El que acaba de entrar al escenario se llama Ángel Pedro Etchecopar y lo que se está por poner en marcha es el artefacto por el que se ha encargado de que lo conozcamos desde hace cuatro décadas: hemos venido a ver a Baby. Todos sabemos qué piensa, pero especialmente sabemos cómo dice que lo piensa. Y está en Córdoba: también sabemos qué piensa y mil de sus habitantes están sentados esperando su dosis de Baby a menos de doce horas de que se abran las mesas de una votación presidencial.

Wow.

¿Querían Baby? En los primeros quince minutos del ¿show? ya ha dicho: que Cristina “es una conchuda hija de puta que nos quitó la libertad, nos quitó las ganas de coger”; que las mujeres son “la mitad tortilleras y la mitad dicen que las abusaban”; que los hombres ahora “son todos putos, los pibes nacen putos” pero aclara que no tiene “nada contra los putos”; que Néstor era “un ladrón que bien muerto está”; y que Perón era “un viejo carcamán que dejó a la gente muriendo en Plaza de Mayo, cobarde, se fue por cagón”.

Baby ha dicho todo eso y la gente ha reído. Faltan once horas para que abran las mesas de votación.

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Cuando la dictadura recién terminaba, Ángel Etchecopar, según él mismo radical alfonsinista, se puso por primera vez al frente de un programa en Radio Rivadavia. Fue tres años antes de estar en las puertas de Campo de Mayo con Leopoldo Moreau en medio del alzamiento carapintada de Semana Santa como consigna su Wikipedia. Y en esos primeros tiempos de la posdictadura, en soledad, en el lógico desierto que era el odio verbalizado en esos años, empezó a gestarse una voz. Incorporó velocidad, respuestas como latigazos, desprecio por casi todas las identidades sociales. Y, claro, muchísimas puteadas. Ángel Etchecopar fue criando una voz: la de Baby.

El país del verbo violento-canchero era un campo yermo con un solo habitante. No tenía platea. No era moda. No era rentable, todavía. No había feinmanns ni canosas. Ya había Baby.

Unas décadas después, con él en el escenario del Quality, su discurso disputa hegemonía. Antes de arrancar, saluda a la hermana de alguien que vive en Miami. Elogia a Miami, obvio. "Qué vida", dice sobre allá, que es una forma de decir lo que piensa de acá. Y ahora arranca: “Entramos en veda en un rato. No se puede hablar más de Patricia Bullrich”.

“Hoy no voy a hablar de política porque no se puede hablar de política”, promete. Entonces hace lo que se espera: habla de política (y de Cristina). “¿Qué vas a decir de estos hijos de mil puta? Vieja conchuda, que tiene que ir presa laputaqueloparió. Y ahí va el aplauso”. Entonces, adivinen: la gente aplaude.

Después habla de Néstor Kirchner y activa una ocurrencia que parece ser graciosa para su público: “Dicen que en el mausoleo que hizo Lázaro Báez, el testaferro de él, si pasás frente a la tumba y le enderezás los ojos, se abre una puerta y aparece la guita”

Hay algo de venganza radical en la procacidad inagotable de Baby que él pretende que leamos como incorrección: el padre de Baby fue el secretario de Arturo Umberto Illia, inmortalizado por los laboratorios con complicidad de los medios como una tortuga, un presidente achacado y lenteja. Baby, el hijo de aquel secretario, ha venido a insultarlos a todos.

Esto que ha sido vendido como espectáculo tiene una estructura clásica de introducción, nudo y desenlace. La bisagra entre la intro y lo que sigue es: “Lo que más me gusta de ustedes es la risa”. Al parecer, el quid de la cuestión es que el kirchnerismo hace 20 años que impide la risa de esta gente que está acá. Y que ahora se fascina con que alguien –Baby, quién más– arriba de un escenario diga que Bonafini es “una conchuda que se cagó muriendo”, Estela de Carlotto “una cínica hija de puta” y Pérez Esquivel “un boludo”.

Los insultos a los tótems de la lucha por los derechos humanos son el homenaje de este artista (!) a un veterano de Malvinas que le regaló un llaverito. Pide un aplauso para él, descansa un segundo y vuelve a lo suyo: “Fijate cómo se junta la mierda en la rejilla. Mañana les vamos a partir el ojete en cuatro pedazos”. Mañana son las elecciones. El público ríe, celebra. Faltan diez horas y media para que abran las mesas de votación.

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La parte que sigue es un clásico stand up costumbrista sobre los años de la infancia hecho por un mayor de 60 –Etchecopar tiene 70, pero parece menos- en el que deja derramar nostalgia por los años pasados, en contraste con cualquier época por delante de la invención del StarTac.

Nos enteramos cómo el padre de Ángel Etchecopar lo agarraba a trompadas y él le preguntaba por qué. “Porque vuelvo tarde”, jaja. Nos enteramos de que su abuela le hacía enemas contra su voluntad. La manguerita, jaja. Nos enteramos de que en esa época cuando alguien se enamoraba de una chica linda “tu vieja te la rebotaba porque decía que era puta, te decía ‘salí con Miriam’, la hija del carnicero y vos te casabas con el bártulo ese”. El bártulo, jaja.

Cuenta Baby: “Mamá me llevaba los domingos a la mañana a comprar una gallina para el puchero. Y Don José, el pollero, que le faltaba un ojo, nos hacía pasar. Mi mamá miraba la gallina que quería, las dos tenían el mismo cerebro, se miraban, y decía ‘esta’. Les daba la pena de muerte, mi mamá. El tuerto las enganchaba, les retorcía el pescuezo, después la pelaba en agua hirviendo y le sacaba la bolsa de los huevos”. Después, Don José preguntaba: “¿Los huevos se los dejo adentro?”.

