Cuando poco antes de recibirse de nutricionista hacía prácticas en centros de salud, Natalia Tumas comenzó a observar cada vez con mayor impotencia los límites de su profesión.

Las mamás (gente empobrecida), ponían cocacola en la mamadera de bebés convalecientes; le ofrecían criollitos a niños que apenas podían respirar. En vez de leche, jugos ultraprocesados −y caros− traídos del kiosko.

Vi que no se podía hacer demasiado desde ese lugar. Cualquier intento de cambio era pelear contra gigantes. La publicidad tiene mucho poder sobre los sectores vulnerados.

Una frustración semejante cuando título en mano hizo consultorio. Las acciones para modificar hábitos alimentarios estaban muy limitadas, me explica Natalia Tumas después de años de estudio que afianzaron lo que comenzó a sospechar entonces: la obesidad y el sobrepeso no son responsabilidad individual.

Lo suyo no sería recetar dietas para bajar kilos. Eligió ir tras las causas macroestructurales de lo que la Organización Mundial de la Salud considera una pandemia. Con la beca Ramón Carrillo del Ministerio de Salud de la Nación comenzó su carrera de investigadora.

El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, Natalia Tumas, 38 años, fue distinguida por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba con el Premio Mujeres en Ciencia 2023, categoría Joven Promesa. Una alegría múltiple, admite con sonrisa luminosa.

Alegría por mujer, luchando su lugar en un mundo de científicos; por la confirmación del camino elegido. Y porque a los premios casi siempre (o siempre) se los llevan las ciencias (mal llamadas) duras. Precisamente contra eso, María Teresa Bosio, una de las investigadoras de la Universidad Nacional que participó en la selección de este premio 2023, alentó para que se distinguiera una disciplina (mal llamada) blanda. Una nutricionista, me dijo con fruición Keka Bosio, y me alcanzó los datos para llegar hasta la premiada Tumas (agrego: Nutrición todavía se considera auxiliar de Medicina).

En su investigación iniciática hace más de una década, Natalia Tumas observó cómo mujeres cordobesas que comían a base de carnes rojas, grasas, aceites, azúcar y aderezos tenían un riesgo tres veces superior a contraer cáncer de mama que aquellas cuyas dietas eran ricas en frutas y verduras.

Sabiendo que lo que se come no es responsabilidad individual, apuntó más allá (que eso es la carrera del investigador, me precisa: Animarse a dar un paso más). Fue por un doctorado en Demografía donde avanzó en los determinantes socio-ambientales del cáncer de mama.

Reconocer que hay inequidades, injusticia social, desigualdad de género por los roles socialmente asignados, es poner la responsabilidad donde corresponde, me dice Natalia Tumas, enfatizando una descripción que aleja a su disciplina de los modelos que cargan de culpa a quienes no pueden con un mandato de cuerpo inalcanzable. (Delgadita ella misma. Me confiesa que muchas veces se ha cuestionado la legitimidad de ocuparse de un problema que nunca experimentó en su propio cuerpo).

Cada vez más preocupada por lo macro, con las becas Erasmus y Marie Sklodowska-Curie de la Comisión Europea, Natalia Tumas llegó a Barcelona y a Londres. Durante dos años allí hizo estudios postdoctorales sobre desigualdades sociales y de género en obesidad en Iberoamérica, y políticas públicas para abordarlas. Constató cómo a mayor empoderamiento de las mujeres en las ciudades, descendían la obesidad y el sobrepeso.

Natalia Tumas recuerda cuánto la sobresaltó ver un hombre durmiendo en la calle cuando viajó por primera vez a Buenos Aires. Tenía 10 años, y en General Cabrera, en el sur cordobés donde vivía con su familia, la vida era mansa. Un padre radical (a la vuelta, la casa del ex vicegobernador Edgardo Grosso) pero antes que en la política, papá Tumas estaba interesado en alentar el estudio de sus hijes (además de Natalia, otra chica psicoanalista, y un varón biotecnólogo). Una mamá profe de biología y química. Y muchos libros. De química, se ríe. De los otros, ‘El diario de Ana Frank’. Un click que a los 12 años la despertó al mundo.

Frente a esas injusticias algo se abrió en mi interior. Yo era una Mafaldita (abanderada en la primaria, escolta en la secundaria). Preguntaba todo. Sufría un montón cuando veía que alguien se burlaba de un compañero. También comenzaron a preocuparme las cuestiones ambientales, que ya estudiábamos en la escuela. Y la música. Cuando de casualidad escuché a Spinetta, tan distinto a lo conocido con mis amigos. Investigué. No entendía mucho sus letras, tan sutiles. Pero me abrió un mundo interior.

En muchas ocasiones, Natalia Tumas ayudó como voluntaria en barrios y asentamientos empobrecidos. Por respeto a los animales, desde hace diez años es vegetariana. Todo forma parte de lo mismo, me asegura.

Existen distintos sistemas de opresión: pobreza, género, raza, especismo. Distribución desigual del poder. Mis amigos se ríen. Estás en todas las causas, suelen decirme. Cada vez que se hable de obesidad, quisiera ver escrito desigualdad social. Que se contextualice. Cuando pienso en mis investigaciones, volvería a escribir las conclusiones enfatizando más la contextualización. Ni una línea, sin contextualizar.

Interrelación. De eso se trata, subraya Natalia Tumas al repasar su trayectoria académica.

Nutrición, población, género, políticas públicas, salud. La obesidad, esa pandemia. Investigadora del Conicet y la UNC en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS), docente en Ciencias Médicas de la Nacional y Ciencias de la Salud de la Católica. Numerosas publicaciones científicas, libros, equipos de investigación…

No profundizo exclusivamente en una de las áreas. Pretendo una mirada interdisciplinar. De articulación. La realidad es compleja. Necesita que la miremos desde distintos ángulos; no desde una disciplina o un solo sector.

Con ese criterio, flamante Premio Joven Promesa, en Natalia Tumas se ha fortalecido una inquietud que alentó su postdoctorado en la Comunidad Europea: un mayor acercamiento entre la academia y la sociedad.

Que lo que estudiamos, se instrumente en políticas públicas. Producción de conocimientos más aplicados. Que quien paga impuestos vea qué hacemos con su dinero.

Y divulgación de la ciencia, agrega. Entonces le ofrezco otro posgrado: en Comunicación Pública de la Ciencia (Facu de Comunicación y Famaf).

Soy feminista, me dice, cuando le pregunto por el riesgo de ser funcional desde su profesión, al modelo hegemónico de delgadez extrema. Y me parece bien esa militancia, agrega, acerca del Feminismo Gordo.

Pero la obesidad y el sobrepeso figuran entre las principales causas de muerte en el mundo, recuerda. Y subraya: Ser libres, tener un cuerpo libre, empieza por ser sanas.

En una mesa del viejo bar Gloria (que modernizado conserva su encanto pueblerino), tranquilo a media mañana frente al polideportivo. En Villa Allende, donde vive desde que volvió de Barcelona. Con su novio. Un investigador que, como ella, navega entre ciencias: es biólogo antropólogo. Noviazgo, ahora en la misma casa, que ha sobrevivido a dos años de postdoctorado en Europa.