Con la inconmensurada medida de ingreso de tropas rusas a Ucrania hace pocos días, las preocupaciones y denuncias por posibles crímenes de guerra, hostilidades contra civiles y abusos a los derechos humanos no tardaron en volver a la retórica de la política internacional. Esto no es nuevo en un conflicto que comenzó en 2013 con las intenciones, luego concretadas, de Rusia de responder a los deseos de separatistas prorrusos en la región de Crimea.

Lo inquietante (más no del todo sorprendente) es que una vez más haya fallado el estado de derecho y diplomacia, conseguidos allí en los llamados Acuerdos de Minks de 2015, que acercaron a Rusia, Ucrania y separatistas a la paz en un acuerdo garantizado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE), y mediado por Francia. Cuando falla la diplomacia, se pone en riesgo a las personas.

Consejo de Derechos Humanos de la ONU:

En ese escenario el Canciller argentino Santiago Cafiero participó este lunes de la apertura de la 49na Sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Argentina estará al frente de la tarea de promoción y protección de los derechos fundamentales alrededor del mundo de la mano del diplomático de carrera Federico Villegas Beltrán, quien presidirá el órgano durante 2022 en su 16to Ciclo por el voto unánime de sus 47 miembros. Esto implica un claro reconocimiento a nuestro País como histórico líder en la defensa, promoción y desarrollo de los derechos humanos internacionales desde la recuperación de la Democracia. Establecido en 2006 por Resolución de la Asamblea General de la ONU (Res. 60/251 2006 AG), el organismo intergubernamental tiene como principal tarea promover el respeto universal de los DDHH en el mundo. Pero también se le encargó la atribución de abordar las posibles situaciones de violaciones a derechos, con la facultad de formular recomendaciones a los Estados involucrados. Es allí donde nuestro país ostentará un inesperado rol estratégico en el conflicto derivado de las continuas tensiones entre Estados Unidos, la Unión Europea, aliados de la OTAN y Rusia, y que en los últimos días ha escalado en serias e impensadas agresiones y violaciones a la integridad territorial de Ucrania.

Yevheniia Filipenko, representante permanente de Ucrania en la ONU, escribió este 24 de febrero una carta a Villegas, solicitando un "[...]debate urgente sobre la situación de derechos humanos en Ucrania derivada de las agresiones rusas[...]". La Unión Europea, por su parte, ha confirmado su apoyo a la moción.

Podría decirse que Argentina tendrá un rol central en el campo político-moral del conflicto. Cosa no menor teniendo en cuenta tanto el derrotero histórico para la protección internacional de los derechos humanos en los conflictos bélicos en las últimas décadas, y el protagonismo de la temática en las narrativas cruzadas entre las potencias y sus zonas de influencia. Lo cierto es que, amén de no tener un poder legal vinculante, las investigaciones, debates, resoluciones y recomendaciones del Consejo son cada vez más prioritarias para los líderes y regímenes que quieren evitar el señalamiento y condena moral internacionales, además de la posibilidad de críticas internas. Un indicador de esto es que Serguéi Lavrov, Ministro de Exteriores Ruso y figura central en las decisiones de Putín, ha confirmado que hará declaraciones en el Consejo durante esta Sesión.

La nueva (¿vieja?) Guerra Fría.

Argentina deberá coordinar este debate en el Consejo con el desafío de un conflicto en plenas hostilidades bélicas, situación que siempre compromete al goce de derechos en las poblaciones afectadas. La trágica y penosa guerra que protagonizan Rusia y Ucrania, puede tener antecedentes inmediatos en la desestabilización de la Región de Donbás, pero sus raíces geopolíticas pueden rastrearse hasta varias décadas atrás, al igual que las posibles bases para analizar un debate sobre violaciones a derechos fundamentales.

La narrativa de la Guerra Fría como orden internacional organizado en torno a dos superpotencias y los aliados que las orbitan creando zonas de influencia política, económica y militar, fué el sistema de la que enfrentó a Moscú con Washington en la geopolítica internacional desde el fin de la 2da Guerra Mundial (1945) hasta la caída de la URSS en 1989. La destrucción mutua asegurada, y la constante puja por deslegitimar al otro Bloque en todos los campos, fueron las premisas. El respeto a los derechos humanos no fue ajeno a esta lógica. El enfrentamiento bipolar llevó a graves violaciones debido a una sesgada “jerarquización” de los distintos derechos - en 1966 se aprobaron por separado dos Tratados de Derechos Civiles y Políticos, y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en medio de una puja entre Washington y Moscú -, que llevó a los Bloques a violar aquellos que no eran cercanos a su ideología.

Finalmente Estados Unidos se erigió como único hegemón de un mundo ahora unipolar, con la Unión Europea ("los 27") cómo principal socio, y América Latina como zona de influencia, llamado a profundizar la integración económica, priorizar a los mercados, el comercio internacional, el multilateralismo, las organizaciones internacionales y la democracia liberal. Si bien los derechos humanos son más un producto de la post-segunda guerra, este sistema globalista liberal los profundizó, los tuvo como valor, y Occidente los utilizó como narrativa político-moral para su proyecto, jerarquizando aquellos relativos a las libertades políticas y económicas, y funcionando como su garante, incluso por medio de la fuerza. Un claro indicador de esto, es la relevancia que proyectos de internación como la UE le dieron a los DDHH.

