El metano es el hidrocarburo más sencillo: un solo átomo de carbono, al que se unen 4 de hidrógeno. Es un gas incoloro, inodoro y muy explosivo que se produce naturalmente en la descomposición de la materia orgánica, por ejemplo, en pantanos.  

Es el principal componente del gas natural, que lo contiene en diversas proporciones según el yacimiento de donde es extraído, desde el 83 % al 97 %. Lo liberan a la atmósfera los cultivos de arroz, los rumiantes y, fundamentalmente, los escapes de gas en las perforaciones y en los gasoductos.

En las últimas décadas cobró importancia la explotación comercial del metano como fuente de energía. Pero al mismo tiempo, como el metano es un gas de efecto invernadero relativamente potente que contribuye al calentamiento global del planeta 23 veces más que el CO2, el control sobre su uso y fugas está a la orden del día.

Los países del mundo se han comprometido a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en las próximas décadas, incluido el metano, pero no lo suficientemente rápido. Sigue habiendo una gran brecha entre los compromisos asumidos y las crecientes concentraciones de gases que calientan el planeta en la atmósfera.

Los científicos dicen que cortar rápidamente el metano “muy probablemente sea la palanca más poderosa” para reducir la tasa de calentamiento. Pero también han documentado un pico inquietante y sorprendente en las concentraciones atmosféricas en los últimos años que aún no han precisado.

Y sigue habiendo una gran puja política por la forma en que se deben distribuir las responsabilidades y los costos de mitigación: los países pobres reclamamos que los ricos aporten más y las potencias occidentales confrontan con China y Rusia.

Por eso no sorprende que, a días de la crucial conferencia del clima en Glasgow (la COP 26), The Washington Post publique el conjunto de notas que denominaron “Invisible”, donde expone una faceta poco explorada del problema: el abismo entre las emisiones de metano reportadas por Rusia y las mediciones que una nueva generación de satélites efectivamente miden.
La guerra fría no terminó nunca. 

Una fuga de película

En la mañana del viernes 4 de junio, se produjo una fuga en un gasoducto subterráneo que atravesaba el antiguo estado de Tatarstán. Y no fue pequeña.

En una época diferente, la filtración masiva podría haber pasado desapercibida.
Pero a poco más de 700 kilómetros sobre la Tierra, un satélite de la Agencia Espacial Europea estaba vigilando. El Copernicus Sentinel-5P de cuatro años, que orbita el planeta 14 veces al día, busca rastros de metano y otros gases.

A las 11:01 am hora de Moscú, el satélite detectó una fuga de metano en el borde de su campo de visión. En su siguiente pasada, 1 hora y 40 minutos más tarde, el sensor capturó una vista aún mayor de la fuga. La imagen muestra vagas nubes rosas (el color con que se ilustra la concentración de metano) y un punto claramente identificable.

Los satélites monitorean desde 700 kilómetros de altura, pero pueden detectar con sus sensores cualquier concentración de metano. Imagen: Citado reporte The Washington Post
Los satélites monitorean desde 700 kilómetros de altura, pero pueden detectar con sus sensores cualquier concentración de metano. Imagen: Citado reporte The Washington Post

Los equipos del gigante de gas natural Gazprom se apresuraron a reparar un defecto en la tubería de acero y detener el escape de metano, que se liberaba a la atmósfera a una velocidad astronómica de aproximadamente 395 toneladas por hora.

Dos semanas más tarde, después de consultas de una empresa geoanalítica llamada Kayrros y de periodistas, Gazprom reconoció la colosal liberación de metano, aunque la compañía de energía se negó a revelar la ubicación exacta de la fuga.

Lo que se viene: más tensiones políticas

El episodio refleja un cambio fundamental en la política climática. Muchos países y empresas han tergiversado o simplemente contaron mal la cantidad de metano que dejaron escapar al aire.

