Los aniversarios provocan resonancias y ecos; alimentan nostalgias, avivan recuerdos. Producen formas de la evocación muchas veces distintas y esquivas a los tiempos objetivos del reloj y el calendario. Y así, algo que ocurrió hace dos décadas puede parecernos muy lejano o muy cercano porque el tiempo es, antes que nada, una experiencia.

 Desde la asunción de Néstor Kirchner como presidente de la Nación en 2003 pasaron 20 años. Los mismos años que pasaron desde el nacimiento de cientos de jóvenes que irán este 25 a la Plaza de Mayo a escuchar y apoyar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en el acto por esta conmemoración. Los mismos que pasaron desde el golpe de 1955 que derrocó y proscribió a Perón hasta su retorno en 1974. Los mismos que transcurrieron desde el golpe militar de 1976 hasta la creación de H.I.J.O.S en 1996, cuando yo empecé mi militancia política y mis estudios universitarios.

 Y así podríamos seguir, enunciando hechos que, aunque distantes y distintos, van configurando experiencias políticas personales y colectivas que dan sentido a nuestras trayectorias, a nuestros caminos.

Pienso en esto y encuentro allí un primer rasgo que distingue a Néstor Kirchner: su lucidez para aproximar, y a veces sintetizar, distintas experiencias políticas. Su sagacidad para acercarse a lo distante pero también su astucia para unir lo distanciado: la militancia política con la militancia social, el Estado con las organizaciones de base, el peronismo con las experiencias de resistencia al neoliberalismo, la juventud con la política.

 Cuando Néstor asumió la presidencia era para mí, como para muchas y muchos, un total desconocido. Incluso las elecciones eran actos que nos entusiasmaban bastante poco mientras seguíamos pidiendo “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Lo nuestro no era anti política sino defensa de otra política: la de lo imposible, decíamos, esa que tarda un poco más. Lo nuestro era luchar contra la impunidad y contra la entrega del país. Resistencia pura y dura en la diaria, en la calle, en las aulas. Contra los poderes fácticos y una dirigencia servil y funcional a sus intereses.

 Y en ese contexto fue que apareció Néstor ante nosotros. Inesperado, inclasificable, un político disonante y desconcertante, un segundo rasgo que lo distingue. Enseguida nos sentimos convocadas y convocados por su interpretación poderosa: la generación de los 70 -su generación, la de nuestros padres- fue una generación diezmada pero no lo fueron sus principios ni sus sueños. Había que rescatarlos, actualizarlos y concretarlos desde un gobierno nacional, popular y democrático. Nos volvimos a ilusionar.

Y aunque su gobierno duró sólo cuatro años -desde el 2003 al 2007- su política logró darle el nombre a una época: la kirchnerista. La experiencia de ese tiempo se prolongó más allá de su presidencia y se extendió más allá de su muerte: llega hasta el presente, se entrama con el futuro.

Por eso creo que en este aniversario es importante que mantengamos un vínculo político vivo con Néstor Kirchner. Es decir, un vínculo despojado de liturgias y rituales solemnes. Que esté hecho de legados, creencias y mitos, pero que también esté acompañado de distancias y preguntas desde el presente.

Recuperar la política como esperanza y alegría por conseguir lo que se desea y se necesita; construir metas y objetivos que incluyan a las mayorías; garantizar que la controversia y el conflicto no impidan la imagen de un futuro común. Esos son algunos de los desafíos urgentes de este tiempo que reclama, exige, nuestra renovada ilusión.