Sin embargo, lo que parecía un orden con garantías para la paz y la estabilidad, tiene una enorme deuda con los derechos humanos. Basta pensar en la política impuesta sobre Medio Oriente, y las conductas de Washington y sus aliados estratégicos en la Región, cómo Israel y Arabia Saudita durante esta hegemonía. Más aún, la OTAN como alianza Occidental, ostenta un largo derrotero respecto a violaciones a los derechos humanos en contextos de conflicto: Ruanda (1994), Bosnia (1995), Afganistán (2001-2021), Irak (2003), Libia (2011), Siria (2011), Ucrania (2014-2022), fueron escenarios de comprobadas atrocidades. No sólo por posibles violaciones en ocasión de sus operaciones militares, sino por los ineficaces impactos positivos y múltiples efectos no deseados de las llamadas sanciones económicas. Además de posteriores ramificaciones como guerras civiles locales.

Por su parte, China y Rusia pretenden establecer en la realidad material un orden internacional cada vez más multipolar, en el que Estados Unidos y su órbita pierden hegemonía. Por esta razón desafían a Occidente y establecen líneas rojas en sus zonas de influencia. Pero no es menos cierto que este orden también sea un desafío para los derechos humanos, puesto que el tipo de regímenes propuestos por esos actores y sus aliados, también pareciera estar en deuda con el goce de ciertos derechos. Cabe pensar en situaciones tales como la de la etnia Uigur o el Tíbet en China; los Chechenos en Rusia, o los pobres estándares de sus socios Bielorrusia y Kazajistán. Además, el Presidente ruso no ha estado exento de críticas en su accionar respecto del derecho internacional y humanitario en las operaciones de "mantenimiento de paz" en 2008 y 2104, cuando sus tropas avanzaron sobre Georgia y Ucrania, en alegadas alianzas con las repúblicas separatistas de Osetia del Sur y Abkhazia, y Lugansk y Donetsk respectivamente.

Este proceso de agotamiento estadounidense y desafío y ascenso sino-ruso, que fué acelerado por la Pandemia de COVID-19, puede ser pensado como la antesala del actual conflicto de Ucrania, y como el producto de una acumulación de tensiones muy cercanas a una lógica de “nueva” guerra fría, entre EEUU y la UE por un lado, China y Rusia por otro y sus respectivas zonas de influencia. ¿Cuál ha sido el rol de los derechos humanos en esas tensiones? Ha servido como argumento moral para desprestigiar los proyectos políticos y económicos de cada bloque y presionarse respectivamente. La crisis de refugiados en Bielorrusia y Polonia, el avance Talibán en Afganistán, la represión a las protestas en Hong Kong, las tensiones por Taiwán, las protestas en Kazajistán, han involucrado una narrativa cruzada sobre derecho internacional y derechos humanos.

Oportunidades y potencialidades

El Consejo tiene el potencial de esclarecer la situación que hoy están viviendo los pueblos víctimas del conflicto en medio de peligrosas arengas, sentimientos nacionalistas, civiles armados y amenazas de uso de armas de destrucción masiva. Además de su vínculo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, será clave la relación que el Organismo ha desarrollado en los últimos años con el Consejo de Seguridad de la ONU, que cada vez presta más atención a la agenda de derechos humanos para definir misiones pacificadoras y sanciones. Allí jugará un papel muy importante la atribución de investigación que tiene el Organismo. Además, el Presidente del Consejo de DDHH juega un importante rol en habilitar y moderar la participación de la sociedad civil y ONGs, los grandes relegados en este juego geopolítico. Establecer un diálogo entre iguales y no relegar al debate sobre los abusos para el aftermath de la intervención militar serán puntos centrales.

Si existen patrones comunes respecto a los derechos humanos de los pueblos expuestos a conflictos armados en las últimas décadas, son la manera en que han sido relegados a un plano de “balances posteriores” a las discusiones geopolíticas, económicas y militares. Sorpresivamente, gracias a las dinámicas cambiantes de la política internacional, Argentina tendrá un rol clave para colaborar con una comunidad internacional convulsionada y sus transiciones de poder global, y con el desafío humano de que en esta ocasión las lecciones sean aprendidas, y las violaciones a derechos fundamentales estén en los primeros lugares de la agenda. Ucrania reflejará, casi con seguridad, viejas vergüenzas internacionales como crisis de refugiados, crímenes de guerra, desigualdad y crisis económicas. Nuestro país tendrá la oportunidad de ser parte de un debate político-moral de central importancia para el orden global que vendrá. Será vital aferrarnos a nuestra tradición de respeto por el derecho internacional, la integridad territorial y los derechos humanos, pero sin dejar de lado la nueva configuración global.