Depravado. Eso o algo así es lo que se dijo de Ciro Pertusi cuando, en medio de esa hermosa revolución contra el patriarcado que hizo estallar el feminismo, alguien puso a la luz unas declaraciones del músico sobre su fascinación por las nenas de corta edad.

Las iras de las militantes feministas también hicieron blanco en otros músicos como Cristian Aldana y Gustavo Cordera. Sinceramente, a mí Cordera nunca me cayó bien, no tuve contacto personal con él porque nunca me pareció alguien agradable. A Aldana nunca lo crucé. Pero sí conozco a Ciro y siento por él un gran cariño.

Sé que es una buena persona y creo que metió la pata al decir lo que dijo en un momento. Me parece que fue de chambón, sin medir las consecuencias, y sinceramente creo que jamás se aprovechó de una niña. Pero bueno, dijo lo que dijo siendo ya un muchacho grande, y eso no lo puede negar nadie.

Me da pena que esas palabras suyas le hayan caído encima como una condena perpetua.

Lo que sé de Ciro es que es un muchacho simple, tanto como pueden serlo los anónimos de su edad en la ciudad; un empleado de una pizzería, un kiosquero o un motoquero que cruza Buenos Aires todos los días de su vida haciendo mandados para las oficinas. Pero él era, o es, una estrella de rock. Sin glamour, porque es del sur del América, pero sí modelo para miles de chicos y también, por qué no decirlo, desvelo para las niñas que lo miraban en la televisión y soñaban con su rostro de adolescente eterno.

En un momento, Ciro dejó su grupo de siempre, Attaque 77, y armó otro, Jauría, con el que no llegó a ser tan exitoso como a fines de los 80. Vivió un tiempo en Córdoba y después otro en Bahía Blanca, en el sur de la provincia de Buenos Aires, dedicado a criar a su hijo, y hasta que después volvió a Buenos Aires, a la casa de Caballito, a vivir con su hermano. Y ahí le perdí la pista.

Luego supe de él lo mismo que todo el mundo ligado al rock: que había caído en desgracia acusado de depravación. Me contó algo de él su antiguo compañero de grupo Mariano Martínez, que estuvo una vez en casa, en Agua de Oro, hace un tiempo. Larry, le decían en la banda. Como el de Los Tres Chiflados. Así lo tenía agendado Mariano en su celular.

Attaque 77. Foto: redes
Attaque 77. Foto: redes

Para mí Ciro sigue siendo aquel que conocí. Un niño grande.

-Mirá qué me compré, me dijo una tarde de un día de semana del 94 en que nos encontramos en la Bombonera, el mismísimo estadio de Boca, para hacer una entrevista para un documental de MTV sobre la historia del rock argentino. Hablaba de unos botines Sacachispas flamantes. Esas zapatillas con tapones de goma fueron el calzado más popular en los años 60 para los futbolistas de barrio. Nada mejor para un picado en serio.

-Los compré en una casa de deportes en el Chaco. En la vidriera vi unas camisetas viejas de piqué y entré. El señor tenía de todo, su negocio era un museo. Y había botines Sacachispas en los estantes. Le quedaban siete pares, todos en sus cajas originales. Le compré los siete, quedé bien con unos amigos. Y yo me quedé con éstos. Están buenos, no.

Ciro es de Boca. Es público desde 1988, cuando grabó en el primer disco de Attaque 77 aquel Sola en la cancha que habla de una chica que va a los partidos. Como Paula del Dieguitos y Mafaldas de Joaquín Sabina, pero en tempo Ramones. El estribillo es contundente: “…Los huevos del equipo, los huevos de la hinchada, dale Boca que vamos a ganar”.

Una vez, en el 98, fuimos a ver a Boca a la cancha de Ferro. No a la platea, sino a la popular. Mi hermano Guille, mi hijo Pedro de siete años y yo lo encontramos a una cuadra, hicimos la cola para sacar la entrada como todo el mundo y vimos el partido desde la popular visitante. Todavía jugaba Caniggia y el Bambino Veira dirigía sin éxito. Eran los días en que se decía que el equipo era un cabaret. Perdimos 4 a 1. Un desastre.

Terminamos la tarde en su casa, que estaba cerca de la cancha, tomando café con leche y comiendo unas medialunas que, atento y previsor, él había procurado para atender a sus ocasionales compañeros de tarde de fútbol.

