El estado de salud de Perón se deterioraba día a día. Los días previos a aquel primero de julio de 1974, el General había pasado buena parte de su tiempo desconectado de la realidad, mirando por la ventana de su dormitorio cómo pasaban las horas.

En función de la delicada salud del presidente, en el invierno del ‘74 buena parte de las actividades oficiales del gobierno nacional se habían mudado a la quinta presidencial de Olivos. Ese mismo primero de julio había reunión de gabinete. Perón, como era de esperar, no iba a participar. Su habitación, en la que pasaba sus aletargados días, estaba a pocos metros de donde se haría el cónclave. Ya iniciada la reunión, en pleno intercambio entre ministros, se empezaron a escuchar corridas, gritos, expresiones de alarma y desesperación. Una de las mujeres que trabajaba allí escuchó al propio General diciendo “me voy, me voy”, mientras caía al suelo.

El doctor Jorge Taiana, padre del actual ministro de Defensa y ministro de Educación de entonces, era a su vez uno de los médicos personales de Perón. Taiana fue el primero en llegar. Pero a su lado, con la misma urgencia, apareció otro ministro, José López Rega, que formaba parte, también, de la reunión de gabinete. Ingresaron juntos a la habitación y el monitor mostraba que el corazón de Perón se estaba apagando lentamente.

López Rega, lejos de entristecerse, lejos de llorar la muerte de su único mentor, dijo decidido: 

 —El General ya murió en una ocasión y yo lo resucité.

Taiana, el hombre que sabía de medicina, el profesional que había seguido de cerca la salud del presidente, fue corrido por López Rega, quien después de decir que ya lo había resucitado una vez,  agarró de los tobillos a Juan Domingo Perón, cerró sus ojos y empezó a decir a repetir unas palabras que nadie entendía. Y de repente comenzó a gritar:

 — No te vayas faraón, no te vayas faraón  —mientras le sacudía las piernas al presidente, inerte.

A los minutos, cuando vio que su delirio no lograba el cometido, reconoció:

 — El gran faraón no responde mis esfuerzos por retenerlo acá en la tierra. Debo desistir.

Recién ahí, asustado, perplejo, el padre Ponzio comenzó a rezar el padre nuestro.

(Relato construido a partir de los datos de la biografía sobre José López Rega escrita por Marcelo Larraquy)