El cielo estaba tan pero tan bajo, que bien podría haber pasado por cieloraso…

Encapotado y gris, no creíamos que el avión  que traía a nuestro invitado podría aterrizar en Córdoba.

El plural era chiquito. De a dos.

En la esquina del Monserrat, Carolina Scotto, por entonces rectora  de la UNC, y yo, ansiábamos el arribo de Eduardo Galeano para recibir el Honoris Causa universitario.

Y allí lo vi venir como a una cuadra de distancia...

Le propuse a la rectora que volviera al rectorado a los fines de anunciar su llegada y de frenar la posible ingesta de sandwichitos por parte de los anfitriones y yo fui al encuentro del uruguayo.

Me dijo, en lugar de buenas tardes, “¡¡No sabés lo que me pasó!!”

“¿Qué“, le pregunté esperando un jugoso relato… pero no tanto como el que escuché.“Viste” me dijo “que como está tan lleno de nubes el avión no podía bajar”.

Tuve un impulso de decirle “pero ya estás acá”, pero me pareció desaconsejable interrumpir el incipiente relato..

“Y no sabés lo que ví en una nube”…Un señor grande de barba blanco y túnica hasta los pies”

“¿Y?”

“Y yo lo saludé…pero él no me contestó”

“¿Por?”

“Porque yo creo que Dios no cree en mi….”

Eso merecía como premio más que Honoris: un brindis

Y en el bar enfrente del Monse, compartimos el vino, el humor, y el amor…

Todo esto volvió a mí el día del que hubiera sido su cumpleaños número 80, el pasado jueves 3.

Entonces le pregunté a mi memoria si ella creía que aquello había sido así.

“Si”, me dijo.

Y tras una sonrisa cortita como brasita soplada, remató.

“Creo que sí…”