A partir del 29 de diciembre de 2020, Argentina cuenta con dos categorías nuevas de ciudadanos: los que se han vacunado contra el coronavirus y los que no. Para ser precisos, esta división de aguas comenzó a gestarse meses antes con el inicio de los primeros ensayos clínicos de vacunas realizados en el país y en la que participaron miles de anónimos voluntarios, pero se aceleró a fines del año pasado cuando arrancó la campaña nacional de vacunación con la aplicación de las primeras dosis de la vacuna Sputnik V.

Desde entonces, con tropiezos y algunos escándalos, ha avanzado a un ritmo lento pero sostenido, mientras se vigila el cielo no a la espera de una ayuda divina sino de la llegada de un nuevo vuelo de Rusia, de China o de donde sea con más dosis tanto de vacunas como de esperanzas.

Los vacunatorios –históricamente espacios de llantos desencajados de chicos y chicas– se convirtieron en catedrales de alegría: los aplausos que allí se repiten se asemejan a los aplausos que estallan en escuelas cuando un adolescente vota por primera vez. Así como votar, vacunarse es también un deber cívico.

Desde entonces, día tras día, las “selfies de vacunas” inundan Twitter, Facebook, Instagram y grupos familiares de WhatsApp. Estas instantáneas son un testimonio doble: por un lado, funcionan como herramientas persuasivas con las que combatir el escepticismo social hacia las vacunas –las armas científicas más importante que tenemos contra la propagación de enfermedades infecciosas– entre los allegados vacilantes e inseguros, y por el otro, sirven como un recuerdo digitalmente encuadrado de un momento de felicidad pura, de agradecimiento o incluso de sensación de salvación personal ante un peligro aún latente.

Esto último, sin embargo, es más una percepción distorsionada que una realidad. Nadie se salva por vacunarse individualmente. La vacunación es siempre un acto colectivo, comunal.

La ética de la vacunación

La autorización de las vacunas contra el coronavirus se recibió como un regreso a una vida más normal, el punto final de la emergencia sanitaria mundial. Lamentablemente, eso aún no ha ocurrido. La buena noticia científica se topó rápidamente con obstáculos de todo tipo como campañas mediáticas de desinformación, exigencias extorsivas de farmacéuticas, problemas de producción y distribución, desinteligencias políticas, vacunagates y también estrategias disímiles de inmunización.

Mientras que la mayoría de los países occidentales dan prioridad al personal sanitario y a los adultos mayores que son más vulnerables a la enfermedad respiratoria, Indonesia está poniendo primero en la fila a la población económicamente activa de entre 18 y 59 años. “Los adultos jóvenes que trabajan son generalmente más activos, más sociales y viajan más, por lo que esta estrategia debería disminuir la transmisión comunitaria más rápido que vacunar a las personas mayores”, señala el infectólogo Dale Fisher de la Facultad de Medicina Yong Loo Lin de la Universidad Nacional de Singapur.

Esta estrategia alternativa busca acelerar la llegada a la línea de meta de cualquier campaña de vacunación: alcanzar la que se conoce como inmunidad comunitaria o inmunidad colectiva. Es decir, los jóvenes no son los que más necesitan la vacuna, porque es menos probable que sufran consecuencias graves por la Covid que los ancianos. Sin embargo, son los que más pueden contribuir a maximizar la efectividad de la vacuna a nivel poblacional y a proteger a los más vulnerables.

Sea cual sea la estrategia de vacunación (1) y los dilemas bioéticos que despierta (¿deberíamos priorizar a las personas con más probabilidades de morir a causa de la enfermedad o las que tienen más probabilidades de propagarla ampliamente?), cada vez que una persona se vacuna no se protege solo a sí misma. También protege a la comunidad. A través de la sumatoria de actos –pinchazos– individuales se alcanza una situación colectiva en la que suficientes personas son inmunes y en la que se evita que la enfermedad se propague libremente.

