El casorio (Alción Editora), de la psicoanalista y escritora Bárbara Navarro, es una novela corta que sin perder tiempo nos instala en un pueblo que se prepara para el acontecimiento más importante de los últimos tiempos: un casamiento. Y en los pueblos, dice Eduardo Sacheri, es mucho más divertido construir historias y mentiras que saber la verdad, de esa manera el tiempo se pasa más entretenido. Eso, justamente, pasa en la novela con una agilidad extraordinaria que te envuelve en una trama sin fisuras, en un encadenamiento de acontecimientos que no solo desata el placer, sino también la pregunta sobre las relaciones y los lazos. ¿De qué puede tratar “El casorio” si no del amor? Pero, vale preguntarse, ¿el amor a qué?

Las constelaciones del amor están sutilmente entrelazadas en El casorio. Celos, envidia, rivalidad, promesas y engaños corren por las calles de tierra del pueblo adueñándose no sólo de los personajes, sino de sus acciones. Una escritura fronteriza que vincula con gracia y diplomacia el parentesco entre la seriedad y la ironía.

La lectura es magnética por ágil, por entretenida y disparatada, pero también porque propone desprenderse de los estereotipos, de los ideales y que sostiene que el amor, en el caso de que fuera algo, es todo aquello que no esperábamos. En un pueblo o en una ciudad, las historias y las mentiras pueden ser mejores que las verdades, porque molesta sospechar que el amor no es redondo, sino que tiene filos y relieves que lastiman, pero más allá de las lastimaduras todos queremos gritar: viva los novios.

 —¿Cuándo empezaste a escribir narrativa? ¿Hubo algún acontecimiento que puedas precisar?

 —Comencé a escribir de niña, recuerdo un relato, a los 8 años, se llamaba “La enredadera”, no era un escrito botánico, ni del tipo romántico de una enredadera llena de flores en un jardín paradisíaco. Se trataba, en todo caso, de mis enredos con cierto afecto melancólico que me tomaba el cuerpo.

Algo que me marcó: una tarea de la maestra de “Lenguaje” en la escuela primaria. Se trataba de una redacción sobre el tema “La cena”. Escribí sobre una cena familiar, exagerando un “poco” algo cotidiano. Luego de leerla, me dijo “nunca dejes de escribir”. No lo olvido.

Pero no fui muy obediente, me rebelé, no a ella, sino a mi propia escritura, muy teñida de la literatura que me fascinaba: desde Poldy Bird, hasta Dostoievsky. La lectura y mi niñez se quedaban teñidas del halo “Cumbres borrascosas”. El sufrimiento, el abandono, el desencuentro, la soledad, la tristeza y todos los sentimientos que pudieran provocar un estremecimiento del cuerpo, estaban encarnados en mis letras.

Siempre la tarea preferida fue “redacción”, no me importaba el tema, yo encontraba los giros para producir en el cuerpo ese afecto.

Por suerte, en la adolescencia llegó el Psicoanálisis, con la lectura de textos que me resultaron sencillos de leer de Sigmund Freud, y lo más importante: mis primeros encuentros con un analista. Ahí hubo un corte con esa escritura, no fue una indicación por supuesto, sino que algo de eso ahí se perdió.

Luego de eso, escribía menos, alguna que otra carta de amor, que a veces llegaba al destinatario, o no.

Es cierto, reconozco, que en algunos momentos de angustia llegaba a escribir en cualquier papel, hasta en el boleto de ómnibus. Seguramente no queda muy bien decir esto, pero se advierte ahí cierta “catarsis”, o algún intento de desahogo en ese acto.

Sinceramente, luego dejé de escribir, excepto trabajos sobre mi profesión de psicoanalista, presentación de casos en Jornadas, o temas para revistas especializadas en ciertos temas de esa incumbencia. Lo cual sigo haciendo con mucho gusto.

Desde mi último trayecto de análisis, iniciado en el 2012, encontré después de un tiempo otro modo de escritura, algo que también me estremecía el cuerpo... ¡pero con risas!

 —¿La escritura en tu vida es...?

 —Hoy la escritura en mi vida es una vía de satisfacción muy agradable, muy placentera, muy divertida. Escribo para reírme y porque escribo me río. Ese estremecimiento doloroso, triste, melancólico; derivó en un estremecimiento de risa, de alegría. Creo que me he tomado muy en serio las palabras de Lacan sobre “la comedia de los sexos”, eso es algo que cuando lo escribo me divierte muchísimo. Pero podría resumir que la escritura en mi vida es transformar la tragedia en comedia.

 —Antes de la novela el Casorio publicaste también por Alción el libro "Cuentos no aptos para todo público”. Uno de cuentos, el otro una novela, ¿En el proceso de escritura te encontraste con muchas diferencias? ¿Qué implicó uno, qué implicó el otro?

 —No sé si es algo muy diferente para mí. La página está en blanco y las manos escriben sin ideas previas. Si encontró un final, es la historia misma, no yo. Si la historia sigue, es producto de esa historia. No soy yo quien decide un final u otro, ni tampoco si es cuento o novela. La escritura me lleva. No hay nada mejor que la página en blanco y sin pensar nada, escribir. He intentado pensar historias previamente, o cambiar el curso de la escritura, o plantear otro final: no me es posible. Podría pensarse como una limitación que tengo, pero el cuerpo manda. ¡Y mejor el pensamiento bien lejos! Confieso que también me encanta no saber qué voy a escribir, ni el final, tampoco puedo cambiar la historia, ni modificar. Esa historia se escribe sola, y no puede ser otra.

 —El casorio pone en evidencia las situaciones y vivencias que se generan en un pueblo en torno a un inminente casamiento que será el evento más importante de los últimos tiempos, el pueblo  está de fiesta, sin embargo, pareciera que aquello destinado a “unir” resusta ser todo lo opuesto y emergen las diferencias. ¿Se podría decir que lo que une, separa y que por fuera de lo colectivo cada quién escribe su propia historia?

 —Primero podría decir que “Los hechos y/o personajes de la siguiente novela son reales, cualquier similitud con la ficción es pura coincidencia.”

Aunque ésta historia fue creada por mis manos, no puedo decir que no suceda, y aunque tome elementos de diferentes vidas, justamente me produce placer que cada uno, diferenciádose de lo colectivo escriba su propia historia. Yo también lo hago, escribo la mía, cada día.

Bárbara Navarro: "Me encanta no saber qué voy a escribir, ni el final"