Las historias de fantasmas tienen un encanto especial. Quizás haya gente que las crea a pie juntillas, y otros que seamos muy escépticos. Pero a todos nos atraen esos relatos que rozan lo misterioso, que no encuentran un cierre racional. Para la actividad turística, los fantasmas han sido un tópico recurrente.  Probablemente porque los turistas, es decir todos nosotros cuando estamos en actitud de turistas, buscamos que nos sorprendan, nos ilusionen, nos maravillen. En definitiva, que nos sacudan de nuestras rutinas. O al menos, que lo intenten. Manteniendo siempre algo de sentido crítico, claro. Porque tampoco es cuestión de aceptar cualquier cosa.

En Córdoba no hace falta inventar almas en pena para asomarse a fantasmas del pasado. Basta con tomar algunos caminos poco transitados. Entre muchas otras alternativas, una posibilidad concreta es tomar la ruta 38 del Valle de Punilla, y en Molinari cruzar el pequeño río San Francisco para dirigirse por camino de tierra con rumbo a Characato. Se atraviesa la Pampa de Olaen, luego se cruza el río Pintos, siempre hacia el oeste. Pero por aislado que sea el pueblo de Characato, no reúne las características fantasmales que buscamos. Al menos durante el día. Pasando la salida para este pequeño pueblo, el camino tuerce hacia el norte, y a los pocos kilómetros nos encontramos de lleno con una de las muchas explotaciones mineras abandonadas de nuestras sierras. Con el agregado de que todo un pueblo se construyó allí para los trabajadores de las canteras de piedra caliza. También se levantaron grandes hornos verticales, que ahora lucen fuera de lugar en medio de las casas semi-derruidas. El lugar se llama Canteras Iguazú, aunque ninguna catarata ruge cerca. A las canteras, los grandes hornos para calcinar la piedra caliza y convertirla en cal viva u óxido de calcio, las vagonetas y básculas, se agregan unas pocas casas en este auténtico pueblo fantasma. Canteras Iguazú comenzó a funcionar en 1946, y quedó sin habitantes en 1978.

El oro, al fin

Unos kilómetros más adelante, y luego de abrir una tranquera con una señalización casi oculta, se accede a Oro Grueso. En este caso, se trata evidentemente de una explotación de ese valioso metal. Se lo extrajo allí desde mediados del siglo XIX, cavando largas galerías en la montaña. Los métodos eran artesanales. Los minerales con oro extraídos de la montaña, se trabajaban con mercurio para lograr amalgamar ambos metales. Así se separaba el oro de la mena, el mineral en cuyo seno se halla. Luego, al calentar la amalgama, el mercurio se evaporaba dejando sólo el oro.  Un método muy diferente al que se utiliza en la actualidad en las grandes minas de oro a cielo abierto de la cordillera: allí se extraen toneladas de mena con sutiles proporciones de oro, y el precioso metal es separado por lixiviación con fluidos que contienen cianuro. De más está decir que el cianuro no es amigable con el medio ambiente, pero los vapores de mercurio que se producían antaño eran, también, sumamente tóxicos. En Oro Grueso también se filtraban a mano, con bateas, las arenas de las orillas del Río Candelaria, para hacerse con las codiciadas pepitas de oro.

Uno de los muchos túneles de los cuales se sacaba el oro puede visitarse en Oro Grueso. Está habitado, eso sí, por murciélagos vampiros. O mejor dicho, hematófagos. Más allá de esos nombres, ingresar a los oscuros pasadizos no es tranquilizador; las huellas de sus pequeños moradores están por doquier. Un elemento más que aporta adrenalina al paseo. Un paseo que se vivencia, realmente, como una visita turística fantasmal.

Si querés saber más sobre Oro Grueso y Canteras Iguazú, visitá el sitio de turismo científico de la UNC.