El poeta ya había escrito parte de sus mejores obras, pero lejos estaba aún del Nobel. El poeta, que ya había escrito parte de sus mejores obras, además de poeta era un rojo fulguroso, un rojo sin descanso, un rojo enfurecido. Y en el Chile de 1948, gobernado por el radical Gonzalez Videla, un progre socialdemocrata,  los rojos tan molestos y tan rojos,  no estaban bien vistos.

Por eso, y pese a que se hacía el progre, el presidente chileno Gonzalez Videla,  último radical en ocupar ese cargo, declaró ilegal al partido comunista y a todos sus integrantes. Por lo tanto, el poeta, que hablaba del amor pero que en la militancia era tan rojo que bancaba a Stalin y a quien fuera, tuvo que huir. 

Y para ayudarlo a huir estuvieron los camaradas argentinos, que delegaron la misión secreta en uno de los suyos: Amado Daer. El argentino y rojo Amado viajó a Chile de incógnito, consiguió un baqueano, también rojo, que supiera cómo cruzar los Andes y a lomo de mula, el experto en caminos, el poeta Neruda y el argentino Daer iniciaron la travesía oculta y clandestina, escapando del progre Sanchez Videla. 

Travesía que no fue gratuita. El poeta y Daer llegaron a destino: San Martín de los Andes fue la ciudad que los cobijó. De las mulas no se supo mucho. Del baqueano rojo tampoco: cayó por un precipicio en medio de la huida y su cuerpo nunca más apareció.

Después cada cual tomó sus camino. El poeta se vino para Totoral y su camarada Amado tuvo dos hijos. A uno le pudo Héctor, pero a su favorito, lo llamó Rodolfo Amado: Amado como él mismo, y Rodolfo como su jefe mayor y rojo: Rodolfo Ghioldi, el líder histórico del comunismo argentino que, a su vez, fue un antiperonista acérrimo.

Los dos retoños de Amado, Hector y Rodolfo, militaron como su padre en el comunismo. Pero cuando la juventud sopló sus rostros, los dos dejaron el redil paterno y abrazaron la causa peronista y sindicalista. Héctor, el menor, hoy lidera la CGT. Rodolfo Amado, que también lideró la central de trabajadores en los 90, desde el ‘84 preside el sindicato de la alimentación porteña. 

Lejos del compromiso paterno, Héctor y Rodolfo forman parte del universo sindicalista que no molesta mucho a la patronal.