Estamos en febrero, pleno verano del sur americano, y acá en Córdoba pareciera que, al igual que en otros veranos del mundo, es el tiempo de los festivales. 

Gracias a la televisión, que distribuye en todos lados lo que pasa en los escenarios, Cosquín y Jesús María, parecen ser el objetivo central para analizar el folklore del hoy en el país. (Dejo afuera, en principio, el festival de Villa María, que es un potpourrí de lo pop exitoso de hoy, y el Cosquín Rock, que bien puede ser considerado, aquí, allá y en todos lados, la meca del rock de la Argentina y de sus músicas aledañas)

En primer lugar, siento que en este caso debería empezarse por el principio, como en todo, preguntándose qué es el folklore hoy

Si éste fuera el propósito, correspondería, creo, plantearse si una música como el rock argentino, instalada aquí hace más de 50 años, con actividad y con vigencia en el sentimiento popular, no merecería ser considerada parte del folklore del país.

¿Qué está desde hace poco? Si consideramos que las primeras canciones originales de rock hechas en la Argentina, como Ayer nomás y La balsa, sin ir más allá, son de 1966 y 1967, llegamos a la cuenta de que nacieron hace más de 50 años, que es el tiempo que los sesudos estudios musicológicos sugieren para que una música llegue a ser folklore de un lugar. 

¿Qué no es música local? Si ese fuera el tema, tampoco sería folklore la polca, que no nació precisamente en Misiones sino que fue importada. O el vals, que arrancó en Viena. O la chacarera, que como el tango, tiene su raíz en Africa. ¿La polca, el vals, la chacarera y el tango no son parte del folklore argentino?

¿Qué no tiene instrumentación autóctona? Si esa fuera la cuestión, no sería “folklórico” todo lo que se enchufa, porque -suena a chiste- los originarios no tenían electricidad, y ciertamente ya sabemos que, desde hace tres décadas, más o menos, se celebra que el folklore se haya “modernizado” y que haya incorporado guitarras eléctricas y baterías. 

Entonces, yendo a nombres concretos, ¿es más folklórico hoy lo de Luciano Pereyra, Abel Pintos y Los Nocheros, y podría seguir la lista, que lo de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Miguel Cantilo, Pappo y Gustavo Cerati?.

No me refiero a que Divididos haya alguna vez grabado a El arriero de Atahualpa Yupanqui. O a que Luis Spinetta haya escrito una zamba como Barro tal vez que llegó a cantar Mercedes Sosa. Y podría seguir la lista. Hablo de El tren de las 16 de Pappo, de Cerca de la revolución de Charly García o de No pibe de Manal. ¿Acaso canciones como ésas no están más en la piel de la gente que las zambas, las chacareras y todas o casi todas “folklóricas”, que son anteriores, como las que se escuchan con devoción en los festivales “folklóricos” que fueron publicadas hace 70 años o más, cuando el público que hoy las aplaude ni siquiera había nacido, y que si se mantuvieron vivas es porque en muchos casos son buenas, claro, o tuvieron mucho éxito, aunque no fueran tan buenas, y porque los difusores de las radios, conservadores velados en muchos casos, o directamente no velados en otros, las reprodujeron una y mil veces en los tiempos recientes.

El folklore hoy, ¿qué es?

Sí, quizá ya sea tiempo de replantearse qué es el folklore. Por ahí debería empezarse, creo.

Después se podría hablar de qué dejaron, este año, los festivales de Cosquín y Jesús María.

Eso, mientras empiezan a sonar, por acá, Lali, Tini, Callejero Fino, Niki Nicole, Ciro y los Persas, Babasónicos y Trueno. Porque esto sigue. Es la vida, y sigue. 

(Ah, un dato final. Fito Páez dio a conocer Yo vengo a ofrecer mi corazón en 1985. O sea hace 38 años. Cuando hay quienes piensan que se “actualizan” y “modernizan” pensando en Fito Páez, que debutó en Cosquín recién el año pasado, 37 años después de su “novedad”, no están siendo precisamente “renovadores” ni están descubriendo la pólvora… vienen un tantín atrasados)

(El tiempo ha pasado. Tanto, que quienes hoy toman decisiones, hace 37 años iban al Jardín de Infantes)