Fue una jugada mágica, propia de quien la produjo. Iban 10 minutos del segundo tiempo del partido de cuartos de final del mundial México 86 que el 22 de junio de aquel año disputaban Argentina e Inglaterra. Diego Maradona ya había sorprendido al mundo, pero mucho más a los ingleses con un gol anotado cuatro minutos antes. Sus rivales habían salido disparados hacia el árbitro para protestar por una supuesta mano del "10" al tocar la pelota hacia la red. El mismo crack, varios años después, le había dado validez a la presunción inglesa. Fue "la mano de Dios", un anticipo de lujo para el que fue considerado el mejor gol de todos los mundiales. 

Diego, en plena confusión de sus adversarios por el gol sufrido pocos minutos antes, recibió la pelota en la mitad de cancha y emprendió un recorrido lleno de habilidad y destreza para batir al arquero Peter Shilton luego de haber dejado en el camino a medio equipo.

Fue un gol gritado gritado con el alma, más que con el fervor del hincha. Fue un gol simbólico, un gol reivindicatorio al menos en el placer de ver vencidos a quienes se pretendía vencer con más ganas que a cualquier otro equipo del mundo.

Diego lo logró. Y el mundo se maravilló. Y hoy todavía lo sigue disfrutando.