Dentro de un ratito pedirá que le dejen a Cristina para hacerle lo mismo que el carnicero a la gallina. Jaja. Faltan diez horas y quince minutos para que abran las mesas de votación.

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“¡Bravo, sheriff!”, le grita uno del público. Baby hace una media sonrisa sobradora, se corre un poco el saco y muestra la estrella que lleva en el pecho del chaleco. Y ahora sí, Etchecopar va por la fibra íntima. “Salvé la noche porque los hice reír”, dice. Ahora intentará hacernos llorar y cuando bajemos la guardia nos llamará a votar. Y nos dirá a quién.

Etchecopar cierra el círculo y retoma que “el kirchnerismo nos robó la risa y no podíamos hacer más chistes porque había gente pacata que se lo tomaba mal”. Así que reírse acá, con él, es una forma de rebelarse al kirchnerismo. Ok.

“¿Se acuerdan cuando hace diez años entraron a casa y nos cagamos a tiros? Maté a un tipo. Si me vuelve a pasar mato a otro porque a mi familia no la toca nadie. Todo esto es un combate cuerpo a cuerpo donde hay que dejarse matar”. Baby quiere alzar en armas a este variadísimo grupo de mil personas: principalmente gente mayor con ropa de cinco cifras y proletarios ojerosos cansados de trabajar mucho y ganar poco. “Después de las elecciones va a haber un combate cuerpo a cuerpo contra los políticos corruptos que no se van a querer ir del gobierno y vamos a tener que ir todos a la plaza”, completa.

El artefacto llamado Baby ahora está lanzado y nos pide “honestamente que estemos preparados para no entregar la patria esta vez”. ¿A quién? A “esa cría de hijos de mil putas que tendrían que estar colgados en Plaza de Mayo con las patas para arriba y sin embargo nosotros somos piadosos, no cobardes”.

Todo esto, lo anterior, ha sido una preparación para el éxtasis. Baby ya maneja completamente los climas, los decibeles de su voz, la entonación, la gestualidad.

“Somos buenos, no queremos quilombo”, jura.

El vértigo de su discurso se espiraliza y el señor que conocemos como Baby -un hermano muerto en Malvinas, una esposa fallecida prematuramente de cáncer, un hijo que casi siguió los pasos de la madre, un tiroteo con ladrones dónde mató a uno en defensa propia, hijo del secretario de Illia, otrora potencial suicida- nos confiesa el objetivo final de esa vida, la suya: “Hay que terminar y poner el pecho. Y les juro por dios que a la vieja la voy a meter en cana aunque sea lo último que haga en mi vida. Esa gente no merece ser igual que nosotros”. El público estalla. Mil personas rugen imaginando a Etchecopar metiendo en cana "a la vieja". 

Faltan diez horas para que abran las mesas de votación.

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Antes del final, Baby va a bajar (más) línea. “Hay que luchar, a partir de mañana si ganan Patricia u Hora…no, Patricia”, se corta, falseando el descuido. Las risas devienen en aplausos. Baby lo deja ser.

“El monólogo este es muy gracioso, pero si armaste una familia mantenela, conservala, no hay nada mejor. Lo que te ofrecen de afuera es mierda, no hay nada mejor que lo que tenés. No hay nada mejor que tirar del carro juntos. No hay nada mejor que la risa de la mañana”. Con tu mujer, el bártulo, la que no se le marca la raya, la que Greenpeace quiere devolver al mar, la hija de tu suegra que ojalá cumpla su promesa y el año que viene no esté más, como nos dijo Baby mientras reíamos.

“No sé si a vos te pasa que mirás para atrás y hay un montón de gente que te preguntas: '¿Estuvieron en mi vida?'. Y sí. Eso es la vida. La vida es un cúmulo de soledades”. ¿Quién podría contradecirlo? El Babypallooza ya tiene su broche.

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Al final, cuando se prenden las luces y esta gente se ha reído, emocionado, envalentonado, no queda nada. Abandonan sus sillas, ganan los pasillos en una procesión lenta generando apenas un murmullito. La risa -lo que le gusta a Baby de esta gente, de nosotros- ya no está. No hay una sobremesa de esa risa, la posibilidad de estirar el goce con una charla, una cena, un trago. No, acá la risa es fugaz y no bien se termina de pronunciar puta, hijos de puta o pelotudos, se ha esfumado.

Es que el dispositivo que dispara esas risas es la satisfacción de una pulsión tanática, un odio visceral de origen incierto. Una vez colmada su sed de sangre -de insultos, en este caso- se apaga y queda ahí. No deja nada, solo un cúmulo de soledades. Eso es la vida, nos dijo Baby.

Una señora que andará por los 60 y sigue a Baby desde hace años comenta con dos amigas que no le gustó cómo se ríe de las mujeres y que qué lástima que haya pocos jóvenes. Stella Maris ha venido desde Las Tapias exclusivamente para esto. 177 kilómetros de ida. 177 de vuelta. 354 kilómetros de Baby. A Nelly, una señora mayor que vive de rentas, lo que más le gustó es el humor y los tips -enuncia "los tips", sí- en relación a la política y que "fue muy sutil porque estamos en veda". No hay rastros de ironía. Lo dice en serio. Lo cree.

Faltan nueve horas y media para que abran las mesas de votación.