El “Gallego” Muñoz fue, sin saberlo, totalmente paradojal.

Su último conchavo fue el de sodero y ahí fue cuando empezó a tomar vino…

Antes no podía porque esa ingesta hubiera menguado su desempeño como jugador de fútbol con la “8” en la espalda de un club cordobés que no nombraré (sólo diré que está mencionado tres veces en nuestro Himno Nacional) porque mellaría su imagen institucional y del presidente de la época de Muñoz, aunque no la del “Gallego”, como se va a ver si es que siguen leyendo.

Pasen y vean

Con sendos totin, frente a frente en el Bar Central de Unquillo, me contó lo que había sucedido en un partido final de la segunda división cordobesa, donde el trajinar de su garra y el sudor de su espíritu seguramente serían fundamentales para la suerte de su divisa.

Pero algo resultó más importante que la fibra del “Gallego”.

Media hora antes del partido decisivo, el presidente del club se llegó al vestuario y apartándolo al “Gallego” del resto de sus compañeros le dijo, sin rodeo alguno: “¡Usted, cuando llegue a la altura de los medios rivales, me tira al arco!”.

Muñoz argumentó más que los kilómetros que corría por partido: que el jamás hacía goles, que esa no era su función…

El presi repitió: “¡Usted, cuando llegue a la altura de los medios rivales, me tira al arco!”.

“¡Pero si para eso están mis compañeros delanteros…!”  dijo el unquillense ya como último hombre, sin más recursos.

Y el presi lo presionó con una información que podría haber sonado como inaudita 

“Mire Muñoz: al arquero de ellos lo hemos comprado nosotros, pero ellos han comprado a nuestros delanteros, que compañeros ni compañeros ¡compañeros son los…(eso que ponía Muñoz en todos los partidos).

Brindamos con el “Gallego” con nuestros totin, y cuando sus ojos rojeaban por la bebida y se nublaban por la nostalgia, le pregunté: “Che, pero eso ¿es cierto?”

“Si”…”creo que sí…”. Me dijo el autor del gol del triunfo.