La muerte del doctor José Vicente Muscará me encontró pleno de nostalgia. Conocí a Chicho en un bar. Llegaba cada domingo al Panino de la Plaza España con 3 diarios de papel. Con el tiempo nos fuimos haciendo amigos por esa confraternidad natural de los baqueanos de bares. No voy a hablar de sus virtudes como hombre de la Justicia. Nadie me explicó mejor los fallos y los movimientos de un poder vitalicio. Recuerdo que siempre me decía que no había que confundir Comodoro Py con toda la justicia. En la despedida con buena parte de la “familia judicial” puede constatar el respeto que concitó entre sus pares, aún en aquellos que se encontraban en sus antípodas ideológicas. Jamás olvidaré las tertulias interminables sobre el peronismo, la historia, literatura, música, cine, etc. Era una persona con una extrema sensibilidad por la cultura en casi todas sus expresiones. Nadie me explicó mejor, también, la naturaleza del peronismo cordobés. Siempre recuerdo una opinión cargada de sentencia respecto de su amigo Juan Carlos Maqueda: “Cristina pudo haber encontrado alguien con mayor pericia para tratar de entender al peronismo de Córdoba”. Escucharlo en la mesa redonda de los domingos era una clase acelerada de historia. Junto a Sergio Badino y gente de muy distinto pelaje ideológico, tenía una extraña capacidad para interpretar y situar en su justa medida los hechos claves y fundantes del país de los argentinos. Quedó pendiente la realización de un libro sobre nuestra pasión inalterable: el peronismo. Abrumado todavía por la noticia, salí a caminar en medio de la lluvia de un día triste en la ciudad. Pasé por aquella esquina donde sigue estando el bar, pero ya no existe la mesa redonda. Debería existir un homenaje inalterable en algunos lugares. Una silla vacía, algo, que nos permita evocar en silencio a todos aquellos que dejaron una parte de su vida en esos lugares mágicos, irrepetibles. Descanse en paz, doctor querido.