Durante las trágicas semanas en que distintos incendios consumieron casi 190 mil hectáreas de vegetación (gran parte perteneciente a bosques nativos) junto al reconocimiento al denodado trabajo de cientos de bomberos miles de cordobeses conjugaron deseos y plegarias en pos de las lluvias.

En la provincia que se presume mejor preparada para combatir las llamas (con fondos específicamente afectados), y cargando la identificación de "Docta", las expectativas de respuestas parecían puestas en el cielo. O mejor, en húmedas descargas aún adjudicadas a la "madre naturaleza".

Los ruegos no han sido fructíferos. El 2020 es también el año en que menos lluvias se han registrado desde que comenzara tal tarea. Según el Servicio Meteorológico Nacional sólo precipitaron 459 milímetros en estos nueve meses. El mínimo histórico correspondía a 1975, con 489 milímetros.

Pero las precipitaciones llegarán. Los pronosticadores advierten que octubre mantendrá un nivel pluvial inferior al histórico, pero prevén algunas lluvias. Tenues, de escaso volumen, al menos hasta la antesala del verano.

Será necesario que las descargas de las nubes sean mesuradas. Según advierten los especialistas si el caudal precipitado torna cuantioso las zonas serranas podrían enfrentar otra tragedia, ya conocida: las inundaciones.

Los suelos ardidos, donde cenizas y restos se han consolidado, tardarán en recuperar su capacidad de absorción. La falta de vegetación impedirá una mejor regulación. Las escorrentías resultantes pueden incluir desperdicios y sedimentos.

La quema de las zonas de cuencas hídricas puede tener un gran impacto, sobre el cual ya existen antecedentes en Córdoba.

"En 2013 la afectación a las cuencas serranas fue en más de 100 mil hectáreas. En 2014 sin cuantiosos incendios, cuando empezó a llover comenzaron a acumularse problemas en los cauces, en lagos, en arroyos, en las cuencas serranas", evoca el geógrafo Joaquín Deón.

"Recordemos que todo los centros urbanos están en cuencas. Los que están en las sierras están en cuencas bajas. Lo que ha ocurrido después del 2013 es que tras cuantiosos incendios, seguidos por gran cantidad de precipitaciones, hubo un daño enorme a los centros urbanos, con víctimas fatales y destrucción de infraestructura", amplía el también investigador del Conicet.

En diálogo con Canal 10 el profesional señala la responsabilidad del gobierno provincial que, bajo gestión de Unión por Córdoba, permitió que el avance de urbanizaciones ocasionara severos daños ambientales.

"Negociados inmobiliarios y mineros destruyeron las cuencas serranas y transformaron a nuestras fábricas naturales de agua, a nuestras esponjas naturales que son las sierras, en verdaderos toboganes. Hoy esos toboganes están plagados de cenizas que han quedado después de los incendios. Esperemos que sean lluvias paulatinas y leves, que vaya recuperando el bosque nativo", explica.

"Hay que dejar que el monte empiece a volver solo, que se recuperen esos espacios para que las laderas vayan reteniendo y no se deslaven y se transformen en estas escorrentías superficiales que todo lo destruyen en inundaciones", precisa.

En este contexto, Deón denuncia los riesgos que implica la apertura de nuevos trazados, para variados fines, en las zonas de monte nativo.

"Está ocurriendo es lo contrario a lo que estamos pidiendo. Cada vez vemos más circuitos de enduro, cuatriciclos, motocross, que están destruyendo las cuencas, que están abriendo nuevos senderos y están deteriorando el recupero del bosque. Eso va a hacer que los toboganes sean cada vez peores y que el desastre inminente sea cada vez mayor. Son actividades prohibidas por ley y tienen que tener estudio de impacto ambiental para funcionar", enfatiza.

Finalmente, el geógrafo recuerda que el destino final de dichas escorrentías son los lagos, embalses y arroyos de los que se nutre de agua potable la población.

"Baja tanta ceniza a los cauces que el agua se vuelve intomable o el costo es altísimo para purificarla. A eso hay que sumar que en los lagos se acelera el proceso de eutrofización: hay más algas que le quitan el oxígeno al agua, liberan fósforo y el agua larga un olor y un gusto asqueroso, que casi nadie quiere tomar", concluye.