Parece que avanzamos un casillero en lo que ahora conocemos como “la nueva normalidad”.
La nueva normalidad ha traído nuevos significados. ¿Cuantos términos hemos re significado a partir de la llegada de la pandemia?
“Brotes”, “vallados”, “cercos”, “runners”, “protocolos”, “testeos” , “esencial“ son palabras que en este contexto significan transitoriamente otras cosas.
Va como ejemplo la palabra “cuarentena” que gracias al Covid 19 , significa – de acuerdo a la zona – cien días o lo que es más raro aún, un tiempo indefinido.
Parece que hemos dejando atrás el aislamiento para pasar al distanciamiento.
Entre una palabra y otra, hay metros, cantidades de personas, puertas que se abren, nuevos usos horarios, negocios que evalúan si abrir o cerrar definitivamente, hay vallas, cercos, protocolos y litros de alcohol en gel.
Nunca nos había pasado que la improductividad fuera considerada un valor y que desde el gobierno, el mercado y la industria publicitaria se nos considerara héroes por quedarnos en casa.
Después de semanas de desorientación y como un mecanismo giratorio y sofisticado que da una vuelta cronometrada y de repente traba y ajusta, fuimos encontrando el ritmo, el cómo, el cuando y el para qué de cada jornada.
Ahora , que hay que desandar ese camino quizás haría falta un nuevo protocolo que nos diga qué cosas tenemos permitido extrañar.
Está permtido extrañar:
La legitimidad de no hacer nada porque eso es lo que corresponde.
Las mañanas de día hábil en casa
La recarga ininterrumpida del termo del mate
Las plazas sin basura
Las noches silenciosas
El nido lleno las 24 horas.
La maravilla de un sistema de turnos para todo.
No tener que inventar excusas para no asistir a compromisos sociales.
Fines de semana sin la angustia de las salidas nocturnas de los adolescentes.
No cargar nafta
No sentir culpa por no ir al gimnasio
No sufrir el tráfico en hora pico
El cuerpo en ropa cómoda las 24 horas
Y por qué no, sentir que por una vez Dios no atendió en Buenos Aires
Sin querer caer en una mirada edulcorada de la vida, ni en la obligación de mirar el vaso medio lleno, ni de encontrarle un sentido metafísico y espiritual a la pandemia, hubo algo de este ritmo extraño que se nos quedó en el cuerpo y en la mirada.
El escritor Rodrigo Fresan llamó a esta sensación “el hombre acabañado”.
Estamos acabañados. ¿Se permite extrañar?