Y quién sabe por qué razón nos acordamos tanto de él.

O sí, tal vez sí lo sabemos.

José Alberto había sido seminarista. Cuando abandonó, comenzó a estudiar Ciencias de la Información. A pesar de su juventud su aspecto serio le hacía aparentar algo mayor. Lo recuerdo con su remera roja y la sonrisa siempre asomándose a su cara en cuanto aparecía por la Escuela. Irradiaba vida.

Destacaba por ser una persona muy accesible, sobre todo para quienes no éramos militantes de ninguna agrupación y queríamos saber de política y entender las razones de la lucha que se palpaba en aquel momento.

Militaba en el Partido Revolucionario del Pueblo (PRT), era muy seguro en sus afirmaciones y a veces hasta obcecado, pero siempre respetuoso del pensamiento ajeno.

En la Escuela, a muchos nos inhibían los oradores exultantes en las asambleas estudiantiles. Pero José no, era diferente. Él explicaba sus ideales en pequeños grupos, dialogaba mano a mano, contestaba preguntas. Su formación teórica y su práctica le daba fundamento a su militancia y a sus retos. Y siempre estaba dispuesto a compartir sus conocimientos. “Que lo demuestren, que lo demuestren”, lo recuerdo desafiar a quienes exponían, con gritos y sin razones, las supuestas buenas promesas del capitalismo.

En aquel tiempo, quienes estudiábamos vivíamos en pensiones de Nueva Córdoba, un querido barrio donde coexistían las casonas señoriales con las modestas pensiones en las que nos refugiábamos los estudiantes.

Recuerdo una tarde en la que nos reunimos para preparar un examen de Literatura y José se acercó a estudiar con el grupo. Pasada la medianoche la literatura había dado paso a la conversación amena y a la charla política. Llegada la hora de marcharse, José no quería dejar allí ningún folleto o volante político que nos comprometiera. Le pedimos que no se preocupara, que los dejara hasta otro momento más oportuno para recogerlos. Se negó y salió solo, de madrugada, por las calles de la peligrosa Córdoba de finales de 1975 cargando sus escritos que, por aquel entonces, suponían un grave riesgo.

Pero lo temido le llegaría unos meses más tarde, no sin que antes la vida le permitiera momentos de felicidad.

Personalmente, por razones familiares en el 76 había suspendido mi asistencia a la Escuela de Ciencias de la Información (hoy Facultad de Ciencias de la Comunicación). Además, la ECI permaneció medio año cerrada después del golpe de estado del 24 de marzo.

Durante ese tiempo que viví en San Francisco recibía cartas de mis compañeros que por alguna razón guardo. Mi amiga hoy residente en España, mi hermana de distinto apellido, me daba noticias de José:

La carta en la que le anunciaron a la autora de esta nota que José se había casado.

Pero que poco le duraría la felicidad. En esa misma carta, escrita en dos tiempos, mi amiga del alma me daba la triste y temida noticia:

La carta fechada el 21 de junio de 1976 trae la dura noticia: José, su pareja y su cuñado fuero secuestrados.

De Mabel Dámora y José Alberto García Sola nunca más supimos nada. El esperado juicio por su secuestro y desaparición, junto a los de otras 41 víctimas, terminó en febrero pasado en la Justicia Federal de Córdoba (causa Diedrichs-Herrera). Tristemente, en el caso de Mabel y José, pudieron acreditarse los hechos pero no identificar a sus victimarios. Sus asesinos quedaron impunes.

Recordamos a muchos. Hoy particularmente a José por su cercanía, sencillez y empatía con los que aún no teníamos su conciencia política y social. No podemos saber cómo hubiera evolucionado su pensamiento o su militancia, pero quienes lo conocimos estamos muy seguros/as que estaría luchando por la justicia, la distribución de la riqueza sin ambigüedades y por el amor en el mundo. Porque él mismo era un predicador del amor con gestos concretos.

JOSÉ ALBERTO GARCÍA SOLA

SECUESTRADO EL 11 DE MAYO DE 1976 – PRESENTE PARA SIEMPRE

José, Mabel, Cristina... en mis recuerdos

Por Virginia Medina Alvarado. (Ex alumna de Ciencias de la Información, desde España) 

Blanca.

Como la nieve, blanca...

Mi hermana, esa entrañable hermana que tengo con apellido distinto al mío, me acaba de soltar, así, de sopetón, sin ese aviso previo tan necesario cuando el mensaje golpea de lleno en los sentimientos "Te gustaría escribir un recuerdo de José para el mes de la memoria". Y mi respuesta fue instantánea: "Es muy apetecible a la par que doloroso por lo que remueve. Me lo tengo que pensar".

Y aquí estoy, frente a la página blanca como la nieve que me desafía a remover los sentimientos, esos que he tratado de adormecer durante tantos años como vía para sobrevivir, medianamente cuerda, al recuerdo de lo acontecido a amigos como José, Mabel, Cristina.

De José me impresionó la buena educación, vitalidad y cercanía que derrochaba. Pero, ante todo, valoraba su honestidad. Honestidad de la que hacía gala en nuestras frecuentes, casi diarias, discusiones sobre política.

Siempre dispuesto a la explicación, a escuchar y a responder, sin pretender adoctrinar, respetando la divergencia.

También recuerdo su mirada, franca, directa, de permanente sorpresa. Una mirada buena que se enternecía cuando aparecía Esther. José y Esther, siempre juntos y al lado de Mabel.

Lo vi por última vez una noche, en el barrio de Nueva Córdoba. Éramos tres amigas, entre las que estaba mi hermana con apellido distinto al mío. Entrábamos por un pasillo largo y oscuro, distraídas, charlando. Y ahí, de repente y surgiendo de la nada, apareció José. Lo vimos nervioso, apurado, huidizo. Nos dijo que sólo quería saludarnos. En realidad, con la mirada que da el tiempo, creo que quería despedirse.

Y ya nunca más.

La página blanca como la nieve se ha llenado de recuerdos. Se han agolpado en mi memoria y, de manera nítida, he visto a José, Mabel, Cristina. Los he visto, pletóricos de vida y juventud, defendiendo sus ideales. Así los quiero mantener en mis recuerdos.

JOSÉ ALBERTO GARCÍA - MABEL DAMORA - CRISTINA MORANDINI

Que la infamia que cometieron con ellos NUNCA MÁS se repita.