Es difícil conseguir datos sobre las cantidades de glifosato que se usan hoy en el mundo. Se usa mucho, claro, considerando la famosa frase de Parcelso: "Dosis sola facit venenum" (la dosis hace al veneno). Lo que allí se dice es que una sustancia cualquiera, (como la sal, por ejemplo) que a ciertas dosis es inocua o incluso indispensable para la salud, a dosis mayores puede resultar un veneno fulminante.

Parece razonable aplicar el criterio a un agente que, como el glifosato, ha sido diseñado para matar vegetales. Según insisten quienes ganan dinero con él, no debería ser dañino para los vertebrados porque interviene sobre una vía metabólica que perdimos en nuestro camino evolutivo (la ignota vía del Ácido shikímico). Pero muchos estudios, se empeñan en advertir lo contrario.

En Argentina es el agroquímico más utilizado, con estimaciones que en la actualidad señalan un consumo en el orden de los 300 millones de litros. Dado que las formulaciones comerciales líquidas en Argentina van desde el 48% hasta el 66% en peso, más alguna presentación directamente seca (sal soluble) no está mal estimar que unos 150 millones de kilos al año de glifosato son distribuidos uniforme y sistemáticamente sobre el área agrícola de nuestro país.

Lo tenemos incorporado

Es larga la lista de evidencias que indica que el glifosato ya está en nuestros organismos y convivimos con él.
Una búsqueda rápida refleja muchos artículos en dónde la presencia está generalizada en las muestras de orina de diferentes poblaciones, aunque no sean poblaciones agrícolas.

Por ejemplo, un estudio transversal en una comunidad rural del occidente de México que incluyó a 95 niños entre las edades de 6 y 16 años encontró que todos ellos tenían glifosato en su orina, con datos variables que correlacionaban con la estacionalidad de la aplicación del producto.

Más recientemente, en julio del año pasado, se publicó un trabajo en que participaron 94 mujeres embarazadas atendidas en centros médicos universitarios de Estados Unidos (California, San Francisco, Rochester, Minnesota y Washington. En ese estudio, 95% de las participantes, tenían niveles detectables de glifosato en su orina y, lo que es más preocupante, se encontraron evidencias en las niñas recién nacidas de toxicidad asociada a las cantidades de glifosato en la orina las madres.

Pero tal vez el caso más notable, por que el muestreo representa a la población íntegra de Estados Unidos, es el que acaba de publicar la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición desarrollada por los Centros de Control de Enfermedades (CDC). Se trata de un programa permanente de estudios diseñado para evaluar el estado de salud y nutrición de toda la población de los Estados Unidos.
Se puede acceder al informe del caso en la web de los CDC, luego de su publicación en junio último.

El dato es escalofriante: en un muestreo de alcance nacional de 2013 y 2014, el 81.6% de los habitantes de USA mayores de 6 años, tenían glifosato detectable en su orina. 

Una cuestión de dosis

Por entonces, la superficie cultivable en USA era de unos 163 millones de hectáreas, en las que se usaban unos 108 millones de kilos de glifosato, o sea unos 0,66 kg por hectárea.

En Argentina la superficie cultivable es actualmente de unos 32 millones y, considerando los 150 millones de kilos que se utilizan de glifosato, la cantidad utilizada por hectárea supera los 5 kg por hectárea ¡casi 9 veces más que en los Estados Unidos!

No es difícil imaginarse que, con estas tasas de uso, las posibilidades de personas expuestas a contaminación con este organofosforado son muy superiores en nuestro país.

Algunas evidencias en Argentina

Las publicaciones de estudios similares en nuestro país no son tan abundantes, pero se pueden encontrar. Desde presencia de glifosato en estudios no tan formales hasta una amplia gama de pesticidas, verificadas con todo rigor científico.

La más reciente de la que tenemos registro es una publicación de mediados del año pasado en Environmental Science and Pollution Research, trabajo cuya autora principal fue Ihoanna Filippi, investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, junto con un equipo conformado por colegas de la Universidad Católica y del Consejo Nacional de Investigaciones de España.

El trabajo se centró sobre trabajadores agrícolas en una de las zonas núcleo de la provincia de Córdoba: la Zona Ecológica VI, una franja que va de norte a sur, desde Noetinger hasta Canals, pasando por Marcos Juárez. El trabajo se enfocó en la presencia de derivados de plaguicidas organofosforados y piretroides, sustancias aplicadas en menor proporción que el glifosato. Se encontraron frecuencias de detección superiores al 85% para los metabolitos de poderosos venenos como el parathion y el chlorpirifos, prohibido en Europa en 2020.

La mayoría de las publicaciones coinciden en que "se requiere más investigación" para determinar si las concentraciones que circulan en nuestro organismo son responsables directas de afecciones a la salud, pero de lo que no hay dudas, es que desde hace mucho tiempo ya, al glifosato y otros plaguicidas los tenemos adentro.