Es esencial proteger los bosques y cambiar las prácticas agrícolas actuales para prevenir futuras pandemias. Eso concluyó el Grupo de Trabajo Científico Internacional en Prevención de Pandemias, organizado por el Instituto de Salud Global de Harvard junto con la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, en un informe publicado hoy, que analiza el riesgo de que surjan nuevas enfermedades como la covid-19 y las acciones necesarias para reducir esta amenaza.

El riesgo de propagación de enfermedades infecciosas emergentes que puedan causar otra pandemia aumentó en las últimas cinco décadas debido a la creciente alteración o destrucción de los ecosistemas. Esto genera un desplazamiento forzado de especies que, frente a la proximidad con los humanos, puede provocar zoonosis, es decir, que un patógeno presente en un animal se transmita a la especie humana y se desarrolle una enfermedad que pueda desencadenar otra pandemia.

Este estudio demuestra que el cambio climático, la deforestación, el mercado de animales salvajes, la agricultura intensiva y otras actividades de destrucción ambiental influyen en la propagación de patógenos presentes en animales salvajes. 

“Las evidencias citadas en este informe muestran que la mejor forma de prevenir una pandemia es impedir esta transmisión de virus zoonóticos de animales a humanos” afirma la catedrática en patobiología Deborah Kochevar, integrante del grupo de trabajo y decana de la Facultad de Veterinaria Cummings de la universidad de Tufts. 

Algunas experiencias son muy ilustrativas. Se cita el caso del virus Nipah,  controlado en algunas áreas de granjas en Malasia gracias a la construcción de barreras naturales de bambú para evitar que los murciélagos de la fruta entrasen en contacto con los cerdos, que habían sido el origen de un brote que se transmitió a los humanos en 1998. 

“Lo importante es que los que otros países vean estos ejemplos de éxito y los repliquen, ya que a partir de las experiencias locales pretendemos crear plataformas globales de trabajo contra pandemias entre organizaciones internacionales y gobiernos” explica Marcos Espinal, director de enfermedades transmisibles y determinantes ambientales de la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS).

El grupo de investigadores pone de relieve que las medidas de prevención de la diseminación de patógenos para evitar nuevas pandemias están siendo subestimadas frente a las dificultades para controlar la covid-19. 

Hasta ahora, los esfuerzos se están centrando exclusivamente en la contención: fortalecimiento de los sistemas de salud, aumento de pruebas de diagnóstico, medicamentos y vacunas, que son “fundamentales, pero insuficientes para poder controlar futuras pandemias”. El doctor Aaron Bernstein, líder del grupo de investigación y director del Centro de Investigación para el Clima, Salud y Medio Ambiente Global de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, afirma que hasta el momento se han gastado más de seis billones de dólares para combatir la pandemia provocada por el coronavirus. 

Conforme a los cálculos de este científico, solo un 2% de este gasto (22.000 millones de dólares) bastaría para financiar las actividades de reducción de la deforestación y control del comercio de especies silvestres para prevenir la diseminación de cualquier virus con potencial zoonótico.

“Existe una cierta dicotomía entre la prevención de la propagación de un virus a la especie humana y la preparación para la contención de una epidemia porque invertir en algo que no sucedió no favorece tanto al discurso público”, explica Guilherme Werneck, profesor de epidemiología de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UFRJ) e integrante del grupo de investigadores. 

La contundencia de los números

El 50% de las enfermedades infecciosas emergentes detectadas en las últimas décadas provenían de animales salvajes, según muestran los investigadores en el estudio. Los principales portadores de virus potencialmente contagiosos son los murciélagos –con predominancia para virus tales como coronavirus (SARS), paramyxovirus (Nipah), filovirus (Ébola) y rhabdovirus (rabia)–, los roedores –potenciales transmisores de arenavirus (fiebre de Lassa) y bunyavirus (síndrome por Hantavirus)– y los simios que principalmente portan retrovirus como el VIH. 

El contagio respiratorio es el modo de transmisión con mayores probabilidades de provocar una pandemia; no obstante, la rápida propagación del Zika –que atravesó del hemisferio este al oeste entre 2013 y 2015– indica el potencial de propagación que tienen las enfermedades virales transmitidas por vectores, es decir, por organismos vivos tales como mosquitos o garrapatas.

Áreas más vulnerables

Entre 1960 y 2019, las nuevas prácticas de uso de la tierra, principalmente la deforestación y la agricultura intensiva, alteraron un tercio de la superficie de tierra del planeta.

Los cambios en el uso de la tierra son responsables de más del 50% de las enfermedades infecciosas zoonóticas que han afectado a la especie humana desde 1940, explica el grupo científico.

Este informe coloca sobre la mesa estudios que demuestran cómo la deforestación en América Central provocó el aumento de roedores portadores de Hantavirus con síndrome pulmonar, así como la deforestación en países de África central y oeste provocó una mayor incidencia de brotes de Ébola.

“No es sorprendente que los lugares considerados con mayores riesgos de propagación de patógenos de animales a humanos estén en China, en el sudeste asiático, en África y en América del Sur, puesto que hay todavía grandes selvas tropicales y los ecosistemas están siendo alterados muy rápidamente, con modificaciones sustanciales de hábitats naturales para fines productivos”, explica el epidemiólogo Werneck. 

Añade que la precariedad en los sistemas de vigilancia y bioseguridad en las granjas de animales también es un factor de vulnerabilidad ante posibles pandemias. La expansión de la actividad agropecuaria coloca a la humanidad y al ganado en una mayor proximidad con la fauna salvaje y con otros vectores de transmisión de enfermedades.

Las granjas porcinas o avícolas, que han aumentado considerablemente en las últimas décadas en China y en el sur de Asia, han sido focos de contagios de influenza con altos riesgos pandémicos.

El estudio no lo menciona, pero los especialistas vinculan la reaparición de la rabia en Argentina con la masiva instalación de feedlots en el chaco, en dónde conviven el ganado con variedad de murciélagos.

Asimismo, los científicos encontraron indicios de 36 agentes zoonóticos, entre ellos variantes de SARS coronavirus, en animales vendidos en mercados locales como el de Laos. A partir de esta y otras evidencias, el informe insiste en la importancia del control del comercio tanto de carne de caza como de animales exóticos vivos.

El mercado ilegal de especies silvestres se ha valorizado un 500% desde 2004, con Estados Unidos como principal consumidor con una importación de entre 10 y 20 millones de animales por año.

Otras fuentes de impacto

Otras actividades humanas que impactan los ecosistemas son las alteraciones de cursos de agua dulce, como sucede por ejemplo en la construcción de represas hidroeléctricas. Este es el caso de la central de Asuán en Egipto, relacionada con el aumento de un mosquito vector de la filariasis linfática, o de otras hidroeléctricas en Sri Lanka e India que han provocado el aumento de la malaria, también transmitida por un mosquito.

“El estudio global de los factores que influyen sobre la zoonosis de enfermedades emergentes muestra que hay partes del mundo que son focos potenciales para que se dé la propagación de virus entre especies”, explica Epstein, director de la investigación. “Identificar los lugares con mayor probabilidad de surgimiento de pandemias permite que la comunidad sanitaria global concentre los recursos y las estrategias para prevenir el salto de especies y la propagación de un virus entre los humanos”, añade.

Fuente: elpais.com