Su casa era un típico departamento interno de clase media de Caballito, planta baja con entrada por un pasillo largo, con un pequeño patio donde se podía dejar una bicicleta, una cocina con mobiliario básico, un living desordenado y su habitación. Ningún lujo. Y él estaba orgulloso de ese lugar que había conseguido tener. Y se lo veía ciertamente cómodo.

Varios años antes, cuando Attaque estaba en su primera hora de masividad, convinimos un encuentro en Lugano, el barrio en el que creció y donde aún vivía, para una entrevista que se publicaría en Página/12.

En esas horas, el programa de televisión de Mario Pergolini había adoptado el nombre de un tema de la banda, Hacelo por mí, que obviamente usaba como identificatorio. Y ya se sabe qué poder tiene la tv.

Ciro, Attaque 77 y la canción eran famosos.

Lugano es una ciudad dentro de Buenos Aires. Un mundo de 118 monoblocks de 14 pisos más 10 torres de 22, con casi 8 mil departamentos en los cuales viven más de 30 mil personas. Allí está el germen del rock chabón de los años 90. Allí también vivió su adolescencia Toti Iglesias de los Jóvenes Pordioseros. De ahí se supone que es Homero, el personaje del tema de Viejas Locas que escribió Pity Alvarez, vecino de Piedrabuena, otro barrio rollinga. 

La entrevista tuvo lugar en el departamento en el que aún vivía Ciro con su mamá y sus hermanos. No hubo preguntas. Encendí el grabador y él se puso a hablar, fue un monólogo suyo.

Vivir y morir en Lugano, la nota. Foto: Archivo Víctor Pintos
Vivir y morir en Lugano, la nota. Foto: Archivo Víctor Pintos

La nota, que hoy pienso que es una de las mejores piezas periodísticas que escribí, decía:

Esta es mi pieza. Esta es mi casa, un departamento en Lugano, el viejo Lugano, un lugar bárbaro. Acá vivo con mi familia que son mi vieja Estela, mi hermano Federico y mi hermana María. Mi viejo se suicidó en el 79, por ahí. Acá en esta casa no hay ningún recuerdo de él. En ese tiempo nosotros vivíamos en Boedo. Yo tenía 11 años, creo, o 12. Mi viejo trabajaba en una fábrica de su padre; era obrero, chofer de una camioneta. En una época empezó a andar mal. Mucha ginebra, algunas pastillas. Andaba mal a nivel anímico, no tenía buen trato con la familia. Depresión. Después llegó a lo que llegó, agarró un revólver y se pegó un tiro. Al principio me preguntaba por qué lo hizo, por qué lo hizo. Hoy en día, poniéndome en su lugar, diría que dijo: Yo no quiero molestar más ni que me molesten más. Entonces se pegó un tiro.

Después de lo de mi viejo, mi vieja reamó su vida con otro chabón. Y bueno, medio que cambiamos de lugar porque era muy doloroso estar en esa casa de Boedo. Fuimos a un departamento alquilado. Y vinieron épocas malísimas, porque cuando mi viejo laburaba y mi vieja también trabajaba había algo de guita, entonces no nos preocupábamos, pero después vino Martínez de Hoz, todas las transfugueadas militares, y nos quedamos sin casa. Porque alquilábamos. Recién éste es el primer lugar que es de mi vieja. Todavía no tenemos la escritura porque es un plan Fonavi de ésos que se pagan de a poco, pero sabemos que ya se lo adjudicaron.

Cuando mi vieja rehizo su vida, empezamos a alquilar acá y allá, toda esa movida de los meses de depósito, cada vez peor, cada vez peor, hasta que una vez no pudimos renovar en el departamento donde estábamos porque el dueño lo quería para la hija que se casaba y nos mandaron una cédula de desalojo. Y gracias a esa cédula, por la que íbamos a quedar en la calle, fuimos a la Comisión Nacional de la Vivienda, donde ya estábamos anotados, y nos mejoraron el puntaje y conseguimos esto.

Cuando conseguimos esto, no sabés cómo estábamos. Saltábamos de alegría. Porque es lindísimo este lugar. Llegamos y estábamos solos en el edificio, y teníamos que bancarnos la historia de gente que quería meterse. Los viejos quilombos de que viene gente y quiere usurpar, y vos tenés que andar calzado y todo ese tipo de cosas. Pero para nosotros vivir ese peligro era una alegría porque sabíamos que estábamos defendiendo algo que no era de un hijo de puta que nos estaba cobrando un alquiler. Sabíamos que algún día iba a ser nuestro.

