Corea del Sur se ve sacudida por una ola de protestas desde hace semanas, cuando el gobierno anunció una reforma laboral que aumentaba la jornada laboral de 52 a 69 horas semanales.

A principios de marzo, el gobierno de Yoon Suk-yeol, del conservador Partido del Poder Popular, lanzó la iniciativa que intentaba imponer un brusco aumento en la cantidad de horas de trabajo semanales, algo que era pedido por las empresas. Nada menos que en uno de los países con mayores jornadas laborales en el mundo.

La norma que intentó aplicar el gobierno implicaba que la jornada de trabajo se extienda desde las nueve de la mañana hasta la medianoche, durante cinco días a la semana.

La reacción de la clase trabajadora y en particular de la juventud fue inmediata. Movilizaciones masivas se registraron en la capital, Seúl, donde viven unas 20 millones de personas, y también en otras ciudades como Busán, al sur. Entre ambas ciudades reúnen a la mitad de la población del país.

Las protestas rechazaron de plano el intento de aumentar las horas de trabajo, protagonizadas marcadamente por la clase trabajadora más joven.

La movilización y el rechazo social fue tan contundente que antes de que empiece abril, el gobierno ya había anunciado que retiraba la reforma para «reformularla», así como buscar "lograr una mejor comunicación con la generación Z y millenial", según expresó la portavoz oficial del gobierno, Kim Eun-Hye.

Si bien las movilizaciones lograron un éxito inequívoco, al dejar la puerta abierta el gobierno sobre una posible «reformulación» las movilizaciones se mantuvieron en alerta. De hecho, el pasado 1 de mayo, día internacional de los trabajadores, una masiva marcha llenó las calles de Seúl en rechazo a la extensión de la jornada laboral.

Según la OCDE, en 2021 los coreanos trabajaron un promedio de 1.915 horas, que son casi 200 horas más que el promedio de los demás países que estudia el organismo. Los trabajadores de Alemania, para tomar un ejemplo, trabajaron ese año una media de 1.349 horas.

El meteórico ascenso de la economía del país luego de la Guerra de Corea se apoyó sobre la superexplotación laboral, haciendo que la dedicación casi exclusiva al trabajo se convierta hasta en un rasgo cultural de la sociedad. Incluso hay una palabra en coreano para ese fenómeno: ppali ppali, que se refiere al ritmo rápido e intenso en que se mueve el país.

No es la única palabra que define las particularidades de la realidad coreana. Hay otras que lo hacen de manera mucho más cruda. Como gwarosa, término que hace referencia a la muerte causada por exceso de trabajo.

Además, la frenética vida dedicada a ser exprimido en el trabajo hace que el suicidio sea un gran problema social en Corea del Sur. Es la cuarta causa de muerte entre la población, y la primera entre los jóvenes de entre 10 y 30 años, también según la OCDE.

Pero, como demuestran las movilizaciones, no todo es desesperanza y frustración. Las encuestas indican que las generaciones mayores siguen propugnando la ideología del ppali ppali, pero no así entre los jóvenes, que rechazan la idea de vivir para trabajar.

Y, entre otras cosas, denuncian también la imposibilidad de poder proyectar y formar una familia. La cuestión poblacional es uno de los temas políticos más candentes en Corea. El país tiene la tasa de natalidad más baja del mundo, y desde 2020 registra más muertes que nacimientos. La causa también debe buscarse en la superexplotación: la mayoría de los jóvenes coreanos no se plantea tener hijos, en gran parte porque no tendrían tiempo para poder dedicarse a ellos.