Ahora, nuevos satélites dedicados a localizar y medir los gases de efecto invernadero están orbitando la Tierra, y hay más en camino. Estos centinelas en el cielo auguran una era de transparencia de datos a medida que sus patrocinadores buscan salvaguardar el planeta cerrando la brecha entre la cantidad de metano que los científicos saben que hay en la atmósfera y lo que se informa desde el suelo: industria por industria, tubería por tubería, fuga por fuga.

Los satélites pueden proporcionar evidencia en tiempo real de fugas masivas de metano no reportadas, y quién es responsable de ellas. Esa información puede ayudar a los funcionarios a responsabilizar a las empresas contaminantes o exponer a los gobiernos que ocultan o ignoran las emisiones peligrosas que están calentando el mundo.

El pastorcillo mentiroso

“La atmósfera no miente”, dijo Daniel Jacob, un científico atmosférico de la Universidad de Harvard que usa mediciones satelitales para tratar de interpretar las emisiones de metano del mundo.

Pero los reportes de los países pueden equivocarse… o mentir.

Hasta ahora, las cifras de Rusia son, según el análisis del Post, al menos controversiales: en una sucesión de informes anuales a las Naciones Unidas, Rusia ha cambiado su estimación de emisiones de metano pasadas y proyectadas de un modo sorprendente: como muestra digamos que si el reporte 2015 estimó que en 2019 las emisiones serían de casi 35 millones de toneladas, el reporte de este año anuncia que no llegaron a 5. La gráfica es contundente comparando los reportes de diferentes años.

Rusia dice que las variaciones se deben a consideraciones técnicas pero sus cifras son puestas en cuestión por EE.UU y Europa. Gráfica: informe citado The Washington Post
Rusia dice que las variaciones se deben a consideraciones técnicas pero sus cifras son puestas en cuestión por EE.UU y Europa. Gráfica: informe citado The Washington Post

Las autoridades de Rusia señalan que las cifras de las emisiones de metano habían sido "auditadas por expertos internacionales" y están "de acuerdo con un procedimiento establecido".

En cuanto a los números cambiantes, Anna Romanovskaya, científica y directora del Instituto de Clima y Ecología Global, organizado por el gobierno, dijo que los cambios reflejan información más precisa. Las cifras más recientes son "el resultado del análisis de nuevos datos sobre las emisiones de metano obtenidos directamente de las empresas del sector de petróleo y gas", dijo en un comunicado.

El acuerdo de París es voluntario y no existe un mecanismo internacional para tomar medidas enérgicas contra los gases de efecto invernadero que contaminan el aire de la Tierra.

Pero eso podría estar cambiando. Los reguladores europeos planean abrir un nuevo frente en las guerras comerciales, imponiendo impuestos a la importación para penalizar a las empresas que venden gas natural en Europa mientras dejan un rastro de metano sobre sus gasoductos.

“Si quieren seguir exportando a la Unión Europea, deben limpiar los métodos de producción que están utilizando. Y esto se aplica a todos los países que exportan a la UE”, dijo Brendan Devlin, asesor de estrategia de la Comisión Europea, el organismo ejecutivo de la Unión Europea.

Envuelto en secreto

El corazón del enorme negocio del gas natural de Rusia se encuentra en una península remota casi del tamaño de la provincia de Córdoba, al norte del Círculo Polar Ártico, donde los campos de gas y las rutas tradicionales para las manadas de renos se cruzan cada verano. 

La península de Yamal de Rusia en Siberia alberga 18 campos pertenecientes a la estatal Gazprom. Sólo ellos, produjeron 100 mil millones de metros cúbicos de gas natural el año pasado, un 2,5 por ciento de la producción mundial. Como referencia, Argentina produjo en 2020 poco más de 45 mil millones de metros cúbicos.

Las condiciones son duras. Está oscuro durante los meses en invierno, las temperaturas pueden bajar a 48 C° bajo cero y está helado de siete a nueve meses del año.

Sin embargo, incluso cuando todas las alarmas están sonando, Rusia no tiene planes de detener la producción de gas natural. El sitio web de Gazprom se jacta de que operará durante más de 100 años en Yamal, que en el idioma de los indígenas nenets significa "el fin de la tierra".

Muy apropiado.