En la semana que pasó la proyección de crecimiento económico de Argentina para 2021, subió del 5,5% al 7%. Una buena noticia: el rebote luego de la caída profunda del año pasado será más pronunciado. Asimismo, la industria creció en Junio 10,5% en comparación con Mayo y acumula en el año un 4% más actividad que en el mismo periodo, ya no de 2020, sino de 2019. Por otra parte, la inflación para el mes de Julio arrojó un 3%, número que sin duda es elevado y no se presta para festejos, pero que muestra una paulatina desaceleración en los últimos tres meses desde el pico de Marzo (4,8%) que ya toma forma de tendencia. Por último, el dólar blue, ante cada sobresalto, logra ser contenido por la conducción del Banco Central que no solo aprendió de los errores propios de fines del año pasado en relación a la forma de intervenir en los mercados paralelos, sino que además acumuló reservas (fruto del superávit comercial y el despeje de pagos de deuda externa para este año) que le permiten tener poder de fuego ante ataques especulativos. 

Empezamos por esta descripción queriendo decir que el segundo semestre de 2021 inicia con una macroeconomía en camino a estabilizarse. No es poco si nos situamos en la salida de la catástrofe mundial más importante del Siglo XXI. Y agregamos: la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria (aunque no suficiente), para construir escenarios expansivos de mejora de la calidad de vida de nuestras poblaciones. 

Sin embargo, el dilema al que nos enfrentamos, inmediatamente a continuación, es que, en materia de administración de los recursos nacionales, puede haber estabilización con altos niveles de desigualdad. Quiero ser preciso: hablo de una estabilidad en ciertos indicadores, no una estabilidad política o social (aunque ciertamente hay una importante correlación entre estabilidad macroeconómica y estabilidad política. Pero eso es para otra columna). La aclaración responde a que nadie en su sano juicio podría hablar de una situación social estable cuando las mediciones de pobreza marcan cifras por encima del 40%. Entonces, la pregunta punzante que deberemos responder como país a partir de fines del 2021 es: ¿Qué vamos a hacer con esa condición de estabilidad macro?

Y ahí, más que ensayar predicciones futuristas, conviene pensar en nudos problemáticos. El más importante de ellos, en mi opinión, tiene que ver con la escisión que venimos observando a la luz del rebote económico entre el circuito formal de empleo y las diversas formas de informalidad y precarización laboral que tienen lugar en Argentina. ¿Cuál es esa escisión? Básicamente consiste en un juego de dos velocidades distintas para la recuperación de puestos de trabajo y niveles de ingreso entre el universo formal y el informal, que podemos nombrar como recuperación económica desacoplada. 

¿Qué ocurrió en la pandemia? Se transparentó (y profundizó) la enorme fragilidad de nuestra estructura social preexistente, en particular, luego del agudo ciclo recesivo inaugurado durante los dos últimos años de la administración Macri (2018-2019). De esta manera, las dificultades más fuertes vinculadas al trabajo en contexto del Covid-19, ocurrieron para el sector informal. 

Mirando atentamente los números que arroja la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, podemos ver que, en 2020, se destruyeron 633.000 puestos laborales informales mientras que en el circuito formal se produjo una merma de 276.000 puestos. Pero hay más: en ese periodo 2,5 millones de personas dejaron de pertenecer a lo que se conoce como Población Activa (población ocupada o que busca activamente empleo). Esa suerte de borramiento estadístico que no se computa como “desempleo”, no refleja otra cosa que la imposibilidad que tuvieron para realizar tareas laborales quienes trabajan en el circuito informal, vedados, a su vez, de ingresar a un mercado formal también en contracción. 

El año actual muestra recuperaciones (aunque desparejas) de los trabajos precarios, pero con una característica estructural de diferencias en relación a los ingresos de cada sector: con más y menos, los sectores formales negocian aumentos y recomposiciones nominales en el marco de paritarias salariales anuales; mientras que aquellos que desarrollan tareas en marcos de informalidad no cuentan con esa posibilidad. La negociación de eventuales aumentos en sus haberes queda en un plano difuso, más marcado por la urgencia de la supervivencia que por una capacidad de reconstrucción de niveles de ingreso que permitan una vida digna. 

Fuente: CITRA (CONICET-UMET) en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC
Fuente: CITRA (CONICET-UMET) en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC

Estas realidades son las que tuvieron su expresión pública masiva el pasado domingo en víspera de las celebraciones por el día de San Cayetano. Ahí estaba la Argentina “informal”, la de los trabajadores y trabajadoras de los bordes sociales, los principales afectados por la pandemia. Si en algún sentido debiéramos capitalizar el mérito de haber comenzado a transitar un camino de estabilización macroeconómica, es para reducir ese desacople entre lo precario y lo formal que, de continuar, podría producir, comprensiblemente, tensiones sociales muy fuertes. Lograr una recuperación más pareja (igualando hacia arriba, claro) para que no deban esperar más, precisamente, quienes menos condiciones materiales tienen para hacerlo. 

El Estado tiene la llave, como siempre. Su conducción debe evitar entrar en discusiones superfluas sobre si planes o trabajo, que son dicotomías tramposas, poco rigurosas en relación a la dinámica actual del mundo del trabajo (donde hay complementación en muchos casos) y utilizar con inteligencia herramientas de captura de los excedentes del crecimiento, y de Gasto Público, para apuntalar la creación de posibilidades laborales y la mejora de niveles de ingreso de todos los sectores. Es decir, construir una recuperación vigorosa que reduzca las desigualdades profundas que nos dejaron el gobierno de Mauricio Macri y la pandemia. 

Miguel Magnasco, es Investigador en IIFAP/UNC y miembro del Centro de Estudios de Gobierno y Análisis de Políticas Públicas (CEGAPP).