radicalmente perdido”, es el pie para la fantasía de reencuentro que se esconde detrás de la proliferación de objetos, nunca suficientes, de una demanda que siempre desborda la oferta.

Defoe, por su parte, inventa un bolsillo que no es de este mundo y que guarda objetos para un yo futuro que parece nunca advenir ¿Qué se hace con lo que se guarda? Bueno, a veces, se viaja al espacio, solo que, en la barca espacial, no hay espacio para todos, solo para nuestro Defoe y sus amigos. Jeff Bezos es el retorno de Robinson. Con su viaje espacial, con su empresa, guardando en su bolsillo financiero todo el tiempo “productivo” de sus empleados, nos promete un futuro fuera de la isla, fuera del planeta, fuera del bolsillo. Pero sabemos, no hay afuera del bolsillo y hasta tanto no destruyamos esa fantasía de operatividad, de optimización, hasta que no emprendamos lo inútil como tarea, la maquinaria extractivista y destructiva va a seguir operando.