Otras enfermedades nos han enseñado que, cuando se vacuna una parte grande de la población, el riesgo de infección individual disminuye notoriamente. “La vacunación conlleva un costo muy pequeño para las personas y un beneficio muy grande para los demás en términos de prevención de enfermedades”, advierte el filósofo italiano Alberto Giubilini, investigador de la Universidad de Oxford y autor de The Ethics of Vaccination (2). “Donde existe inmunidad colectiva, es muy poco probable que un individuo no vacunado infecte a otro. Estar vacunado reduce drásticamente el riesgo de dañar gravemente o matar a otras personas”.

La era de las pandemias

Pese a las complicaciones y retrasos en la distribución y aplicación de las dosis, contar con varias vacunas contra el coronavirus a un año de declarada la pandemia es un avance científico sin precedentes.

La primera vacuna para proteger contra la influenza A –responsable de la pandemia de 1918– se consiguió recién en la década de 1940. Aún no se sabe exactamente cómo y cuándo concluyó la crisis sanitaria más devastadora del siglo XX. Algunos historiadores argumentan que el virus infectó a una cantidad suficiente de la población como para generar una barrera de inmunidad natural. Otros dicen que el virus mutó para volverse menos letal. Lo cierto es que hubo brotes hasta 1922. Los parientes genéticos de la mal llamada “gripe española” fueron también responsables del brote de gripe asiática en 1957 y de la pandemia de “gripe de Hong Kong” (H3N2) en 1968.

Al igual que la influenza A, la Covid-19 probablemente nunca se erradicará. Quizás haya una temporada anual de coronavirus. Quizás las campañas de vacunación sean recurrentes.

La incertidumbre impera por una razón: el SARS-CoV-2 aún está rodeado de misterios. Hoy los epidemiólogos saben que es más contagioso que el coronavirus SARS-CoV (que provoca SARS o síndrome respiratorio agudo grave), que el MERS-CoV (responsable del Síndrome respiratorio de Oriente Medio) y la gripe. Es decir, cada persona infectada infecta a un mayor número de otras personas. Pero es menos contagioso que, por ejemplo, el sarampión o el ébola.

Lo que no se sabe muy bien es cómo los asintomáticos –individuos infectados pero que no presentan ni tos ni dolor de cabeza ni pérdida del olfato– impulsan su propagación.

Tampoco se tiene muchas certezas sobre si las personas vacunadas pueden transmitir el virus o no. Por eso es que todavía se les pide a las personas vacunadas que usen mascarillas. A lo que se le suma la aparición de nuevas variantes del coronavirus –las identificadas en el Reino Unido (B.1.1.7), en Sudáfrica (B.1.351) y en Brasil (P.1) – que están cambiando el panorama.

No representan el único problema: las vacunas por sí solas no son suficientes para vencer al coronavirus. En un escenario marcado por nacionalismos y tironeos geopolíticos, puede llevar años inmunizar a todos los individuos de un país y mucho más al resto del mundo. Hacen falta tratamientos eficaces no solo para prevenir sino para curar esta enfermedad.

La historia enseña que las pandemias nunca han terminado al mismo tiempo para todos. La poliomielitis es cosa del pasado para continentes como Europa, América y Oceanía, pero –pese a contar con vacunas hace más de 70 años– sigue siendo una amenaza en pequeñas partes de África y el sur de Asia.

Especialistas en enfermedades infecciosas como Anthony Fauci, David Morens y Marc Lipsitch estiman (3) que entre el 70 y el 85% de la población debe estar vacunada contra el coronavirus para alcanzar la inmunidad colectiva. O quizás más.

Al ritmo actual de vacunación en Argentina (marzo de 2021), el 70 por ciento de la población recién estará completamente vacunada dentro de 489 días (4). Será cuestión de tener paciencia y seguir alegrándose ante las selfies ajenas.

1. ¿A quién vacunar primero?, por José Natanson https://www.eldiplo.org/notas-web/a-quien-vacunar-primero/

2. Disponible en https://www.palgrave.com/gp/book/9783030020675

3. How Much Herd Immunity Is Enough?, https://www.nytimes.com/2020/12/24/health/herd-immunity-covid-coronavirus.html

4. https://timetoherd.com/

Por Federico Kukso. Periodista científico, miembro de la comisión directiva de la World Federation of Science Journalists. Autor de Odorama: Historia cultural del olor, Taurus, 2019. / Fuente: Le Monde Diplomatique