El apellido Pujadas resuena en los libros de la historia de Córdoba. Su historia de militancia, con final trágico, tiene a Mariano, uno de los seis hermanos, como protagonista principal. Nació en Barcelona, España, el 14 de junio de 1848, pocos años antes de que su padre, José María Pujadas, y su madre, Josefa Badell, se radicaran en Argentina tras huir del franquismo en 1953.

La familia se instaló en la localidad de Guiñazú, en nuestra provincia. Allí pusieron un criadero avícola. Mariano hizo la secundaria en el Colegio Nacional de Monserrat y luego obtuvo una beca para estudiar agricultura en la Universidad de Nebraska, Estados Unidos. De vuelta en Argentina, ingresó a estudiar agronomía en la Universidad Católica de Córdoba.

Fue cuando empezó a aflorar su veta militante: formó parte de la Agrupación de Estudios Sociales (AES). Esa agrupación peronista fundada en 1967 y que participó de movilizaciones previas al Cordobazo, se plegaría a Montoneros. De hecho, Pujadas es considerado uno de los fundadores de Montoneros en la provincia de Córdoba.

El 1° de julio de 1970, Pujadas fue parte del Comando Eva Perón, el grupo de Montoneros que realizó el copamiento de La Calera. La operación al principio parecía exitosa, ya que lograron tomar todo el pueblo, incomunicarlo y hacerse de los recursos que habían ido a buscar.

Pero todo terminó mal: algunos errores organizativos terminaron con varios militantes detenidos, con la caída de la casa de la organización en barrio Los Naranjos de la capital cordobesa y, en esa acción, con algunos heridos. Emilio Maza, uno de los líderes de Montoneros en Córdoba que había participado semanas antes del Operativo Pindapoy –secuestro de Pedro Eugenio Aramburu-, murió días después del copamiento en La Calera fruto de las heridas recibidas.

El final de la aventura de La Calera trajo como consecuencia el paso a la clandestinidad de Mariano Pujadas, por la enorme cantidad de información que había caído en manos de las fuerzas policiales y militares. Pero menos de un año después, Pujadas fue detenido y enviado al penal de máxima seguridad de Rawson.

Tras unos meses en esa cárcel patagónica, los presos políticos idearon el plan de fuga hacia Chile. Pujadas formaba parte del segundo grupo que logró salir de Rawson pero que no llegó a tiempo para abordar el avión con destino trasandino. Al verse rodeados, los 19 militantes convocaron a una conferencia de prensa para dar un mensaje y buscar garantías sobre su seguridad personal. Mariano Pujadas, de Montoneros, y Rubén Bonnet, del ERP, fueron los encargados de hablar ante la prensa.

El final de esa historia es conocido: los militares traicionaron las garantías que habían dado públicamente, apartaron del medio a la Justicia y en medio de la madrugada fusilaron a 16 de los militantes detenidos a sangre fría, para luego hacerlo pasar como un nuevo intento de fuga.

Juan Carlos Maristany, que en aquel momento era la pareja de María José Pujadas, hermana de Mariano, contó en una entrevista con el diario Página/12 una escena que se desarrolló durante el velorio de Mariano. Su padre, José María, que era médico, pidió a la mayoría de los presentes que saliera de la sala. Quedaron el padre de Maristany, también médico, y otro médico más, un amigo de la familia de apellido Smith. Procedieron a abrir el cajón. Juan Carlos, que fue uno de los pocos presentes, relató: “Mariano tenía heridas en las piernas, los brazos y muy pocas en el tórax, pero sí tenía un brutal hueco en la nuca, lo que corroboraba que había sido fusilado y muerto con un tiro de gracia”.

La versión de la supuesta fuga en la Base Aeronaval Almirante Zar en Trelew nunca tuvo aceptación social. Todos sabían que era una mentira, lo cual fue certificado luego por los relatos de los tres sobrevivientes de la masacre.

Estaban a punto de cumplirse tres años del fusilamiento de Mariano cuando el terrorismo de Estado tocó la puerta de la casa familiar. El 14 de agosto de 1975, un grupo de choque del Comando Libertadores de América –espejo de la Triple A en Córdoba- llegó de madrugada y entró intempestivamente al hogar de los Pujadas. Habían sido allanados muchas veces pero esta vez sería distinto.

El grupo de tareas se llevó a José María Pujadas y Josefina Badell, padre y madre de Mariano; a José María (h), hermano de Mariano, y su pareja, Mirta Bustos; y a María José, otra de las hermanas. En la casa, los agentes del terror solo dejaron al hijo menor de los Pujadas, Víctor, y a María Eugenia, hija de José María (h), que apenas tenía unos meses de vida. A los cinco secuestrados los llevaron a un campo cerca de Alta Gracia, les dispararon uno por uno y los tiraron a un pozo. Luego, les arrojaron explosivos. De forma milagrosa, Mirta Bustos sobrevivió. El disparo no la mató y los cuerpos que le arrojaron encima la protegieron de las explosiones.

Los otros dos hermanos, Ricardo y María de los Ángeles, que ya tenían sus propias familias y no vivían en la casa de sus padres, tuvieron que exiliarse rápidamente. Regresaron a España, el país del que habían huido su padre y su madre apenas dos décadas antes.