Mayer y Mahut se saludaron en la red. El francés se sentó y se tomó la cabeza. Cuando levantó la vista, tenía los ojos llenos de lágrimas. Hizo un gesto y dio el permiso; entró corriendo a la cancha Natanel, su hijo de siete años, para abrazarlo, tal y como había sucedido en las victorias previas, y ahora también, en la derrota que acaso haya marcado la despedida de Mahut de Roland Garros.

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