Cristo Redentor de los Andes

La cordillera mendocina apabulla. Su altura hace sentir minúsculos a quienes se aventuran a atravesarla. Su extensión agota. Su aridez duele. Y sin embargo, atrae de forma irremediable. Su belleza es descarnada. Tan solo acercarse a su mayor cumbre, el Aconcagua, provoca una excitación difícil de describir. Hay que estar allí, al pie de esa enorme mole de roca y hielo ya mítica. Sus glaciares suspendidos le dan un tinte fantasmal. El cerro es una especie de pirámide de tres caras: una mira al sur, otra al noreste, la tercera al oeste. En cada una de esas caras nacen ríos. Pero esos cursos de agua confluyen, todos, alrío Mendoza, que baja hacia las llanuras del este, y alimenta el oasis mendocino. Por eso, el Aconcagua es 100% argentino: no divide aguas.

El límite internacional con Chile se encuentra a unos 10 km del cerro. En la base de cada una de las caras de la colosal pirámide se ubica un campamento para quienes pretenden subir al cerro, el más alto fuera de Asia. Al sur, Plaza Francia, a orillas del impactante glaciar Horcones Inferior. Sus hielos negruzcos se hallan cubiertos de piedras y tierra. Al oeste, Plaza de Mulas, desde donde parte la ruta normal de ascenso a la cumbre. Bueno, si es que subir a 6.962 msnm puede considerarse normal. Y al noreste, Plaza Argentina, a orillas del Río de los Relinchos.

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En otras épocas, las aguas del río Mendoza llegaban al Desaguadero y a través de él, al poderoso río Colorado. Luego de cruzar la Patagonia, las acarreaba hasta el mar: desemboca al sur de Bahía Blanca. Pero eso es historia: desde hace tiempo el río Mendoza no sale de esa provincia, sus aguas se agotan por su uso intensivo para riego y consumo humano.

Y hablando de historia, es lo que sobra en el recorrido por la ruta nacional 7, desde Mendoza hasta Uspallata, y desde allí a Las Cuevas. Historia geológica, relacionada con la elevación de la Cordillera en los últimos 60 millones de años. Proceso que continúa hoy, centímetro a centímetro, aunque no sea fácil medirlo. Pero también, historia humana, mucho más reciente.

Por esa ruta, en enero de 1817, subió una de las columnas del Ejército de los Andes, para pasar hacia Chile y completar la gesta libertadora de Sud América. Era la columna secundaria al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras, que partió desde el campamento de El Plumerillo, en las afueras de la ciudad de Mendoza. Subieron hasta Uspallata, donde acamparon. Las Bóvedas, antiguas instalaciones dedicadas al laboreo de minerales, les sirvieron de almacenes. Hoy, se trata de un museo.  Desde allí continuaron ascendiendo por el Valle del Río Mendoza. Cruzaron por el Puente Picheuta, pequeño monumento de piedra y cal que aún hoy resiste el paso del tiempo. Cerca de allí, se había producido antes una escaramuza con los españoles, conocida como Combate de Picheuta, así como otrabatalla en la cercana Potrerillos.  Un hermoso embalse de aguas azules hoy ocupa el valle de Potrerillos. Es llamativo, por cierto, el color azul de las aguas, por cuanto el río Mendoza baja cargado de sedimentos, de color chocolate. Para el Cruce de los Andes, la columna principal, al mando del propio San Martín, atravesó por el Paso de Los Patos, en San Juan. Se llega a ese paso desde la localidad de Barreal, otro verde oasis al pie de los Andes, 100 km al norte de Uspallata.

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El ascenso por Mendoza está jalonado por una serie de localidades con grandes atractivos.  Punta de Vacas, Penitentes, con sus pistas de esquí, Puente del inca, con su curiosa y colorida formación que atraviesa el río. Allí, resisten al tiempo las ruinas del hotel termal, desde el cual aún fluyen aguas cálidas. Más arriba sigue Horcones, desde donde se accede al Parque Provincial Aconcagua y al propio cerro.

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Finalmente, se accede a Las Cuevas, el pueblo limítrofe, desde el cual se ingresa al túnel internacional Los Libertadores. El límite con Chile se halla a mitad del túnel, por lo que al emerger del otro lado, el viajero se encuentra ya en el país vecino. Ese túnel fue inaugurado en 1980. Hasta ese momento, desde Las Cuevas quedaba todavía una media hora de laborioso ascenso por un angosto zig-zag de ripio hasta el paso propiamente dicho, 500 metros más arriba. Ese camino aún hoy puede recorrerse, con precaución, y es un gran atractivo turístico. En la cima, sobre el límite mismo, la escultura del Cristo Redentor de los Andes domina la escena, acompañado por las banderas de Argentina y Chile. El ocasional vuelo de cóndores le brinda un marco de fuerte impacto.Desde lo alto, se distingue el empinado camino que desciende hacia Chile, así como los glaciares del Cerro Tolosa.

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El ascenso desde Uspallata a las Cuevas también muestra un largo rosario de túneles viales excavados en la roca. El paisaje es imponente y extremadamente pintoresco. Y en forma paralela al río y a la ruta, asoma la vía férrea del Ferrocarril Trasandino. Una obra monumental, que incluye centenares de kilómetros de vías, algunos de ellos con cremalleras para mayor tracción, decenas de puentes, túneles, refugios, estructuras de soporte. El mantenimiento de ese ramal, que iba desde Mendoza hasta los Andes, en Chile, era complejo y oneroso, por cuanto el clima, la altura, los permanentes derrumbes y rispideces propias de la alta montaña degradaban permanentemente la estructura. Desde la década de 1980 el ramal está inactivo, debido a derrumbes importantes que sepultaron una parte del trazado. A partir de entonces, el deterioro se acentuó, cayeron algunos puentes, otros se usan para acceso vial a poblaciones. Quizás, en un futuro incierto, habrá que considerar rehabilitarlo, tratándose de un factor de integración binacional clave.

La cordillera mendocina apabulla. Se puede escribir horas sobre ella. O admirarla a la distancia, desde alguna de las ciudades cercanas. Pero mucho mejor es aproximarse, ingresar en sus quebradas,  perderse en sus laberintos. Subir y sentir el viento frío en la cara.