En esa época me habían echado de un laburo, pegué un juicio y con esa guita entramos acá. A mí siempre me acostumbraron a dejar el sueldo en casa. Medio sueldo era para mi vieja y el otro medio para mí. Bueno, me quedé un tiempo sin laburo y después conseguí el Correo. Duró dos años, me ayudó un montón. Era mensajero, andaba con telegramas. Eso me salvó porque andaba mal, yo soy un tipo que cuando no ando con ocupación, me vuelvo medio depresivo. Como cualquiera, no. Viste que cuando perdés un laburo y estás al pedo, te empieza a pegar mal. Y sabés cómo es eso, estás al pedo y hacés cualquiera, sos capaz de salir a afanar si no tenés plata. Eso, de acuerdo a la estabilidad emocional de cada uno. Yo siempre me mantuve bien, por suerte. Simplemente por mi familia, porque tengo un hermano, una hermanita, mi vieja. Es un patrimonio. Todo lo que me puede dar fama, me lo pueden quitar, pero a mi familia no, porque yo me voy a matar por mi familia.

Cuando empecé con el Correo, Attaque empezó a andar bien. No fue cuando yo lo necesitaba porque andábamos tan mal... Empezó a andar bien cuando yo anduve un poco mejor. Un día vine y le dije a mi vieja: mirá, si había algo que yo quería, era que vos tengas un lugar donde caerte muerta, no un lugar alquilado donde por una de esas cosas de la vida palmás, lo digo aunque es feo hablar de eso, y dejás a dos hijos que no tienen hogar. En cambio, acá estás segura, ya tenés tu casa.

Entonces yo me sentía realizado con eso, y agarré y me fui. Tranquilo. Yo quería vivir mi vida. Desde los 15 años quería vivir solo. Me fui a un hotel, a una pensión en Flores. Viví en esa pensión hasta que hicimos un Cemento glorioso y con esa guita tuve la entrada para alquilar el departamento donde estuve hasta hace poco. Ahora la onda es que volví a vivir con mi vieja porque dentro de poco hay una posibilidad de pegar una casita toda desarmada por acá, por Lugano. Y dentro de un tiempo, espero que el grupo me siga dando para seguir levantándola. Mi sueño es cortito, lo tengo desde hace mil años: quiero tener una casa. Lo demás viene solo.

Cuando yo nací, seguro que mi viejo me miró y me dijo: vos sos de Boca. El era fanático de Boca. Yo crecí jugando al fútbol, como cualquier pibe de barrio, hasta los 13 ó 14 años, cuando conocí el rocanrol. Después volví al fútbol con la era Maradona. No tanto en el 81 sino en el 86, con el Mundial. Ahí me di cuenta de ese tipo. A Maradona, aunque no lo conozco mucho, sólo hablamos un par de veces, lo siento como un hermano más. Cada vez que lo veía hacer un gol, me daban ganas de estar ahí, de ser compañero suyo y abrazarme con él por el gol. Sentía una cosa terrible.

Bueno, volví al fútbol con Maradona y volví a la cancha de Boca, volví a parar ahí, más que nada a ver cómo se desarrolla el sentimiento popular. Más que nada, lo social. Al fútbol no le presto atención, para eso lo miro después en casa por televisión, ahí estoy más tranquilo.

 Ahora ya no voy a la cancha. Imaginate, es un quilombo, me lo paso firmando autógrafos. Pero conocí a los pibes de la barra brava, que me dijeron que estaba todo bien, que cuando quisiera ir a la cancha los viera a ellos porque donde están, nadie me va a molestar.

Pero más que nada no voy para cuidarme la voz. No soy un tipo cantor. Entonces voy a la cancha y me pongo a cantar y me cago la voz.

Yo pienso que en el futuro hay dos cosas que me gustaría hacer. Me gustaría quedarme en el rock, ser productor o tener un estudio, algo así. Si no, terminar en un paravalancha, ser un gordo de los que están ahí, de esos gordos con aguante, y estar ahí y alentar a mi equipo y viajar a todos lados, y prenderme en escaramuzas y mil quilombos por una bandera simplemente, eso estaría bueno. Y me gustaría seguir acá. Vivir en Lugano. Vivir y morir en Lugano.

Attaque 77 - No me arrepiento de este amor
Attaque 77 - Western