Tras la incredulidad inicial, el espanto. ¿Qué está pasando? ¿Realmente es un arma a centímetros de la Vicepresidenta? No puede estar ocurriendo algo así, no en un país que conquistó el más largo período democrático tras permanentes y violentísimas interrupciones del orden constitucional.

“Ellos o nosotros”, se ha dicho y amplificado en los medios y en las redes. “Quien quiera armarse, que se arme”, “Pena de muerte”… y otras tantas frases que se dejaron pasar como si nada, hasta que las palabras se manifiestan en actos. 

La de anoche no era un arma de juguete, no estaba descargada, podía matar. ¿Qué hubiera pasado si efectivamente se producía el magnicidio? Mejor ni pensarlo. Aunque parece que sí ha llegado el momento de pensar, otras cosas.

Pensar en los insultos, descalificaciones y amenazas que se han vuelto cotidianos; pensar que se pasan por alto toda clase de violencias porque, se dice, así es twitter, así es la política y así son las cosas. Pensar en el odio como impulso de muerte y en los discursos de odio como preámbulo de actos aberrantes. Pensar en el carácter simbólico y material del crimen de odio, no en la condición mental e incluso más allá de la persona elegida como objeto del atentado. Parar y pensar; y sobre todo actuar antes de que sea demasiado tarde.

La mano que empuñó y gatilló el arma contra Cristina Fernández de Kirchner no estaba cargada sólo de balas. El hombre que atentó contra la vida de la Vicepresidenta había aparecido en un canal de televisión poco tiempo atrás denigrando a quienes reciben pequeñas ayudas del Estado. “Planeros”, “choriplaneros”, “vagos que no quieren trabajar”, eufemismos del odio a las personas que han sido empujadas a la pobreza, a la vulneración de sus derechos, a la exclusión social. 

La “yegua”, para nombrar a una mujer ungida dos veces presidenta y actual vicepresidenta -siempre por el voto popular- la despoja de humanidad y, por tanto, la convierte en blanco de cualquier maltrato.

De concretarse el asesinato hubiera sido irreversible. El ataque discursivo y la amplificación mediática de la violencia, no. La pregunta es si la sociedad argentina quiere salir de este fangoso presente; y la esperanza, que la inmensa mayoría logre vivir en paz y en condiciones de dignísima igualdad.

Sólo que para ello hay que enfrentar a las minorías acomodadas. Y es allí, entre quienes ven amenazada aunque sea una ínfima parte de sus privilegios, donde se amasa y se propaga el odio.