Hace pocos años supe de su existencia. Y quizás por ser un lugar apartado y de difícil acceso, tardé en poder llegar. Me habían dicho que era una reserva provincial, uno de los pocos lugares de Córdoba donde quedaba monte casi virgen. También que había especies animales que difícilmente se encuentran en otras regiones, ya muy modificadas por la actividad humana. El nombre del lugar: Monte de las Barrancas. Su ubicación: en el interior de las Salinas Grandes, esa zona deprimida, plana y extensa que se extiende en los límites de Córdoba, Catamarca y La Rioja.

Tardé en llegar, pues hay que hacerlo con un guía especializado, y programando bien la visita. En este caso, fui en compañía de Guillermo Galliano y su equipo, que se especializan en fotografiar aves en la naturaleza. Ellos habían estado varias veces ya, intentando retratar a la Monjita Salinera (Xolmis salinarum). Es un ave pequeña y esquiva, restringida a los hábitats de salares o similares. Esta vez no fue la excepción y mi tocayo consiguió buenas tomas.

Desde Quilino, por camino de tierra, llegamos a Las Toscas. Allí vive el guardaparque, y ahí mismo dejamos estacionado nuestro vehículo. Aclaremos, que el camino no es de ripio, sino realmente de una tierra muy fina, por lo que en los días lluviosos se vuelve un barreal infranqueable. Lo cierto es que llegamos a Las Toscas con las primeras gotas de una lluvia tenue. Por eso, la ansiedad nos acompañó el resto de la jornada, hasta que pudimos volver al pavimento por la noche.

Emprendimos la caminata y pronto se acabaron los arbustos. Entramos a un mundo chato y abierto, cubierto de una capa blanca y esponjosa de sal. El horizonte no se distinguía claramente, era apenas una línea incierta entre el suelo blanquecino y las nubes casi del mismo color. Nos deteníamos frecuentemente a sacar fotos y seguíamos nuestro camino. Luego de una hora y media de caminata a buen ritmo, comenzamos a distinguir una línea oscura, de tonos verdes y marrones, hacia donde nos dirigimos. Rápidamente fue llenando nuestra visual, y pronto estuvimos al pie, finalmente, del Monte de las Barrancas. Elevado unos cuatro metros desde el nivel del suelo de la salina, con bordes bastante escarpados que dificultan el ascenso.

Una vez allí arriba, es otro mundo. No hay sal en el suelo de ese Monte, y la densidad de arbustos, árboles y cactus es enorme. Es muy difícil avanzar dentro de esa isla vegetada y espinosa. Las fotos satelitales indican que se extiende unos 20 km de sur a norte. Y apenas 4 km de este a oeste. Es una angosta franja elevada de monte, rodeada totalmente por sal. Nosotros nos encontrábamos en el extremo sur de ese delgado trazo de vida abigarrada en medio de la desolación. Los jotes nos observaban desde lo alto. Y pronto debimos volver. La lluvia comenzaba a hacerse más intensa, y no hay refugio alguno en varios kilómetros a la redonda.

El regreso fue a marcha forzada, siempre con algo de preocupación por el estado del terreno, que se iba empapando paulatinamente. Pero no hubo mayores novedades, y después de tomar nuevas fotos y otear el paisaje a la distancia, volvimos al auto y nos dirigimos hacia la ciudad.
Hace pocos años supe de la existencia del Monte de las Barrancas; ahora ya estuve allí. Lo he pisado, solo durante algunos minutos. Ignoro si volveré alguna vez. Tengo la seguridad de que se trata de uno de los ambientes naturales más aislados de la provincia, y de que vale la pena llegarse hasta allí. 

Mucho más al interior de la salina, en una zona muy alejada de todo, se encuentra el mojón que marca el punto tripartito entre Córdoba, Catamarca y la Rioja. Es más complicado llegar hasta ese sitio. Y sin embargo en algún sentido, siento hace tiempo que ese hito me está llamando. Está esperando nuestra visita.

Si querés conocer más sobre el Monte de las Barrancas, podés visitar el sitio de Turismo Científico de la UNC: https://turismociencia.unc.edu.ar