Walter Herrmann alcanzó otra vez lo que se propuso. Su capacidad deportiva y su constancia en el trabajo lo llevaron a jugar en el más alto nivel del básquetbol mundial y a ser parte del triunfo del seleccionado argentino en los Juegos Olímpicos de Atenas. Nació al básquetbol en su pueblo, Venado Tuerto. Y de ahí voló por Córdoba, por varias ciudades de España, por Brasil y por Estados Unidos.

En esta ciudad se consagró campeón con Atenas y en Buenos Aires con San Lorenzo. En Río de Janeiro con Flamengo y en el país vasco y en Málaga con Baskonia y Unicaja. En el mundo festejó varios títulos con el seleccionado argentino.

Festejó con el básquetbol. Y sufrió por la vida misma. En un accidente automovilístico fallecieron su mamá, su hermana y su novia, y un año después murió su padre, por causas naturales.

El dolor, en vez de apabullarlo, lo redobló en valor, en espíritu de superación, en ganas de vivir. Una expresión de esto último la manifestó en los últimos días, cuando anunció que había cumplido una promesa, la que le había hecho a su madre, sobre algo que no pudo terminar cuando las exigencias del deporte  lo llevaron por otro camino: terminar el nivel secundario de educación.

Orgulloso por el objetivo cumplido, Walter Herrmann, lo hizo conocer en las redes sociales. El reconocimiento llegó al instante. Las felicitaciones, como tantas veces sucedieron con el correr de sus tiempos, volvieron a ponderar su tesón, aun cuando el dolor lo siga envolviendo.