Mi nieta (Coral, 6 añitos), con una sonrisa escondida atrás de su barbijo con dinosaurios, me aprieta la mano como cuidándome (o rescatándome). “Tenés lagrimitas, abu!”, dice, mientras miramos los retratos dibujados en la Sala Identidades del Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos -ex Centro Clandestino de Detención- "La Perla".

Cómo explicarle que caminar allí, con ella, me hacía eclosionar de emociones entre la vida y la muerte. En el día nacional de la memoria estallan las cronografías de los tiempos. Estaba ahí, abrazada a la muralla de rosas y claveles que nuestro pueblo sigue levantando, (“al diente de la serpiente: cierra la muralla/ al corazón del amigo: abre la muralla/) mirando por el hueco sangrante de ausencias irremplazables.

“-¿Qué es este lugar, abu?” La pregunta, o mejor dicho, la respuesta desnuda esa categoría del tiempo en permanente construcción y deconstrucción. Enmudezco por un rato, sumida en el tránsito entre el horror del campo de concentración, (gritos desgarradores, tiros, olor a cuerpos quemados, ojos vendados, traslados en camiones roncando aullidos genocidas), y el enorme trabajo de memoria, verdad y justicia que lo convierten en sitio de memoria (testimonios, etnografías identitarias, restitución de cuerpos, juicios, marchas), todo mezclado, pero sin confundirme.

Hay una visión fragmentaria que vincula la memoria con el pasado, y sin embargo ésta solo existe en el presente, cuando interpretamos el pasado que viene a señalarnos qué coordenadas seguir hacia el futuro. Qué hacemos con esa interpretación y cómo incorporamos los señalamientos, son elecciones que edificamos en conjunto, como país -no sin conflictos, avances y retrocesos-, y que se manifiestan en todos los terrenos de la política, la vida cotidiana, la configuración de identidades.

Argentina, de la mano de los organismos de derechos humanos, es un baluarte internacional en modos de tramitar las memorias traumáticas con proyectos vivificantes y sanadores. Tomemos la consigna de este año: “plantamos memoria, cosechamos derechos”, con la recomendación de sembrar, poner árboles, arbustos, aromáticas, criar alimentos con la pacha. Una acción que requiere un espacio (la memoria se manifiesta en territorios situados), que no se agota en un gesto de pala o pico, hay que cuidar esas vidas, regarlas, podarlas, guiarlas (esta memoria necesita de intersubjetividades amorosas), y que anida la promesa de frutos por-venir (no se queda en el lamento de lo perdido, sino que repara comunitariamente). En un país asolado por incendios, la mayoría provocados por quienes hacen negocios con la tierra, esta consigna responde con vida ante un plan sistemático de destrucción.

Por cierto, depende de cómo nos relacionamos con el presente el cómo percibimos lo acontecido en el terrorismo de estado. Qué deseamos para nuestro futuro, hace que reivindiquemos aquello o que no queramos nunca más un país construido sobre un genocidio aniquilador de vidas, un modelo económico que empobrece a las mayorías populares para enriquecer a unas pocas familias (con los mismos apellidos de los que usurparon las tierras en la campaña al desierto), que adhiere a una soberanía subyugada por deudas externas, que se apropia de los engranajes del estado para reprimir la participación política y el derecho a la solidaridad de las comunidades, que vende una matriz cultural individualista, censura la diversidad y envenena su desconfianza contra lo colectivo.

No, no hay un modo de mirar la historia separado de lo que queremos y soñamos para el mañana. Es cierto que hay varias memorias, porque hay varios proyectos en disputa.

—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El sable del coronel...
—¡Cierra la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—La paloma y el laurel...
—¡Abre la muralla!

A 45 años de la aniquiladora dictadura cívica, económica, eclesiástica, patriarcal, militar, doy gracias a la vida por las hijas que tengo, por construir un país con plazas vestidas de flores y pañuelos blancos, por sentir a les jóvenes gritando “Y ya veras, las sombras que aquí estuvieron no estarán”, porque trabajo con hermoses compañeres vinculando la educación pública con las artes, y porque en el Día Nacional de la Memoria, mi nieta me acompaña con su mano/guía, mientras cantamos “para hacer esta muralla, tráiganme todas la manos, los negros su manos negras, los blancos sus blancas manos”.