La cuarentena y el aislamiento por la pandemia saldaron la indecisión: el lugar para ver cine, ahora, es el hogar. Durante buena parte de los últimos dos años, los cines permanecieron cerrados al público y la industria cinematográfica debió adaptarse. A excepción de algunos casos sonados, como el del testarudo Christopher Nolan, que insistió en que su último film, Tenet, tenga su estreno en una sala, las premieres de estudios grandes, medianos y pequeños se trasladaron a las plataformas de streaming. 

Mientras citas como el Festival de Cannes o el Festival de Mar de Plata se suspendían por primera vez en su historia, otros festivales internacionales como FestiFreak diseñaron una programación híbrida, con pocas y restringidas funciones presenciales, y buena parte de sus muestras y competencias fueron puestas a disposición del público en distintos soportes digitales. Lo que quedó claro, en cualquier caso, es que la crisis sanitaria solidificó un cambio de paradigma en el mundo del cine y los contenidos audiovisuales. Tal vez el más drástico desde la aparición de la televisión por cable.

Pensado para entretener

En 2020, Netflix captó más de 36 millones de clientes y llegó a los 204 millones de suscriptores a nivel mundial. De ellos, 4,5 millones son argentinos, según confió Reed Hastings, CEO de la compañía. Hastings visitó el país un año atrás, y se reunió con el presidente Alberto Fernández para dialogar sobre una inversión para producir documentales y ficción en Argentina. Allí, el creador del gigante que llegó a América Latina hace solo una década, explicó la lógica que subyace al éxito de la distribuidora de DVDs que se convirtió en el parámetro de la producción audiovisual de esta nueva era: “El uso de inteligencia artificial (AI) en la plataforma está basado en las visualizaciones para mejorar la recomendación de contenido”. “Usamos los datos cuando podemos”, dijo. “Nosotros no queremos ser una empresa de datos, queremos entretener al mundo. No nos interesan los deportes ni los videojuegos: Estamos enamorados de las series y las películas”.

En 2021, Netflix captó 18,2 millones nuevos suscriptores y alcanzó los 209 millones de suscriptores en el mundo, de los cuales 5,2 millones están en Argentina. La compañía continúa creciendo y manteniendo su prevalencia sobre el abanico de competidoras que llegaron a la región en el último tiempo, como Amazon Prime, Disney+, HBO Max y Star+, a las que se suman en Argentina Qubit, Acorn TV, Mubi, Cine.Ar y los operadores telco que aportan sus propuestas como Flow, Sensa, Movistar Play, Claro Streaming, DirecTV Go y Telecentro Play. 

Aunque se esperan cambios para este año, con posibles aumentos del costo del abono y restricciones al uso compartido de una misma suscripción, Netflix planea seguir con la curva ascendente en 2022 a caballo de su modelo basado en producciones originales, como Don´t Look Up y The Witcher, que combina la generación de un público cautivo y no poco prestigio en el circuito de premios, del que hasta no hace mucho estaba excluida.

Estímulos cruzados

De acuerdo a un estudio de CompariTech, Argentina es el segundo país que más horas dedica a Netflix (el primero es Perú). Una de las claves parece estar en el costo del abono mensual, que está 1,7% por debajo de la media, lo mismo que la biblioteca (es decir que en Argentina se paga menos porque el contenido ofrecido también es menor). Además, el 41% de los espectadores acceden al sistema sin costo, gracias al uso compartido de contraseñas y cuentas, según CompariTech. Esto también podría sesgar el historial de visualización.

Los argentinos han consumido un promedio de 110.459 minutos (unas 1.840 horas) de contenidos disponibles en Netflix desde que abrieron su cuenta. Y según datos de Flow, acceden a esos contenidos on-line a través de dispositivos móviles más que cualquier otro. El más usado es el teléfono (48%), seguido por la computadora (32.2%), la tablet (13.4%) y el Smart TV (4.4%). Esto significa que en la mayoría de los casos, las producciones audiovisuales, sean series o películas, son consumidas en un entorno de estímulos cruzados. A menudo, en dispositivos que brindan un acceso contiguo y a veces superpuesto con redes sociales, mensajería instantánea e incluso el trabajo. 

La política agresiva de Netflix (tallada en piedra por Hastings en 2017, cuando aseveró que “cuando mirás un show desde Netflix y te volvés adicto a él, te quedás despierto toda la noche. Nosotros en realidad estamos compitiendo con el sueño”) ahora se mide con la de sus pares, que comparten la virtual infinidad de horas de series y películas para ver.

Según un estudio de la consultora Langston Company, el malestar por la fragmentación y el continuo bombardeo informativo de las distintas plataformas (con sus respectivas claves, lógicas y tipos de abono) está creciendo entre los usuarios. Otro consultora, Fluent, asegura que cerca del 50% de los usuarios se sienten “frustrados” por el creciente número de suscripciones necesarias para ver el contenido que quieren ver. “Los consumidores están molestos por los cambios inminentes en el panorama de los medios”, concluyeron en Langston. “Estos sentimientos negativos son impulsados ​​por el miedo a la fragmentación, la erosión del valor percibido y el costo de fricción de tener varias cuentas de streaming”.

Cambio de hábitos

La crisis por saturación aparece como consecuencia de una revolución histórica: la de las plataformas de streaming parece continuar la saga de la transición del cine mudo al sonoro en la década de 1920, la aparición del color en la siguiente, la irrupción de la televisión a mediados de siglo pasado y más tarde los servicios de alquiler en formato VHS y DVD y la tv por cable ya más cerca del fin de milenio, entre los ‘80 y el nuevo siglo. Cada una de ellas significó un reacomodamiento técnico y tecnológico, y un cambio de hábito entre el público que motivó la reiterada proyección apocalíptica del final del cine. ¿Estamos otra vez ante un panorama similar?

Como advirtió Martin Scorsese, muchos creen que la experiencia cinematográfica ha cambiado para siempre. El director italoamericano lo puso de manera violenta (dijo que los films de Marvel Studios “no son cine”) pero puede que le asista más razón de lo que se piensa. El cine como lo conocimos, con la liturgia de asistir a una sala a oscuras con un montón de desconocidos para ver una película de la que apenas hemos visto un póster o algún fragmento, o leído el comentario de algún especialista, y que nos mantendrá atentos por, al menos, una hora y media, parece haber quedado reducido a un público menor, o a una ocasión excepcional.  

El consumo compulsivo, seriado y fragmentado del presente, donde el usuario dispone cuándo y cómo ver los contenidos está cambiando el panorama y multiplicando las vías de acceso a las películas. También lo está sesgando y compartimentando: en una época en que la capacidad de transmisión y acumulación digital es inconmensurable, la mayoría del público parece confluir en pocos títulos y temáticas, y manteniéndose fieles (o adictos) a los contenidos que les gustan, les dan satisfacción o los mantienen lejos de la incertidumbre de lo extraño. La pregunta es si no era eso, la posibilidad de ver lo otro, lo que hacía del cine algo tan especial.