Es Imprescindible hacer un poco de historia climática. No hay que ir tan lejos.

El año 1850 se asume como el inicio de la era “Industrial” y desde entonces se verifica un aumento de las concentraciones de anhidrido carbónico (CO2) y otros gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera que generan el calentamiento global.

Recién en 1992 en Río de Janeiro en la “Cumbre de la Tierra” se estableció la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que desde entonces ha sido adoptada por casi 200 estados. Es considerado el primer paso hacia un régimen mundial de reducción y estabilización de las emisiones de GEI.

Se perfeccionó en Kioto, en 1997, con la firma de un protocolo​ que daba carácter vinculante a los compromisos de 1992. El protocolo de Kioto es un acuerdo internacional que tiene por objetivo reducir las emisiones de los seis principales GEI.​

Desde entonces, los países industrializados signatarios se comprometieron a estabilizar las emisiones de GEI con metas vinculantes de reducción de las emisiones. Se estableció una lista de 40 países que reconocía implícitamente que, en 1997, eran los principales responsables de los elevados niveles de emisiones de GEI en la atmósfera y por ende, eran quiénes principales esfuerzos deberían hacer para contrarrestar el fenómeno. No decía que serían ellos quiénes pagarían los platos rotos, pero estaba implícito.

El que contamina paga es desde entonces un precepto del que las naciones en desarrollo no se despegan porque a la hora de discutir sobre calentamiento global, si hay una coincidencia unánime, es que, lo que sea, será caro.

Poniendo estaba la gansa

Y por ese motivo, en la COP15, en Dinamarca se celebró como una victoria que se le pusiese un primer número a la contribución que “los 40” tendrían que hacer para mitigar consecuencias: Cien mil millones de dólares aportados hasta el año 2020. No se ha logrado determinar exactamente cuánto pusieron (porque cada uno hace la cuenta incluyendo lo que debe poner allí como mejor le acomoda), pero no fueron ni de cerca cien mil millones.

No hubo consensos respecto a quién, cómo, cuánto y en que plazo pondría que parte de esos cien mil millones: se vería durante la marcha. Lo cierto es que la cifra no se alcanzó y nadie se hace cargo del incumplimiento.

Por eso cobra relieve el reporte que acaba de publicar Carbon Brief, una ONG especializada en el tema del financiamiento del cambio climático. El estudio compara por un lado los aportes a la financiación climática internacional de “Los 40” países ricos con la proporción que le correspondería aportar si fuese proporcional a las emisiones de ese país acumuladas desde 1850, una medida de su responsabilidad por la crisis climática. Lo que ha pasado a denominarse “su parte justa” en las contribuciones climáticas.

Por ejemplo, Estados Unidos debería aportar el 40% de los cien mil millones porque ese es su porcentaje acumulado de gases de efecto invernadero. Es decir, debió aportar 40 mil millones de dólares, pero sólo aportó menos de un quinto de la cifra (7.6 mil millones.

Estados Unidos es el principal "deudor del clima", Japón el mejor alumno. Gráfica: The Guardian en base a cifras del reporte mencionado
Estados Unidos es el principal "deudor del clima", Japón el mejor alumno. Gráfica: The Guardian en base a cifras del reporte mencionado

Con ese esquema, Australia y Canadá solo aportaron un tercio de la financiación que les correspondería y Reino Unido proporcionó tres cuartas partes. El resto de los países europeos estuvo en equilibrio de aporte y obligación, o fueron superavitarios.

Los que más pusieron fueron Francia y Japón aunque, dígase todo, el grueso de su “contribución” al financiamiento climático han sido préstamos, no aportes. Sólo Australia y Países Bajos contribuyeron con un 100 % de los fondos como aportes no reintegrables.

Holanda y Australia, los más solidarios. Gráfica: The Guardian en base a cifras del reporte mencionado
Holanda y Australia, los más solidarios. Gráfica: The Guardian en base a cifras del reporte mencionado