En el marco de los años noventa en Argentina, un joven que llega de un pueblo ingresa a trabajar como cartero en un contexto de profunda incertidumbre y zozobra. El espacio laboral no es para nada ameno, los empleados ven a su nuevo compañero como una amenaza que atenta contra su puesto y, desde el primer momento, se lo hacen sentir. Hernán Sosa (Tomás Raimondi), además, está haciendo el Ciclo Básico Común (CBC) para ingresar a la facultad. Así vive sus días, entre el trabajo y el estudio, viviendo en una especie de pensión, visitando a su abuela en sus ratos libres y yendo a un cine que casi está en desuso. 

Entre los empleados más añejos se encuentra Sánchez (Germán de Silva), que lleva más de treinta años en el oficio y le enseña los secretos de la calle. El joven sosa escucha atento sus consejos mientras sus ojos y su tez pálida denotan un ahogamiento que se relaciona con el caos de la capital y el anonimato que ésta trae, en contraposición al pueblo del cual es oriundo. Sentimiento que describe en una carta a Yanina, una chica de su pueblo, que le gusta desde la infancia y vive en Buenos Aires, pero no sabe cómo hablarle. En el papel plasma su desesperación con la frase: “cuando llegué a la ciudad pensé que no era nadie, lo que pronto entendí es que todos somos nadie. A nadie le importás”. 

Mientras Sosa se va aclimatando a su nueva realidad, algunos colegas reciben de la compañía el ultimátum para retirarse con la jubilación anticipada. A otros directamente les llega el despido. La mayoría de los miembros que comienzan obligadamente a tomar la opción que se les brinda han pasado más de la mitad de su vida en el mismo trabajo, formándose en valores y forjando amistades que perduran hasta ese día. Tras ser anoticiados, los rencores y los señalamientos hacia el joven Sosa aumentan, como si en él y la nueva generación que se avecina al terreno encontraran los culpables de sus desdichas. 

Con la dirección de Emiliano Serra, “Cartero” es una película que transmite la crudeza de aquellos años menemistas, con flexibilización laboral, despidos masivos, privatizaciones y concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Si bien los noventa en el país fueron un maquillaje, una vidriera donde las apariencias cobraban un valor incalculable, en la actualidad esta realidad no parece haber cambiado tanto. Con una crisis social y económica galopante, con escasez de trabajo y una inflación estrepitosa, la promesa de un futuro en el país está lejos de cumplirse y, una vez más, la historia se repite.