Las democracias están con algunos problemas y esto no es producto de la pandemia. Aunque ha venido a profundizar los problemas, la crisis de representación política venía de antes. El conflicto político ha vuelto al centro de la escena y el coronavirus, en todo caso, potencia los efectos.  Y esto es motivo de debates en la academia, pero también hacia el interior de los partidos políticos, en Latinoamérica y a nivel mundial.

Los partidos políticos son, por un lado, poderosas maquinarias electorales dueñas de facultades políticas decisivas y exclusivas, reconocidas por la constitución. Tienen el monopolio de la representación, es decir son los únicos vehículos que pueden presentar candidatos en las elecciones, para cualquier cargo, son la fuente exclusiva de construcción del poder legislativo, tienen financiamiento público y facultades legales para proponer, acordar, nombrar, y/o ratificar a ministros y altos funcionarios del gobierno y la justicia.

Pero, por otro lado, las decisiones en los partidos no son transparentes, se toman en una mesa chica elitista y cerrada, las fuentes de financiamiento no son manejadas con transparencia, han dejado de formar nuevos cuadros políticos y han perdido conexión con la gente. ¡Agreguen a esto la polarización en medio de una crisis galopante y tienen una tormenta perfecta! Todo esto genera lo que los académicos llaman una “fatiga democrática”, esa famosa crisis de representación que no es nada más ni nada menos que la falta de confianza en las instituciones políticas y en los propios partidos políticos. Hay que decir que los partidos han hecho méritos para que esto ocurra.

Paola Zuban | Encuesta a mujeres sobre seguridad, igualdad y violencia de género

Con todo, los partidos son los “porteros” de la democracia. Están en la puerta de entrada de la política y custodian esa entrada con 7 llaves. Especialmente cuando son las mujeres las que quieren hacer política en igualdad de condiciones que los varones. Y permítanme decirles que, en términos de igualdad de género, “simulan” cumplir la ley.

En nuestro país, las mujeres luchamos mucho por las leyes de cuotas y de paridad en los 90´s. Y digo bien “luchamos” porque cada derecho que podemos ejercer las mujeres ha sido producto de una lucha: desde poder decidir con quién casarnos, heredar bienes, la patria potestad compartida, el derecho al voto, todo, todo ha sido una lucha. No hemos gozado de esos derechos naturalmente como los hombres. Y todavía hacemos o intentamos participar en política, en un sistema político que ha construido “una forma de hacer política” que nos ha excluido y hasta expulsado de los espacios públicos históricamente.

En Argentina fuimos pioneras con la ley de cupo del 1991. Pero se necesitaron veintiséis años para que llegara la aprobación de la Ley 27.412 de “Paridad de género en ámbitos de representación política” en 2017 y el tan ansiado 50%. La misma ley obliga a los partidos políticos a cumplir la paridad en sus cargos partidarios. Pero se las ingeniaron bien para no cumplirla o, en algunos casos, para simular que la cumplían.

El Congreso Argentino integra en su Cámara de Diputados con casi un 41% de mujeres: de un total de 257, 99 son diputadas. En el caso de la Cámara de Senadores, las mujeres representan el 39%. Son 30 senadoras de un total de 72 integrantes del cuerpo.

Casi el 75% de las mujeres se sienten inseguras al caminar por la calle

En Córdoba, tenemos ley de paridad desde el 2000, pero en los últimos 17 años, de 130 legisladores departamentales que fueron electos, sólo 9 mujeres ingresaron en calidad de titulares frente a 121 varones. La constante es que, sobre 26 legisladores uninominales electos en distintos períodos, sólo se eligen entre 1 y 3 mujeres. En la legislatura actual, de 26 legisladores uninominales, 8 son mujeres. Vamos avanzando.

Es difícil saber cuándo se logrará efectivamente la paridad, puesto que las diferentes normativas provinciales en este sentido, las distintas “válvulas de escape” que tiene cada legislación que llevan diputados al congreso, complejizan mucho la ecuación.

La paridad numérica es importante pero no es suficiente. En la práctica, quedan fuertes obstáculos. Y estos son temas tabúes para las mujeres que habitualmente no pueden plantearlos en sus partidos políticos, porque su palabra es minimizada, ninguneada o des jerarquizada.

A las mujeres se nos cuestionan capacidades y habilidades para hacer política, la expertise, la palabra, la autoridad, la disponibilidad horaria (sobre todo si son madres y esposas), hasta de quién somos cercanas o a qué grupos pertenecemos, además de las condiciones de liderazgo. Estos estereotipos banalizan y minimizan a las mujeres, lo que incide en el modo en que el electorado construye sus preferencias políticas y cuestiona la capacidad de mando y liderazgo de las mujeres.

En un trabajo de investigación de opinión pública con representación nacional, se relevó que el 82% votaría a una mujer para un cargo de representación política. Asimismo, en relación a atributos y valores, se reconoce a las mujeres mayor capacidad de resolución de conflictos y empatía que a los varones, sin embargo, se atribuyen más condiciones de liderazgo a los varones.

Podrían citarse cantidades de escritos académicos sobre porqué la incorporación de las mujeres favorece y beneficia a la política. ¡No creo que haya que argumentar en ese sentido porque la única razón es porque es más democrático! La democracia no solo es un sistema político que celebra elecciones, sino una forma de vivir que promueve procesos transparentes, legítimos e inclusivos, que no puede limitarse a aumentar la cantidad de mujeres en la representación política, sino también a impulsar un nuevo equilibrio social que represente la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad en la que ambos asuman responsabilidades compartidas en todas las esferas de sus vidas, públicas y privadas. Quizás lo más aconsejable sea mirar hacia el interior de los partidos y comenzar por democratizar la palabra para incorporar más voces de mujeres y hacer realidad así las oportunidades para ser verdaderos agentes de cambio. No hay democracia posible sin igualdad de género.