A un año de su muerte, escribí una nota en Página/12 en su homenaje.

Se titulaba El amor después del adiós, en una obvia y no muy original cita al más famoso disco de Fito Páez que hoy ha vuelto a la gran notoriedad.

Decía aquella nota: A pesar de tanta pena y tanto olvido, Astor Piazzolla sigue estando en Buenos Aires. “Como Gershwin en Nueva York”, concluye con razón Laura Escalada, la mujer que lo sobrevive, en el atardecer de este invierno porteño.

Desde el ventanal del piso en Palermo que fue su casa se ve pasar la Avenida del Libertador, más acá o más allá del hipódromo, según la mirada, y el living parece más inmenso que nunca porque está desierto. Sólo están las paredes blancas y el piso de madera sin muebles. Se anuncia mudanza.

En un alto del trabajo que ha sido mucho, cuando faltan horas para el día que es hoy, Laura se propone ser fuerte como siempre le gustó mostrarse y así habla y cuenta mil historias de su hombre. Pero en un momento se desarma y dice que se lo extraña y que su presencia es constante aunque parezca una locura, y que los recuerdos suelen llegarle sin pedir permiso, para bien y para mal.

Hay penas pero no olvido, dice la mujer rubia.

De la puerta para afuera, Piazzolla ha tenido un recuerdo sutil pero continuo en este año de soledad. Aunque éste sea el país de la desmemoria y en las radios casi no se lo escuche.

Hace algunas semanas, uno de los más notables herederos del autor de Adiós Nonino, el brasileño Egberto Gismonti, dedicó uno de los mejores momentos de su concierto a la memoria del maestro.

El español Luis Eduardo Aute, en otro escenario y bajo otras luces, también hace poco se dio el gusto de entonar aquí su Con un beso por fusil que escribió, en forma de canción de amor, a Piazzolla y Atahualpa Yupanqui, las dos partidas inmensas del 92.

Más acá de la sutileza, pero también cerca del corazón, Alberto Cortez sintió el placer de escucharse en el mismísimo Teatro Colón, hace unos meses, con su homenaje La caja de los vientos, su metáfora para hablar del fueye de Piazzolla. “La tapa de la caja de los vientos / de golpe y sin aviso se ha cerrado / y es tal la conmoción que se ha quedado / sin alma la ciudad y sin acento”, dice la canción.

Y hay otros tributos.

Un compact que es el regreso al primer brillo, el pulso del subte a las siete de la tarde, un parquímetro en rojo.

Eso es Piazzolla hoy, un año después.

Pasaron 31 años del minuto final.

Hoy quiero que el homenaje sea la publicación de un audio bastante poco conocido de un momento de una actuación de Astor y su Quinteto en 1961, en el auditorio de la radio CX24 La Voz del Aire de Montevideo, que era el germen de Radio Carve, dedicada al deporte.

Lo interesante, claro, es eso que suena: 

Las palabras de introducción a la música, sí, son del propio Astor Piazzolla. Y el tema aquí rescatado es el que Astor dedicó a su padre Nonino cuando murió.

Astor nació en Mar del Plata en 1921. Su papá Vicente, Nonino, italiano, falleció en 1959.

La historia cuenta que, cuando Astor era un niño, su papá le regaló el primer bandoneón en New York, donde vivía la familia. Fue allí donde el chiquilín Piazzolla conoció a Gardel, e incluso hizo una breve aparición en una película del Zorzal, El día que me quieras, donde hace el papel de pequeño canillita.

Astor Piazzolla en El día que me quieras, con Carlos Gardel. Foto: redes
Astor Piazzolla en El día que me quieras, con Carlos Gardel. Foto: redes

Tuve la fortuna es escucharlo en directo varias veces, al frente de distintas formaciones. Con el Quinteto, más que nada. Lo entrevisté un par de veces, y tengo en mi archivo una carta manuscrita suya, que dirigió a algunos periodistas en 1988, en medio de una polémica sobre el tango y su música. Qué cosa, tantos años después, seguía el maremoto.

El adiós de Astor Piazzolla

También tengo el mismo amor por su música que tantos tienen.

Y veo que, 31 años después, es cruel este silencio que nos hace tanto mal.